El excéntrico señor Dennet. Inma Aguilera
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Название: El excéntrico señor Dennet

Автор: Inma Aguilera

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413485065

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СКАЧАТЬ cambié de registro rápidamente para señalar las novelas—: Pero esas no son de Austen, ¿cierto?

      Amalia me miró enigmática mientras cogía las obras para tendérmelas.

      —No, aunque he oído que están en la misma línea que ella. Puede que mejor.

      —Eso lo dudo —opiné escéptica observando sus portadas—. Jane Eyre, Agnes Grey y Wuthering Heights. Es decir, Cumbres borrascosas —leí y traduje del inglés.

      Cuando se percató de mi avispada inteligencia, Amalia no tardó en instruirme en su lengua materna, lo que a mí me resultó muy útil para leer novelas extranjeras y a mi amiga, para conversar conmigo al respecto. La de Mary Shelley por supuesto también se encontraba en el idioma de Shakespeare.

      Revisé todo posible detalle en los libros de Amalia que pudiera suscitar mi curiosidad. No tardé en deparar en algo, lo que motivó mucho a Amalia:

      —Te has dado cuenta, ¿verdad?

      —Los tres autores se apellidan igual: «Bell» —respondí rotunda, y aún más convencida añadí—: Son seudónimos. —Y al ver su prominente sonrisa, caí en lo que trataba de decirme—: Son mujeres.

      —Y hermanas —certificó Amalia gratificada, desplegando su enorme abanico de bordado—. Hace unos meses me dijeron que se había hecho muy famoso un libro de un tal Currer Bell. —Me indicó la novela de Jane Eyre—. Pero, curiosamente, a la vez salieron publicados otros dos por autores con su mismo apellido. Investigué un poco y resultó que Currer Bell se llama en realidad Charlotte Brönte.

      —No me suena —reconocí.

      —Pues créeme que lo oirás —asintió—. Se está haciendo de oro en Inglaterra con esta novela. Cosa que no puede decirse de Ellis Bell, o, más bien, de su hermana Emily.

      —¿No ha agradado Cumbres borrascosas? —pregunté alzando el tomo.

      —Desde luego no tanto como el de su hermana Charlotte —indicó Amalia retomando su té—. Dicen que es polémico, provocador…

      —Vaya, que ese es el primero que has adquirido —deduje, calada como la tenía.

      —Por supuesto —reconoció entre recatadas risas y aplausos—. Quería los tres, pero Cumbres borrascosas es el primero que pienso leer.

      —¿Ves como no todo es el romance? —me jacté.

      Sin embargo, la joven Heredia se inclinó hacia mí en su asiento.

      —Este supuestamente también es romance, Nía, y de los intensos. —Me guiñó un ojo, haciéndome sonreír—. Lo que trato de demostrarte es que hay muchos tipos de romance.

      —Y yo te digo que no —suspiré defendiendo mi postura—. ¿Cuántos libros habremos leído ya, Amalia? —Me recosté en el precioso sillón isabelino—. ¿Y en cuántos pasa siempre lo mismo? Hasta en los de Jane Austen —me exasperé un tanto cómica—. Siempre hay una muchacha insegura, con carácter o no, pero insegura, a la que se le aparece un caballero orgulloso que no se doblega por nada hasta que comprende que la ama. O ella le ama a él y se conquistan mutuamente. ¿No te cansa intuir tanto el final de una historia? ¿No te aburre?

      Amalia liberó un enorme e irónico suspiro ensoñador:

      —Oh, sin duda, es soporífero.

      Yo le di un pequeño achuchón cómplice por su escepticismo.

      —Hablo en serio, Amalia. Leo porque me gusta soñar y precisamente por ello no puedo soñar siempre con lo mismo, pues no hay mayor ponzoña para las ilusiones que el hastío. —Ya que me sonrió enternecida, tuve que decirlo—: A veces es más sano para el corazón soñar con verdaderos imposibles, que no te esperancen de ninguna manera. El romance planta una semilla de anhelo en el alma de las doncellas que se marchita cruelmente cuando es regada por la triste realidad de la arrogancia masculina.

      Amalia esbozó una mueca de desagrado:

      —En eso no puedo más que darte la razón. De ahí sostengo que el amor es un estupendo imposible con el que fantasear.

      Al momento dibujé una enorme sonrisa:

      —¿Lo dices por don Jorge?

      —¿Qué? —se escandalizó ella algo sobreactuada—. Por favor, no me ofendas con semejante sujeto. Bastante debo aguantar con que sea socio de la familia.

      —No finjas, Amalia, es evidente que le profesas los más bellos sentimientos.

      —Por enésima vez, eso no es cierto, Nía —negó apurada, aunque enseguida expresó desconsuelo—. Y, de serlo, como si le importase. Cuando nos tiene delante a ambas es obvio a cuál de las dos antepone.

      Yo resoplé.

      Jorge Enrique Loring Oyarzábal era el tercer hijo de George Loring, un comerciante originario de Massachusetts. Se afincó con su esposa en Málaga tiempo atrás y se habían convertido en una de las principales familias de empresarios junto con los Heredia y los Larios, incluso después de fallecer su progenitor, gracias a la formidable gestión de los hijos con sus propiedades. Jorge tenía ocho años más que nosotras, había cursado sus estudios en Harvard y mantenía algunas diferencias notables en su refinado comportamiento con las maneras que nos procurábamos en Málaga, pero desde el primer momento que Amalia posó su mirada de azabache en él, supe que esta le había entregado por completo su corazón.

      Sin embargo, dado el carácter orgulloso de mi amiga, esta prefería evitarle o saltar con alguna impertinencia de las suyas cuando Jorge le hablaba, lo que había provocado en el caballero una cierta preferencia hacia mi compañía. Pese a ello, yo sabía que en el fondo aquella actitud solo pretendía enmascarar su incomodidad hacia el desdén de la otra.

      —Qué diferente es usted de ciertas damas, señorita Cobalto —me expresaba el joven Loring cada vez que Amalia se mostraba desagradable con él—, sin duda la categoría no lo es todo en la educación de una mujer. Por eso, para mí usted es mucho mejor que la mecenas a la que tanto estima.

      Y yo me limitaba a sonreírle bastante apurada, pues lo que él denominaba categoría, yo lo consideraba libertad, y de haber dispuesto de ella, estaba convencida de que habría demostrado incluso más genio que Amalia a la hora de expresar mis ocurrencias. A pesar de saber que mi bajo nivel social nunca me lo permitiría.

      Dejaba mis reflexiones menos apropiadas para los poemas o relatos que escribía por pura afición y que no compartía ni siquiera con Amalia. Sencillamente porque no me convenía que se conociera esa parte de mí.

      Y eso era quizás lo que me tenía tan desencantada del romance o del amor.

      ¿Cómo iba a encontrarlo cuando no podía permitirme ser yo misma? Mucho menos con un hombre.

      Así asumí que todo buen sentimiento que me pudiera procesar un caballero como Jorge Loring, por muy distinguido que este fuera, sería para mí tan irreal como las novelas más rocambolescas. Además de que nunca podría traicionar a Amalia de ese modo sabiendo lo que sentía por él.

      —Eres tan hermosa —me dijo la Heredia de repente haciéndome sonreír—, normal que todos mis invitados se muestren embriagados por tu presencia. Contemplan esos ojos que tienes y dudan СКАЧАТЬ