Название: El camino de Chuang Tzu
Автор: Thomas Merton
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pliegos de Oriente
isbn: 9788498799712
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La importancia de ser desdentado
ADVERTENCIA AL LECTOR
El especial carácter de este libro exige una explicación. Los textos de Chuang Tzu* aquí reunidos son el resultado de cinco años de lectura, estudio, anotación y meditación. Las notas han adquirido con el tiempo su propia forma y han terminado siendo como quien dice, «imitaciones», o mejor dicho, libres lecturas interpretativas de los pasajes característicos que me han llamado especialmente la atención. Estas «lecturas» a mi manera, son el producto de una comparación de cuatro de las mejores traducciones de Chuang Tzu en lenguas occidentales, dos en inglés, una en francés y otra en alemán. Leyéndolas encontré diferencias muy notorias y pronto me di cuenta de que todos los que han traducido a Chuang Tzu han tenido que hacer bastantes conjeturas. Estas reflejan no solamente el grado de su conocimiento del chino, sino también su propia comprensión del misterioso «camino» descrito por un Maestro que escribió en Asia hace aproximadamente dos mil quinientos años. Como solo conozco unos pocos caracteres chinos, es evidente que yo no soy un traductor. Estas «lecturas» no son por consiguiente intentos de fiel reproducción, sino aventuras de interpretación personal y espiritual. Inevitablemente, cualquier versión de Chuang Tzu tiene que ser muy personal. Aunque en lo referente a erudición, ni siquiera soy un enano sobre los hombros de esos cuatro gigantes, y aunque no todas mis versiones puedan calificarse como «poesía», creo que cierto tipo de lector disfrutará de mi intuitiva aproximación a un pensador que es a la vez sutil, entretenido, provocativo y no fácil de captar. Esto lo creo, no con fe ciega, sino porque los que han leído mi manuscrito lo han encontrado de su gusto y me han estimulado a publicarlo. De modo que aunque no creo que este libro merezca censura, si alguien desea ser desagradable respecto a él, puede culpar, a la par mía, a mis amigos, especialmente al doctor John Wu, mi principal animador y cómplice, cuya asistencia me ha sido de muchas maneras utilísima. Vamos juntos en esto. Y podría también añadir que escribir este libro me ha dado más gusto que ningún otro de los que recuerdo. Así es que me confieso pertinaz impenitente. Mis tratos con Chuang Tzu me han sido de lo más satisfactorios.
John tiene la teoría de que en «alguna vida anterior» fui un monje chino. Yo no sé nada de eso y, por supuesto, me apresuro a tranquilizarlos a todos asegurándoles que no creo en la reencarnación (como tampoco él). Pero sí he sido monje cristiano casi veinticinco años, y con el tiempo, así se llega inevitablemente a ver la vida desde un punto de vista que ha sido común entre los solitarios y reclusos de todas las épocas y culturas. Podemos discutir sobre la tesis de que todo monacato, cristiano o no cristiano, esencialmente es uno. Yo creo que el monacato cristiano tiene evidentes características propias. Sin embargo, hay un modo de ver común a todos los que han resuelto poner en cuestión el valor de una vida enteramente sometida a arbitrarias proposiciones seculares, dictada por convencionalismos sociales y dedicada a buscar satisfacciones personales que quizá no son más que un espejismo. Cualquiera que sea el valor de la vida en el mundo, han existido en todas las culturas personas que aseguraban haber hallado en la soledad algo que preferían a todo lo demás.
San Agustín hizo una vez una afirmación algo atrevida (que matizó más tarde), diciendo: «Lo que se llama religión cristiana existió entre los antiguos y no ha dejado de existir desde el principio del género humano hasta la encarnación de Cristo» (De vera religione, 10). Sería desde luego una exageración llamar «cristiano» a Chuang Tzu y no es mi intención perder tiempo en especular sobre posibles rudimentos de teología que se podrían descubrir en sus misteriosas declaraciones sobre el Tao.
Este libro no intenta probar nada, ni convencer a nadie de algo que ya desde antes no tenga por cierto. En otras palabras, no es una nueva sutileza apologética (como tampoco un acto de prestidigitación jesuítica) en que por arte de magia se sacarán conejos cristianos de un sombrero taoísta.
Simplemente me gusta Chuang Tzu por ser lo que es y no siento ninguna necesidad de justificar esta afición ni ante mí mismo ni ante nadie. Es demasiado grande para necesitar de mis excusas. Si san Agustín podía leer a Plotino y si santo Tomás podía leer a Aristóteles y Averroes (ambos sin duda mucho más distantes del cristianismo que Chuang Tzu) y si Teilhard СКАЧАТЬ