Название: El Reino de los Dragones
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: La Era de los Hechiceros
isbn: 9781094342986
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Pero esto…no podía ser realmente…
Se acercó, y ahora podía empezar a asimilar el verdadero tamaño del huevo. Era enorme, tan grande que Nerra apenas podría rodearlo con los brazos si intentara abrazarlo. Tan grande que no podía ser de un pájaro.
Era de un color azul vivo y profundo, casi negro, con venas doradas que lo atravesaban como rayos de un relámpago en el cielo nocturno. Cuando Nerra estiró el brazo, con vacilación, para tocarlo, sintió que la superficie estaba extrañamente cálida, no del modo en que debería estarlo un huevo. Eso, además del resto, confirmaba lo que había encontrado.
Un huevo de dragón.
Eso era imposible. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien vio un dragón? Incluso las historias hablaban de enormes bestias aladas que volaban los cielos, no de huevos. Los dragones nunca eran algo inútil y pequeño. Eran enormes, atemorizante, e imposibles. Pero Nerra no sabía qué más podía ser esto.
Y ahora, la decisión es mía.
Sabía que no podía marcharse ahora que había visto el huevo allí, abandonado, sin señales de un nido de la forma en que los pájaros ponían sus huevos. Si hacía eso, lo más probable era que algo viniera y se comiera el huevo, destruyendo a la criatura en su interior. Eso, o la gente lo vendería, de eso no tenía dudas. O la aplastarían por el miedo. La gente, a veces, podía ser cruel.
Tampoco se lo podía llevar a casa. Quién se podría imaginar, pasando por las puertas del castillo con un huevo de dragón entre las manos. Su padre ordenaría que se lo quitaran inmediatamente, posiblemente para que Maese Gris lo estudiara. En el mejor de los casos, la criatura terminaría encerrada y maltratada en una jaula. En el peor…Nerra se estremeció ante la idea de que los académicos diseccionaran al huevo en la Casa del Conocimiento. Incluso el galeno Jarran probablemente querría destriparlo para estudiarlo.
¿En dónde, entonces?
Nerra intentó pensar.
Conocía el bosque como el camino hacia su habitación. Tenía que haber un lugar mejor que al aire libre en donde dejar al huevo…
Sí, sabía el lugar justo.
Envolvió al huevo entre sus brazos y lo levantó, sintiendo la extraña sensación del calor contra su cuerpo. Era pesado, y por un momento Nerra se preocupó de que fuera a soltarlo, pero logró sujetarse las manos y empezar a caminar por el bosque.
Le llevó un tiempo encontrar el lugar que estaba buscando, siempre alerta a los álamos que señalizaban la pequeña área en donde estaba la antigua cueva, marcada con piedras cubiertas de musgo desde hace mucho tiempo. Se abría en la ladera de una pequeña colina en el medio del bosque, y Nerra vio por el suelo a su alrededor que nadie la había utilizado como lugar de descanso. Eso era una buena señal. No quería llevar su premio a un lugar donde estuviese en un peligro inminente.
El claro le había sugerido que los dragones no hacían nidos, pero ella hizo uno para el huevo de todos modos, juntó ramas grandes y pequeñas, maleza y pasto, luego los entrelazó lentamente en un óvalo irregular en donde logró colocar el huevo. Los empujó a la parte oscura de la cueva, segura de que nadie podría verlo desde afuera.
–Ahí —le dijo—. Estará a salvo ahora, al menos hasta que decida qué hacer contigo.
Encontró ramas de árboles y follaje y cubrió la entrada intencionalmente. Recogió piedras y las acomodó allí, todas tan enormes que apenas las podía mover. Esperó que fuera suficiente para mantener alejadas todas las cosas que pudiesen intentar entrar.
Estaba terminando cuando escuchó un ruido y se volteó sobresaltada. Allí, entre los árboles, estaba el niño que había visto antes. Estaba parado observándola, como si intentara entender lo que había visto.
–Espera —le gritó Nerra, pero solo el grito lo sobresaltó.
Se volteó y salió corriendo, y Nerra se quedó pensando en qué había visto y a quién le contaría.
Tenía la horrible sensación de que era demasiado tarde.
CAPÍTULO SIETE
La princesa Erin sabía que no debía estar allí, cabalgando en el bosque hacia el norte, hacia la Espuela. Tendría que estar en el castillo, probándose un vestido para el casamiento de su hermana mayor, pero se retorcía solo de pensarlo.
Le traía demasiados pensamientos acerca de qué le esperaba a ella, y por qué se había ido. Como mínimo prefería estar cabalgando con una túnica, jubón y pantalones cortos antes de estar parada allí, jugando a vestirse de gala mientras Rodry y sus amigos se burlaban de ella, Greave estaba deprimido y Vars… Erin se estremeció. No, era mejor estar allí afuera, haciendo algo útil, algo que demostrara que era más que una hija para casarse.
Cabalgó por el bosque, apreciando las plantas a los lados del camino mientras pasaba, aunque esa era la fascinación de Nerra más que de ella. Cabalgó entre gruesos robles y abedules de plata, observando sus sombras e intentando no pensar en todos los espacios que dejaban esas sombras para que alguien se escondiera.
Probablemente su padre estaría furioso con ella por salir sin escolta. Las princesas necesitaban protección, le diría él. No salían solas a lugares como este, en donde los árboles parecían rodearlas y el camino era poco más que una sugerencia. Estaría furioso con ella por más que eso, por supuesto. Probablemente pensaba que no había escuchado la conversación con su madre, la que la había irse prácticamente corriendo hacia el establo.
—Tenemos que encontrar un esposo para Erin —había dicho su madre.
—¿Un esposo? Es más probable que quiera más lecciones con la espada —había contestado su padre.
—Y ese es el punto. Una mujer no debería hacer esas cosas, ponerse en peligro de esa manera. Tenemos que encontrarle un esposo.
—Después de la boda —había dicho su padre—. Asistirán muchos nobles al banquete y la cacería. Quizás encontremos a un hombre joven que pueda ser un esposo apropiado para ella.
—Quizás debamos ofrecer una dote por ella.
—Entonces lo haremos. Oro, un ducado, lo que sea más apropiado para mi hija.
La traición había sido instantánea y absoluta. Erin había dado zancadas hasta su habitación para juntar sus cosas: una vara, su ropa y un paquete lleno de provisiones. Entonces, se había jurado a sí misma que no volvería.
–Además —le dijo a su caballo—, tengo la edad suficiente para hacer lo que quiero.
Si bien era la menor de sus hermanos, tenía dieciséis. Puede que no fuera todo lo que su madre quería, era demasiado masculina con el cabello oscuro a la altura de los hombros para que no la estorbara y nunca había estado inclinada a coser, hacer reverencias o tocar el arpa. Aún así, era más que capaz de cuidar de sí misma.
Al menos, eso pensaba.
Tendría que serlo, si quería se parte de los Caballeros de la Espuela. Solo el nombre de la orden hacía que le palpitara el corazón. Eran los mejores guerreros del reino, cada uno de ellos era un héroe. Servían a su padre, pero también salían a enmendar injusticias y luchar contra los enemigos más difíciles. Erin daría cualquier cosa por СКАЧАТЬ