Название: Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo
Автор: Linda Lael Miller
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Julia
isbn: 9788413486161
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—Impresionante —Stacie miró el prado que había al este de la casa, ya cubierto de nomeolvides azules—. Es como tener tu propio trocito de paraíso.
Josh, sorprendido, dejó escapar el aire que había estado conteniendo sin ser consciente de ello.
—Oh… —gritó Stacie, inclinándose hacia delante y apoyando las manos en el salpicadero al ver al perro de pelo corto, y tan negro que parecía azul, que se aproximaba al vehículo—. ¿Es Bert?
—Sí —Josh sonrió y paró el motor.
—Estoy deseando acariciarla.
De reojo, Josh vio que se inclinaba hacia la manija de la puerta y le sujetó el brazo.
—Espera a que te abra yo —dijo.
—No hace falta —Stacie se liberó de su mano—. Por esta vez, puedes saltarte la caballerosidad.
—No —Josh volvió a rodear su brazo con los dedos. Al ver cómo lo miraba ella, la soltó e intentó explicarse—. Bert puede ser muy territorial. Eres una desconocida y no sé cómo reaccionará.
No quería asustar a Stacie, pero la semana anterior, Bert le había enseñado los dientes a un mensajero que fue a llevarle un paquete.
—Ah —Stacie se recostó en el asiento—. Claro. No sé por qué no se me ha ocurrido.
—Seguramente no habrá problema —dijo él, molesto por el instinto protector que había surgido en él—. Pero no quiero correr riesgos.
Ella lo miró con gratitud, pero él prefirió fingir que no lo notaba. Abrió la puerta y bajó del vehículo. No necesitaba su agradecimiento. Habría hecho lo mismo por cualquier mujer, incluyendo a la anciana señorita Parsons, que le había golpeado los nudillos con una regla de madera en tercer curso. Lo haría por cualquier fémina, no sólo por una chica bonita que hacía que volviera a sentirse como un colegial.
Josh centró su atención en la perra negra y gris que tenía a sus pies, agitando el rabo como loca.
—Buena chica —se inclinó y rascó la cabeza de Bert. Había sido un regalo de cumpleaños de su madre, seis meses antes de que Kristin se marchara. A ella nunca le había gustado la perra. Lo cierto era que para entonces, a Kristin no le había gustado nada: ni el rancho, ni la casa, ni él.
—¿Puedo bajar ya?
Josh sonrió al captar la impaciencia de su voz. Descartó los recuerdos del pasado y corrió a abrirle la puerta, con Bert pegada a sus talones.
—Sentada —dijo, mirando a la perra. Bert obedeció, clavando en él sus inteligentes ojos color ámbar, con las orejas tiesas y alerta—. La señorita Summers es amiga, Bert —dijo Josh, abriendo la puerta—. Sé buena.
A pesar de la advertencia, el pelaje del cuello y el lomo de Bert se erizó cuando la morena bajó del vehículo. Josh se interpuso entre la perra y ella.
—Perra bonita —la voz de Stacie sonó grave y serena. Rodeó a Josh, dio un paso adelante y extendió la mano—. Hola, Bert. Soy Stacie.
Bert miró a Josh, luego dio un par de pasos adelante y olisqueó con cautela la mano de Stacie. Para sorpresa de Josh, empezó a lamerle los dedos.
—Gracias, Birdie. Tú también me gustas —la sonrisa de Stacie se amplió al ver que la perra seguía lamiéndola—. Estoy deseando ver a tus bebés. Seguro que son tan bonitos como su mamá.
Bert agitó el rabo de un lado a otro y Josh la miró con asombro. Para ser una mujer que había crecido sin mascotas, Stacie tenía buena mano con los animales.
—Los pastores ganaderos australianos, como se denomina su raza, tienen fama de ser listos y fieles. Son fantásticos con el ganado —Josh hizo una pausa—. Aun así, no mucha gente diría que son bonitos…
—Es muy bonita —Stacie se inclinó y puso una mano sobre las orejas de la perra, lanzando a Josh una mirada de advertencia.
—Mis disculpas —Josh se llevó una mano a la boca para ocultar la sonrisa—. ¿Quieres ver a las seis versiones en miniatura?
—¿Lo dudas? —Stacie se enderezó y le dio la mano—. Vamos.
La mano le pareció muy pequeña dentro de la suya, pero su firmeza denotaba fuerza interior. Cuando había descubierto que había sido emparejado con una de sus amigas de Denver, se había preguntado si Anna había manipulado los resultados de la investigación.
Pero empezaba a darse cuenta de que Stacie y él tenían más en común de lo que había pensado. Y le gustaba esa chica de ciudad. Por supuesto, eso no implicaba que fuera una buena pareja.
Ya había estado antes con una chica de ciudad. Se había enamorado de ella y se había casado. Pero había aprendido la lección; esa vez se guardaría el corazón para sí.
—Me siento culpable —Josh pinchó el último trozo de tarta de manzana con el tenedor—. Has pasado toda la tarde en la cocina.
Stacie tomó un sorbo de café y sonrió por la exageración. No había pasado toda la tarde en la cocina. Habían jugado con los cachorros mucho tiempo y luego Josh le había mostrado las destrezas de Bert, incluida su habilidad para atrapar un frisbee en pleno vuelo. Para entonces ambos estaban hambrientos y ella se había ofrecido a preparar la cena.
—Ya te dije que la cocina es una de mis aficiones —Stacie paladeó el denso café colombiano—. Me encanta crear algo de la nada.
—Me has impresionado —Josh dejó el tenedor sobre el plato vacío—. Esos fideos con salchicha y pimientos eran dignos de un restaurante de lujo.
—Y no hemos tenido que ir a uno —Stacie miró la moderna cocina de estilo campestre. Tras ver el exterior de la casa, había sentido cierta aprensión sobre cómo sería por dentro. Pero el interior la había sorprendido agradablemente.
Estaba bien cuidada y muy limpia. Cuando había alabado a Josh por ello, él había admitido, avergonzado, que una mujer iba durante la semana para cocinar y limpiar.
—Te habría invitado a cenar —dijo Josh, mirándola a los ojos—. Espero que lo sepas.
—Lo sé. Pero esto ha sido más divertido.
—Estoy de acuerdo —Josh sonrió y unas atractivas arrugas de expresión rodearon sus ojos. Apartó su silla—. ¿Qué te parece que tomemos el café en la sala?
Stacie se levantó. Miró los platos que había en el fregadero y luego los que quedaban en la mesa.
—Ni lo pienses —Josh le puso la mano en la parte baja de la espalda y la empujó hacia la puerta—. Yo recogeré más tarde.
Momentos después, Stacie estaba sentada en un sofá de cuero borgoña escuchando a Josh terminar la historia sobre el incendio que había amenazado con destruir ciento ochenta mil acres de terreno unos años antes.
—Fui afortunado —dijo Josh—. Mi propiedad sufrió daños mínimos. Podría haber sido terrible.
—Te СКАЧАТЬ