La Catedral. Vicente Blasco Ibanez
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Название: La Catedral

Автор: Vicente Blasco Ibanez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664111999

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СКАЧАТЬ saturada del olor del incienso y respiraba el perfume especial de moho y hierro viejo de las catedrales, sin más horizonte que las ojivas de enfrente o el campanario, que aplastaba con su mole un pedazo del cielo que se veía desde el claustro alto.

      El compañero Luna creyó retroceder de golpe a la niñez. Chicuelos semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas. El compañero vio aún borrosos en la pared dos monigotes que había pintado con carbón cuando tenía ocho años. Sin los pequeñuelos que gritaban y reían persiguiéndose, se hubiera creído que la vida estaba en suspenso en este rincón de la catedral, como si en aquel pueblo casi aéreo no naciese ni muriese nadie.

      El Vara de palo, cejijunto y sombrío desde las últimas palabras, quiso dar algunas explicaciones a su hermano.

      —Vivo en nuestra casa de siempre. Me la han dejado en consideración a la memoria del padre. Hay que agradecerlo a los señores del cabildo, teniendo en cuenta que no soy más que un triste Vara de palo.... Desde que ocurrió la «desgracia» tengo una vieja que arregla la casa, y además vive conmigo don Luis, el maestro de capilla. Ya le conocerás: un sacerdote joven, de mucho valer, que aquí está obscurecido; un alma de Dios, al que tienen por un loco en la catedral y vive como un ángel.

      Entraron en la casa de los Luna, que era de las mejores de las Claverías. Junto a la puerta, dos hileras de macetas en forma de relojera, clavadas al muro, dejaban pender las cabelleras verdes de sus plantas. Dentro, en la sala que servía de recibimiento, Gabriel lo encontró todo lo mismo que en vida de sus padres. Las paredes blancas, que con los años habían tomado un moreno color de hueso, estaban adornadas con grabados antiguos de santos. La sillería de caoba, brillante por el continuo frote, ofrecía cierto aspecto de juventud, que contrastaba con sus curvas de principios de siglo y sus asientos próximos a desfondarse. Por una puerta entreabierta se veía la cocina, en la que había entrado su hermano para dar órdenes a una mujer vieja de aspecto tímido. En un rincón de la sala estaba enfundada una máquina de coser. Luna había visto trabajando en ella a su sobrina la última vez que pasó por la catedral. Era el recuerdo permanente que había dejado la «pequeña» después de aquella catástrofe que despertaba en el padre un dolor sombrío. Al través de una ventana de la sala veía Gabriel el patio interior, que hacía apetecible aquella habitación entre todas las de las Claverías: un espacio de cielo libre, con los cuartos superiores sostenidos por cuatro filas de delgadas columnas de piedra, que daban al patio el aspecto de un pequeño claustro.

      Esteban volvió a reunirse con su hermano.

      —Tú dirás lo que quieres almorzar. En la cocina todo está listo. Pide, hombre, pide por esa boca. Aunque pobre, he de poder poco si no te saco a flote, quitándote ese aspecto de muerto resucitado.

      Gabriel sonrió tristemente.

      —Es inútil que te esfuerces. Mi estómago acabó. Le basta con un poco de leche, y gracias que lo admita.

      Esteban dio órdenes a la vieja para que bajase a la ciudad en busca de leche, y cuando iba a sentarse al lado de su hermano, se abrió la puerta que daba al claustro, asomando por ella una cabeza de hombre joven.

      —¡Buenos días, tío!—exclamó.

      Tenía un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba lustrosos tufos pegados arriba de las orejas.

      —Pasa perdido, pasa—dijo el Vara de palo.

      Y añadió, dirigiéndose a su hermano:

      —¿Sabes quién es éste...? ¿No? Pues el hijo de nuestro pobre hermano, que Dios tenga en su gloria. Vive en las habitaciones altas del claustro con su madre, que lava la ropa de coro de los señores canónigos y riza unas sobrepellices que da gozo verlas.... Tomás, muchacho, saluda al señor. Es tu tío Gabriel, que acaba de llegar de América, y de París, ¡y qué sé yo de dónde! De tierras que están muy lejos, muy lejos.

      El muchacho saludó a Gabriel, algo intimidado por la cara triste y enferma de aquel pariente, del que había oído hablar a su madre como de un ser misterioso y novelesco.

      —Aquí donde lo ves—prosiguió Esteban dirigiéndose a su hermano y mostrándole al muchacho—, es la peor cabeza de la catedral. El señor canónigo Obrero más de una vez le hubiese puesto de patitas en la calle si no fuese por consideración a la memoria de su padre y de su abuelo y al apellido que lleva, pues todos saben que los Luna son antiguos en la catedral como las piedras de sus muros.... No se le ocurre calaverada que no la realice: en plena sacristía jura como un impío a espaldas de los señores beneficiados. ¡No digas que no, granuja!

      Y le amenazaba con una mano, entre severo y risueño, como si en el fondo de su pensamiento le hiciesen cierta gracia las faltas del sobrino. Éste acogía la reprimenda con muecas que agitaban su cara de movilidad simiesca y sin bajar los ojos, que tenían una fijeza insolente.

      —Es una mala vergüenza—continuó el tío—que te peines así, como la chulería de la corte que viene a Toledo en las grandes fiestas. En la buena época de la catedral ya te hubiesen pelado al rape. Pero como en estos tiempos de desamortización, libertad y desgracias, nuestra santa iglesia es pobre como una rata, la miseria no deja humor a los señores del cabildo para fijarse en detalles, y todo anda abajo que da lástima. ¡Qué abandono, Gabriel! ¡Si lo vieras! Esto parece una oficina como esas de Madrid adonde va la gente a cobrar y echa a correr en seguida. La catedral es hermosa como siempre, pero no se encuentra por parte alguna la majestad del culto del Señor. Lo mismo dice el maestro de capilla, indignándose al ver que en las grandes fiestas sólo toman asiento en medio del coro hasta media docena de músicos. La gente joven que vive en las Claverías no tiene amor a nuestra Primada y se queja de lo cortos que son los sueldos, sin tener en cuenta el temporal que aguanta la religión. Si esto continúa, no me extrañará ver a este pájaro y a otros tan tunantes como él jugando a la rayuela en el crucero... ¡Dios me perdone!

      Y el simple Vara de palo hizo un gesto escandalizándose de sus palabras. Después continuó:

      —Este señorito, aquí donde lo ves, no está contento con su estado, y eso que, siendo casi un mocoso, ocupa el cargo que su pobre padre no pudo conseguir hasta los treinta años. Quiere ser torero, y hasta un domingo se atrevió a salir en una novillada en la plaza de Toledo. Su madre bajó desmelenada como una Magdalena a contármelo todo, y yo, pensando que su padre había muerto y me correspondía hacer sus veces, aguardé al señor cuando volvía de la plaza echándolas de guapo, y lo arreé desde la escalera de la torre hasta su habitación con la misma vara de palo que me sirve en la catedral. Él te dirá si tengo la mano dura cuando me enfado.... ¡Virgen del Sagrario! ¡Un Luna de la Santa Iglesia Primada metido a torero! ¡Poco rieron los canónigos y hasta el señor cardenal, según me han dicho, al conocer el caso! Un beneficiado de buen humor le apodó desde entonces el Tato, y así le llaman todos en la casa. ¿Has visto, hermano, qué honra proporciona a la familia este tuno...?

      El silenciario pretendía anonadar con su mirada al Tato, pero éste sonreía, sin impresionarse gran cosa con las palabras de su tío.

      —Y no creas, Gabriel—continuó—, que a este individuo le falta un pedazo de pan y por eso hace tales disparates. A pesar de su mala cabeza, tiene desde los veinte años el cargo de perrero de la santa catedral: ha llegado adonde sólo se llegaba en tiempos mejores después de muchos años y buenas agarraderas. Cobra sus seis realitos diarios, y como anda suelto por la iglesia, puede enseñar las curiosidades a los forasteros. Con las СКАЧАТЬ