El hombre que perdió su sombra. Adelbert von Chamisso
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Название: El hombre que perdió su sombra

Автор: Adelbert von Chamisso

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9786079889883

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СКАЧАТЬ calló, y a mí me daba vueltas la cabeza como una rueda de molino. ¿Qué pensar de una proposición tan rara? ¡Comprarme la sombra! Debe de estar loco, pensé. Y, cambiando a un tono más de acuerdo con el suyo, tan humilde, le contesté:

      —Pero, ¡cómo! ¿No tiene usted bastante con su sombra, querido amigo? Me parece un negocio muy raro.

      Y él respondió enseguida:

      —Yo tengo aquí en mi bolsillo algunas cosas que posiblemente no le parezcan mal al señor… Para esa inapreciable sombra, cualquier precio, por alto que sea, me parece poco.

      Me corrió un escalofrío ante esa alusión al bolsillo y no supe cómo había podido llamarlo antes querido amigo. Empecé a hablar otra vez intentando en lo posible contentarlo con la máxima cortesía.

      —Mire, señor, le ruego que perdone a su servidor más rendido, pero, de verdad, no entiendo bien del todo lo que dice. ¿Cómo iba yo a poder vender mi…?

      Él me interrumpió.

      —¡La bolsa de Fortunato! —exclamé interrumpiéndolo.

      Había ganado mis cinco sentidos (a pesar del miedo que tenía) con esas palabras. Me dio una especie de mareo y vi brillar delante de mis ojos dobles ducados.

      —El señor puede examinar y poner a prueba esta bolsita cuando lo desee.

      Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de tamaño medio, de cordobán fuerte, bien cosida a dos firmes cordones de cuero, y me la dio. Metí la mano dentro y saqué diez piezas de oro y luego otras diez, y otras diez, y otras diez. Le tendí rápidamente la mano.

      —¡De acuerdo! Trato hecho. Llévese mi sombra por la bolsa.

      Me estrechó la mano. Inmediatamente se arrodilló delante de mí y lo vi cómo despegaba suavemente del suelo mi sombra, de los pies a la cabeza, con una habilidad admirable: cómo la levantó, la enrolló, la dobló y finalmente se la guardó. Se puso de pie, me hizo una vez más una inclinación y se volvió a los rosales. Me dio la impresión de que se iba riendo, bajo, para sí. Pero yo sujeté la bolsa fuertemente por los cordones, a mi alrededor estaba la tierra brillante de sol y yo seguía sin saber lo que me pasaba.

      II

      AL FIN VOLVÍ EN MÍ y me apresuré a abandonar aquel lugar, donde seguramente ya no tenía nada que hacer. Primero llené mis bolsillos de dinero, después me até los cordones de la bolsa al cuello, ocultándola en mi pecho. Atravesé el parque sin que nadie se fijara en mí, llegué a la carretera y me puse en camino hacia la ciudad. Cuando, sumido en mis pensamientos, me dirigía a la puerta, oí gritar detrás de mí:

      —¡Oiga, joven! ¡Oiga, señor!

      Miré y era una vieja que decía:

      —¡Tenga cuidado, señor! ¡Ha perdido su sombra!

      —Gracias, abuela.

      Le arrojé una pieza de oro por el bienintencionado consejo y me metí debajo de los árboles.

      Ya en la puerta tuve que oír otra vez, del centinela:

      —¿Dónde ha dejado el señor su sombra?

      Y enseguida, a unas mujeres:

      —¡Jesús, María y José! ¡Ese pobre hombre no tiene sombra!

      La cosa empezó a molestarme y evité cuidadosamente caminar por el sol. Pero no podía ser así en todas partes, por ejemplo, en la calle Ancha, que tenía que atravesar y, para mi desgracia, precisamente en el momento en que unos muchachos salían de la escuela. Un condenado tunante jorobado —lo estoy viendo todavía— se dio cuenta enseguida de que me faltaba la sombra. Me delató a grandes gritos delante de toda la chiquillería callejera del arrabal, que empezó a criticarme y a arrojarme basuras.

      —La gente decente se preocupa de llevar su sombra cuando sale al sol.

      Para quitármelos de encima, les arrojé oro a manos llenas y salté a un coche de alquiler con el que almas compasivas me habían auxiliado.

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