Название: Peces y dragones
Автор: Undinė Radzevičiūtė
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: La principal
isbn: 9788417617400
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Abuela Amigorena vive rodeada de mapas de la Argentina.
Uno de ellos parece el pico de un grifo con salpicaduras de sangre. Y otro, igual, pero sin salpicaduras.
No es locura, es nostalgia.
Para Abuela Amigorena, Argentina es la verdadera patria, pero lo más seguro es que no vuelva jamás. Para qué ir hasta allí sin sus padres.
Junto a la cama de Abuela Amigorena se siente uno como en los Países Bajos: no hay más que naturalezas muertas. Abuela Amigorena está todo el tiempo llevándose frutas y bayas de la cocina. A veces, también algo de pescado.
Shasha vive en la habitación más oscura.
En el cuarto hay dos ventanas —una al noreste y otra al noroeste (así está construida la casa)—, pero la habitación es oscura como la cueva de una rata almizclera por culpa del papel de la pared estampado en color turquesa y jade, con conchas rococó y pececitos dorados.
Por cierto, fue la misma Shasha quien empapeló así las paredes, y ahora no permite que nadie critique la habitación ni que entre en ella. Shasha dice que a Miki le resultará difícil entender qué es la chinoiserie. Y que a Mamá Nora y a Abuela Amigorena les da lo mismo.
Abuela Amigorena intentó negarlo, pero Shasha se limitó a aclarar que la chinoiserie era un estilo artístico: Luis XIV con influencias chinas.
El dormitorio de Mamá Nora recuerda a un despacho inglés de caoba con biblioteca.
Cuando Miki le habla de Mamá Nora a su último novio le dice que, aunque su madre escriba novelas eróticas, solo se acuesta con los libros.
De Abuela Amigorena y Shasha no les dice ni una palabra a sus últimos novios. Como si no existieran.
Miki no tiene un cuarto propio, así que no puede llevarse a nadie a casa. En momentos de debilidad, culpa a todas de haberlo organizado así a propósito.
Esta situación le molesta aún más que el hecho de que no le pertenezca nada, excepto la lámpara con el macaco.
Pero eso no es cierto: solo durante el día no le pertenece nada; por la noche, como ya dijimos más de una vez, le pertenece todo. Por la noche duerme sola en una habitación de treinta metros cuadrados, bien aireada, bajo un techo de cuatro metros y sobre una antigua otomana de color ladrillo con bordados de mariposas nocturnas color celeste.
Tal vez por eso le gusten a Miki tanto las mariposas, las diurnas y las nocturnas.
—¡Imaginaos! —dijo Miki un día—. Hoy he visto un auténtico macaón. Tan claro… Casi pálido. Seguro que de la primera generación. No había visto nunca ninguno. Hasta hoy.
—¿Y qué hizo? —preguntó Abuela Amigorena.
—¿Y qué se piensa usted que va a hacer un macaón? —preguntó a su vez Miki con una mueca.
—Robar comida —dijo Shasha.
—Bueno, ¿qué hizo entonces? —insistía Abuela Amigorena, deseando saberlo todo acerca del macaón, igual que uno desea saberlo todo acerca del enemigo.
—Atacó nuestras tagetes —respondió Miki.
—¿A qué llamas tú «nuestras tagetes»? —preguntó Abuela Amigorena con curiosidad.
—Son las flores de la galería —respondió Miki.
—De acuerdo… —dijo Abuela Amigorena—. Yo también las insultaré llamándolas por ese nombre…
***
Las paredes de la cocina son azules. Deberían ser de un azul prusiano. Un azul que tiende al gris.
No obstante, en un principio quedaron demasiado grises, y cuando les dieron otra capa se volvieron demasiado azules. Y en casa ya nadie tenía fuerzas.
Nadie tuvo ánimos para subir de nuevo a la escalera y pintar por tercera vez unas paredes de cuatro metros. (Es preciso mencionar que la cocina solo mide once metros cuadrados).
Y el suelo… Ah, el suelo de la cocina es casi perfecto.
Es un suelo francés, según Shasha. Eso si los suelos de rombos azules oscuro y blancos son marroquíes, y los de rombos negros y blancos, franceses. Entonces, es francés. En este suelo francés, a lo largo de los ocho años de estancia de la familia en el apartamento, se ha hecho añicos ya una vajilla y media alemana para doce comensales.
Todas las mujeres de la familia heredaron de no se sabe dónde una tendencia insensata al lujo.
Pero eso no es todo: a Abuela Amigorena se le hinchan las articulaciones de los pies en cuanto pisa ese suelo. Quizá no debería pasearse descalza sobre un suelo francés sin calefactar. No estamos en la Provenza, comentan.
A Miki le gusta contarles a sus últimos novios cómo, cierta noche, un murciélago entró volando en la cocina.
Aquello no hizo más que reforzar la teoría de Abuela Amigorena de que sobreviven todas en un agujero.
Mamá Nora expresa otra opinión: según ella, los murciélagos solo pueden vivir, y viven, en casas antiguas. Casas que conservan su verdad. (Tras lo que añade que son esas precisamente las casas que hay que incluir en las listas del patrimonio cultural). Si resulta que, después de las pertinentes obras en la casa, los murciélagos no han perecido, sino que regresan de pasar su invierno en el sur de Francia, eso solo puede significar que la suya es una casa ecológica.
Abuela Amigorena quiere saber entonces qué significa eso de «casa ecológica».
Y Shasha concluye que la abuela pertenece a ese grupo de la sociedad para quienes la ecología ya no es un tema relevante.
***
—Creo que los viernes tienen lugar encuentros de mafiosos debajo de mi cama —dice un día Miki.
—¿Estás segura de que los encuentros tienen lugar debajo de tu cama y no en tu cabecita? —pregunta Shasha.
—Absolutamente. Ya es el tercer viernes que oigo conversaciones bajo mi cama a partir de las once de la noche. Son cinco o seis hombres. Empiezan sobre las once y se tiran ahí de palique tres o cuatro horas, lo menos.
—¿Por qué debajo de la cama? —pregunta Abuela Amigorena.
—¿Prefieres que se le metan en la cama? —pregunta Shasha.
—¿Y de qué hablan? —pregunta Abuela Amigorena.
—No alcanzo a oírlos bien —dice Miki.
—¿Nunca intentaste sacarlos de ahí? —pregunta Abuela Amigorena.
—Si no puedes dormir, podemos ir a hablar con ellos del asunto —dice Shasha. Y añade—: Las personas que no duermen lo suficiente tienen mucha más tendencia que las demás a las alucinaciones y a la violencia.
—¿Hablar СКАЧАТЬ