Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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Название: Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten

Автор: Victoria Dahl

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Tiffany

isbn: 9788413489506

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СКАЧАТЬ y fijó la mirada en el rectángulo que el sol formaba sobre el suelo de la cocina.

      –De acuerdo –aceptó, pero parecía aterrada.

      –¡Eh! –Jamie se acercó a ella y la agarró por la barbilla–. Estoy de broma. Podemos empezar por acostarnos tarde.

      Olivia le miró a los ojos y Jamie volvió a reconocer en ellos una gran vulnerabilidad. El corazón le dio un vuelco, pero Olivia apretó la mandíbula y rectificó.

      –No, tienes razón. Yo no soy la experta en esto. Debería confiar en ti.

      Jamie dibujó la línea de su barbilla con el dedo y su piel le pareció de seda.

      –Solo es un jacuzzi –la tranquilizó.

      No quería que Olivia pensara que se estaba mostrando dispuesta a hacer ninguna otra cosa en aquel momento. No quería avergonzarla hablando de sexo.

      –Será solo un baño. Nada más.

      –De acuerdo. Solo un baño en el jacuzzi.

      –Te dejaré la toalla en el dormitorio.

      Se alejó con naturalidad, intentando evitar que notara con cuánta anticipación esperaba aquel momento. Si Olivia pensaba que se bañaba desnudo en el jacuzzi cada fin de semana con una chica diferente, que así fuera. Se guardó un par de preservativos en el bolsillo, se colgó una toalla al cuello y dejó otra en la cama para Olivia. Después, volvió a pasar delante de ella y agarró la botella de champán y las copas.

      Cuando vio que Olivia abría el grifo del fregadero, se detuvo.

      –Que quede esto bien claro, de los platos me ocuparé yo después.

      –¡Ah, de acuerdo! –dijo Olivia.

      Cerró el grifo del agua y Jamie se dirigió corriendo hacia el jacuzzi. Había conectado el temporizador para que el agua estuviera caliente durante los fines de semana, así que estaba ya a la temperatura adecuada. Jamie encendió los chorros, dejó la ropa en el banco y se metió.

      Sabía que Olivia tardaría un poco. Podía imaginarla en aquel momento de pie en la cocina, con los dedos entrelazados y la mandíbula tensa como el acero. Era una mujer seria y prudente, pero también de gran fortaleza. No tenía la menor duda de que reuniría el valor que necesitaba.

      Apoyó la cabeza en la bañera y cerró los ojos mientras la imaginaba recorriendo el pasillo muy despacio, con los tacones repiqueteando contra la madera. Cuando llegara al dormitorio, clavaría la mirada en la toalla. Después en la cama. Sus manos vacilarían sobre el nudo que sujetaba su vestido. Dios, Jamie haría cualquier cosa por desatárselo. Por liberar aquel cinto y descubrir lo que se escondía bajo la tela amarilla. Por ver por primera vez su piel. ¿Qué llevaba debajo del vestido? ¿Unas prendas sencillas y discretas? ¿Algo delicado y sedoso?

      Para cuando abrió los ojos y la descubrió de pie ante él, ya estaba comenzando a excitarse. Parpadeó sorprendido. En su mente, Olivia todavía estaba nerviosa y vestida.

      –¡Eh! –la saludó, recorriendo con la mirada la toalla que se ceñía a su cuerpo.

      ¡Debajo de la toalla no llevaba nada! Estaba seguro. Tenía los ojos abiertos como platos y los nudillos tan blancos como el algodón al que se aferraban, pero permanecía erguida, sosteniéndole la mirada.

      –¿Estás seguro de que no puede vernos nadie? –le preguntó.

      –Estoy seguro. Hay demasiadas sombras.

      –¿Podrías…?

      Jamie volvió a cerrar los ojos, pero aguzó el oído para compensar tanta caballerosidad, como si fuera posible oír cómo caía una toalla por encima del sonido de los chorros. Contó hasta diez, y después hasta veinte, convencido de que se produciría un cataclismo en el instante en el que Olivia estuviera desnuda con él en el agua. O, por lo menos, que Olivia le salpicaría un poco.

      –¿Contará como que me he bañado desnuda si tienes los ojos cerrados todo el tiempo?

      Aquello sería una tragedia, así que Jamie abrió los ojos al instante. Y allí estaba ella. El torbellino de burbujas cubría la mayor parte de su cuerpo. Todo, la verdad fuera dicha. Jamie podía ver más partes de su anatomía cuando estaba sentado en clase. Pero los pocos centímetros de los hombros que sobresalían por encima del agua estaban desnudos. El pelo oscuro apenas le rozaba el cuello cuando se movía. El agua danzaba y descendía apenas un par de centímetros, tentándole con la posibilidad de contemplar su desnudez.

      Jamie se obligó a mirarla a la cara, pero no tardó en darse cuenta de que no importaba. Olivia estaba demasiado ocupada fijando la mirada en su pecho como para advertirlo. En respuesta, Jamie se irguió un poco más.

      –Así que lo he hecho –dijo Olivia por fin.

      Esbozó una tímida sonrisa que no tardó en extenderse por todo su rostro.

      –Sí, lo has hecho, ¿y cómo te sientes?

      –Todavía no lo sé.

      Olivia se deslizó unos centímetros hacia la derecha, acercándose un poco más, aunque continuaba habiendo medio metro de bañera entre ellos. Desde donde estaba, Olivia podía contemplar todo el jardín. Un golpe de brisa le removió el pelo y Jamie la vio respirar hondo.

      –Estar aquí es como estar en una cueva. Es un rincón secreto.

      –Sí, exacto.

      Detrás del enrejado, el día era una explosión de luminosidad. Afuera, la gente disfrutaba del domingo. Y nadie sabía que Oliva y Jamie estaban escondidos entre las sombras, desnudos bajo el agua. Olivia le rozó el pie con el suyo. Y él respiró despacio.

      Cuando había desafiado a Olivia a bañarse desnuda con él, creía tenerlo todo bajo control. Se sentía un poco superior a ella. Como el hombre al que le había sido asignada la tarea de enseñarla a liberarse. Pero aquel no era un baño divertido con una chica achispada que se desprendía de la parte superior del bikini con la misma facilidad con la que se habría quitado una chaqueta que sobraba. Aquella era Olivia Bishop, cuya desnudez era algo preciado y secreto. Y hasta entrever sus hombros desnudos resultaba arriesgado. En aquel momento, Jamie no se sentía ni superior ni tranquilo. Estaba nervioso y tan excitado que agradecía la cobertura que le proporcionaba el agua burbujeante. Y no era tan liberal como para permanecer allí tranquilo con una palpitante erección.

      En absoluto.

      –¡Mira! –susurró Olivia.

      Por un instante, Jamie temió que el agua se hubiera aclarado. Pero Olivia estaba señalando hacia arriba, hacia el comedero para colibrís que había colgado en un árbol. Dos pájaros de color verde danzaban frente a él, aleteando el uno contra el otro mientras competían por el agua azucarada.

      Pero Olivia estaba sonriendo, así que Jamie prefirió mirarla a ella.

      –Esto es genial. Gracias.

      –De nada, puedes venir cuando quieras –le ofreció Jamie con una ironía que a ella pareció pasarle desapercibida.

      –Me siento distinta.

      –¿Ah, СКАЧАТЬ