La batalla por el buen cine. Emilio Bustamante
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Название: La batalla por el buen cine

Автор: Emilio Bustamante

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

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isbn: 9789972455414

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СКАЧАТЬ “Ha vuelto La Edad de Oro de Buñuel”. Era difícil creerlo después de tanto tiempo. Pero era cierto.

      Nazarín es, quizá, la película más equilibrada de los últimos tiempos. Casi se puede decir que está dosificada con cuentagotas. Hasta el tributo que rinde Buñuel a su tendencia visceral es mínimo, como en ese breve primer plano de la herida sangrante de la prostituta.

      La brutalidad aparece también, pero en forma fugaz, como en el salvaje mordisco de la mujer a su amante, y la breve visión del Cristo crucificado riendo a carcajadas.

      Parece que Buñuel no hubiera querido ayuda de ninguna clase en Nazarín. Salvo la incomparable fotografía de Figueroa, lo único que acompaña a don Nazario, en su peregrinaje, son los ruidos de fondo. No hay música en todo el filme, como preparando ese inexplicable y acompasado redoblar de tambores final, que en forma no racional crea en el espectador el exacto estado emocional del personaje.

      Y sobre ese mismo redoble el jurado otorgó el Gran Premio a Nazarín, en forma unánime.

      Pasaron dos años, y como reafirmando que su decisión de mostrar la otra cara era definitiva, en la última función del último día del Festival de Cannes de este año, Buñuel mostró Viridiana.

      Y más en este caso que en el otro, Viridiana es una película cuya paternidad española no desea el gobierno de aquel país. El jurado de Cannes volvió a otorgar el Gran Premio a Buñuel, y Viridiana se convirtió en lo que el crítico argentino Eichelbaum llama “el triunfo del cine español en el exilio”.

      Los comentarios que hay acerca de Viridiana, la catalogan, aparte de su calidad cinematográfica, como una obra que sería oficialmente subversiva en los Estados Unidos y en la Unión Soviética, en Canadá y en Israel. Es el mismo Buñuel de antaño, intolerablemente independiente y libre.

      Viridiana aún no ha llegado al Perú. Nazarín, por otra parte, ha sido exhibida un solo día, perdida dentro de una heterogénea muestra de cine mexicano que incluía, curiosa ironía, una producción de Buñuel, perteneciente a su otra cara. Muy pocos amantes del buen cine se enteraron a tiempo del acontecimiento.

      Es posible, todos lo desean, que Buñuel se olvide para siempre de esa otra cara.

      (7 Días del Perú y del Mundo, 23 de julio de 1961, pp. 18-19)

      3. Cine. Una sombra y una luz

      Se acababa de inventar el cine sonoro, cuando Eisenstein, el genial realizador ruso, dirigió en París un filme de cortometraje llamado Romanza Sentimental.

      Muy pocos conocen esa pincelada cinematográfica en la que, sin diálogo ni acción, una joven espera tristemente la llegada de su enamorado. Todo lo que hay, aparte de la maravillosa secuencia de los planos, es la formidable fotografía de Tissé y la música.

      Pero este cortometraje sin aparente importancia marcó una encrucijada en la historia del cine: por un lado, Hollywood no supo qué hacer con el sonido fílmico recién descubierto y terminó lanzando una avalancha de revistas y operetas sin ningún valor, y por el otro, Eisenstein expresa en imágenes su convicción de que el cine posee su propia verdad estética audiovisual, que no depende de nada ni se deriva de ningún otro género.

      Desde este momento comienza la vía crucis del cine. La producción comercial norteamericana embota, en forma sistemática, la sensibilidad del público, y logra hacer que se olvide de las primeras creaciones, muchas de ellas también norteamericanas, en las que se utilizaba el cine como lo que es: un nuevo método de expresión artística.

      Es tan poderosa y prolongada esta vieja ola monetaria, que ahoga todos los esfuerzos desesperados de los ilusos visionarios. Cuando se escriba la historia oculta del cine, se descubrirán sórdidas y despiadadas maniobras de Hollywood para atraer e inutilizar a talentos europeos en dirección y actuación. Se forma una especie de “maffia” del celuloide, que reconociendo su impotencia para hacer buen cine, y temerosa de que este buen cine arrastre un porcentaje del público, extiende cheques y contratos para esclavizar a cualquier posible genio.

      Durante muchos años, el mensaje del americano Griffith y del ruso Eisenstein, parece condenado al olvido. Una tras otra se amontonan en las salas cinematográficas del mundo las generaciones que no ven sino cursilerías almibaradas y dramones lacrimosos amén de las películas llamadas de acción o con mensaje.

      La consecuencia es lógica: todo el mundo llega a convencerse de que el cine es un medio de distracción, en un mismo nivel con las kermeses o la montaña rusa. A todas estas generaciones ni se les ocurre relacionar la idea de arte con la de cine. Y Hollywood explota hábilmente este reflejo condicionado amontonando millones y millones de dólares.

      Pero hay otra consecuencia desastrosa, que como siempre, está relacionada con un alto nivel de inteligencia: el cine se convierte en un vehículo argumental y su categoría está dada por el tema.

      Las personas que van al cine en busca de algo más que una distracción sensorial, concentran su búsqueda en el valor argumental de las películas. Las posibilidades artísticas y propias de la cinematografía parecen perdidas para siempre.

      En esto, el itinerario descrito por el cine no se diferencia del de las demás artes. Recordemos los interminables años, que recién están terminando, en que la música fue un simple acompañamiento de argumentos idiotas, o los temas sinfónicos surgían de relaciones argumentales. También la pintura sirvió para ilustrar escenas mitológicas, bíblicas o poemáticas, limitando su fuerza y sus posibilidades a las que les prestaban estos capítulos.

      Mucho se tardó para que las artes tomaran los episodios argumentales como simples medios auxiliares de expresión; pero aun así, el público continuó interpretando argumentalmente el valor de dichas artes.

      El cine, como benjamín de las artes, es el que más está tardando en alcanzar su independencia. Y esto no quiere decir que los demás fines a los que se aplican estos medios de expresión desaparezcan; todo lo contrario.

      La música seguirá sirviendo para bailar, la pintura para ilustrar alma-naques y la arquitectura para construir estaciones de servicio; lo mismo el cine: siempre será un formidable medio de distracción, de propaganda, de moralización y de enriquecimiento.

      Pero dediquemos las pocas líneas que faltan al cine verdadero, que está en la raíz de todos sus géneros, falsificaciones y desvíos.

      Han transcurrido muchos años desde Eisenstein y Buñuel, y recién estamos volviendo a la búsqueda que aquellos iniciaron. La vieja ola monetaria tuvo que frenarse ante el pedido del público de más profundidad intelectual y más verdad. El talento y la sensibilidad volvieron a incursionar en el cine, y fueron aceptados por el público. Apareció una generación de directores geniales, que unas veces haciendo concesiones y otras no, colocaron al cine un poco más cerca de su nivel.

      Los fabricantes de almanaques tuvieron que aprender a pintar, pero ya no pudieron silenciar a los artistas. El mismo Hollywood se rindió, y tuvo que permitir que allí mismo se produjeran grandes y bellas obras.

      Este ambiente de libertad, sin embargo, no era sino el preludio. La identificación entre el cine y el argumento era muy sólida para que se rompiera de golpe, pero ya este mismo argumento pasaba poco a poco a ocupar un lugar secundario, y la manera en que era mostrado en los filmes era cada vez más propia. Gran parte del público comenzó a sospechar que el cine no era una ventana abierta a una serie de acontecimientos.

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