Название: El orden de 'El Capital'
Автор: Carlos Fernández Liria
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pensamiento crítico
isbn: 9788446036258
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Más arriba ya habíamos hecho hincapié en este punto: el rodar de la bola no se opone al chocar contra el aire y al rozar contra el plano, al modo en que lo «platónicamente ideal» se opondría al sombrío mundo de las realidades materiales. El chocar o el rozar no son realidades ni más ni menos precisas que el rodar. En el momento en que la física decida ocuparse del rozamiento tendrá que operar del mismo modo matemático que ha actuado hasta el momento: tendrá que aislar algo así como un «rozamiento puro» para no confundirlo, por ejemplo, con otra realidad distinta, como, por ejemplo, el choque con el aire o la dilatación de los cuerpos. Se buscarán y se encontrarán, así, coeficientes de rozamiento absolutamente precisos. Lo mismo habrá que hacer cuando de lo que se trate sea de estudiar las leyes del choque entre los cuerpos, así sea con el aire o con un muro de hormigón. Frente a una realidad concreta cualquiera, como una bola de billar rodando por un tapete, habrá que investigar los distintos fenómenos que se están ensamblando ahí, el rodar de la bola, el rozar con el tapete, el chocar contra el aire, las precisas irregularidades de todos estos elementos, etcétera.
Así pues, perfectamente podría ocurrir, respecto del itinerario seguido por los tres libros de El capital, que comenzáramos estudiando cómo las mercancías se intercambiarían a su valor en un mercado ideal y perfecto, para acabar concluyendo, nada más ni nada menos, que, en la sociedad capitalista, esas cosas que aparecen «como una inmensa acumulación de mercancías» no son ni mucho menos fundamental ni esencialmente «mercancías», sino otra cosa, no, por cierto, de ningún modo más imprecisa, impura o inabarcable, sino, al contrario, tan susceptible de ser investigada como ya ha demostrado y va a seguir demostrando la paciencia de Marx en los dos millares de páginas de El capital. Y, en efecto, para terminar de dibujar el enigma del que nos tenemos que ocupar, podemos destacar que toda la tensión del Libro III puede condensarse en una sentencia que, bien mirada, implica una subrepticia pero espectacular enmienda a la primera frase del Libro I. El supuesto axioma a partir del cual se desarrolla todo El capital, «en las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista, la riqueza aparece como una inmensa acumulación de mercancías»[69], tiene, de pronto, que ser completado o en cierto modo corregido por esta otro del Libro III: «Toda la dificultad se produce por el hecho de que las mercancías no simplemente se intercambian como mercancías, sino como productos de capitales»[70].
«[…] como productos de capitales, que exigen una participación en la masa global de plusvalor, una participación proporcional a la magnitud de los capitales invertidos»[71]. Los que quieran adelantarse a los acontecimientos, pueden fijar su atención en que al hablar aquí de la magnitud de los capitales, no se distingue en absoluto si se trata de capital invertido en salarios (y, por tanto, en obreros que van a aportar una cantidad de trabajo al producto resultante) o si se trata de capital invertido en maquinaria y, por lo tanto, en unos cacharros que ciertamente habrá costado trabajo producirlos, pero que, por su parte, no van a aportar otra cosa que horas de funcionamiento y algo de desgaste. Decir que esa cuestión es irrelevante a la hora de fijar los precios a los que se intercambiarán las distintas mercancías es tanto como decir que la cuestión de la cantidad de trabajo cristalizada en las mercancías es a ese respecto irrelevante. Y eso es tanto como decir, en efecto, que la teoría del valor no resulta ya, en absoluto, operativa. Pero nunca se insistirá lo suficiente en que ese «ya» hace referencia, nada más ni nada menos, que a la sociedad capitalista que se pretendía desde el principio estudiar.
El que las cosas que «ruedan» por el mercado de la sociedad capitalista no sean mercancías y nada más que mercancías, sino mercancías que, antes de ser mercancías, han tenido ya que ser otra cosa, a saber, productos de capitales, no transforma la investigación del Libro III en más vacilante, oscura, ambigua o imprecisa. Quizá lo único que ocurre es que ahí se llega a hacer el descubrimiento de que, bajo condiciones capitalistas de producción, las cosas no pueden «rodar» como mercancías sin «chocar» al mismo tiempo como productos de capitales. Pero, como es obvio, nada de esto es la solución, sino tan sólo una manera de presentar el problema.
Un problema, por otro lado, que a la luz de cuanto acabamos de apuntar, ha aumentado, más bien, su carácter enigmático. ¿Cuál es la razón por la que Marx sigue considerando que sin la teoría del valor la economía política ni siquiera tiene sentido, cuando sabe perfectamente que en la sociedad capitalista las mercancías no se intercambian en tanto que mercancías (y por tanto, según la ley del valor), sino en tanto que productos de capitales (y, por tanto, a su precio de producción)?
¿O puede ser que, en el fondo, el intercambio de mercancías a sus precios de producción siga respondiendo, de todos modos, a la ley del valor, aunque de un modo encubierto? Ricardo había señalado ya que la divergencia de los precios de producción respecto del valor era aproximadamente de un 7 por 100 (lo que motivó el jocoso comentario de que Ricardo creía en la teoría del valor en un 93 por 100). Muchos economistas marxistas han trabajado en el problema de la transformación de valores y precios, intentando siempre defender que, siendo ambas cosas transformables, eso basta para demostrar que la teoría del valor sigue rigiendo, enmascarada, allí donde las mercancías se intercambian en tanto que productos de capitales. Por otra parte, desde el primer momento (desde antes incluso de que Engels publicara el Libro III con diez años de retraso sobre lo anunciado, es decir, en 1894) los marxistas se afanaron en demostrar que ocurriera lo que ocurriera con los intercambios individuales de mercancías, de todos modos, la suma de todos los valores y de todos los precios de producción coincidían, por lo que se podía decir que los capitalistas lo único que hacían es distribuirse el plusvalor pro rata del capital invertido, sin que eso cambiase para nada la naturaleza del asunto. Este recurso a los totales (incansablemente discutido) fue contestado muy pronto por Böhm-Bawerk (1896) en un texto clásico y con un argumento en cierta forma demoledor: aunque fuera verdad que los totales coincidieran, los totales, precisamente, no tienen nada que ver con el mercado, porque en el mercado se intercambian cosas individuales. En ese sentido, resultaría de lo más absurdo haber desarrollado una teoría para explicar los intercambios mercantiles que no fuera aplicable a ningún intercambio mercantil.
Por su parte, en España, Felipe Martínez Marzoa intentó demostrar que el famoso precio de producción no era más que «la verdadera expresión del valor» y que pretender que había una divergencia entre ambos era no haber comprendido hasta sus últimas consecuencias el concepto de trabajo «socialmente necesario», que es el único que cuenta a la hora de fijar el valor de una mercancía. A lo largo de las páginas de este libro, el lector podrá irse forjando una idea sobre tales distintas opciones. Ninguna de ellas es, sin embargo, la que se va a defender aquí.
El esquema que ofrecemos a continuación puede servir como un primer punto de referencia (que iremos completando progresivamente) para una localización somera de las distintas piezas del problema. No todos los elementos que figuran en él pueden ser entendidos mediante las explicaciones anteriores. Por el momento, su funcionalidad se propone resaltar los dos puntos neurálgicos en los que el itinerario de Marx se vuelve problemático y desconcertante. Lo interesante es advertir, ya desde ahora, que el modo en que se resuelva el СКАЧАТЬ