La Larga Sombra De Un Sueño. Roberta Mezzabarba
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Название: La Larga Sombra De Un Sueño

Автор: Roberta Mezzabarba

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Драматургия

Серия:

isbn: 9788835407485

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СКАЧАТЬ de la mujer. Teodato era un hombre despiadado que no se preocupaba de otra cosa que no fuese asegurarse una vida tranquila circundándose de riquezas y de comodidades, sin interesarse por el bienestar de su propio pueblo. Teodato fingía siempre: probablemente habría querido deshacerse de Amalasunta enseguida en cuanto se casaron pero, para mayor seguridad, pensó que le convenía alejar el delito de los lugares en los que ella era amada y protegida. Así que la condujo mediante engaños a la Toscana, con la excusa de ver sus posesiones, para, a continuación, llegar a Roma donde ella podría exteriorizar la fe que siempre la había animado. Pero Amalasunta no llegó jamás a Roma: en cuanto alcanzaron una etapa del camino que costeaba el lago Bolsena fue sacada del carro que la transportaba y puesta en una barca que la llevó a Martana donde se dice que estuvo exiliada y murió. Fue muy poco el tiempo en que Teodato dejó viva a la pobrecilla: era demasiado peligroso posponer su asesinato, no tanto porque ella podía invocar la ayuda de los romanos sino por los numerosísimos godos que despreciaban a Teodato creyendo que, por compasión, había sido relegada a una isla perdida. El modo en que Amalasunta fue asesinada no está claro pero la tradición dice que fue lanzada desde lo alto del precipicio sobre el que estamos en este momento».

      Ernesto había acabado con su relato y Greta se había perdido en no se sabe qué pensamientos: pensaba en Ernesto, en lo que le había dicho, pensaba en Amalasunta reina de los godos, en las historias que se entrelazaban en las piedras esparcidas por aquel terreno.

      ¿Quién sabe cuántas historias habrían visto aquellas piedras?

      Seguramente habían conocido a Amalasunta y hoy habían visto a Greta rendirse por segunda vez en su vida a las dulces y dolorosas delicias de sus sentimientos.

      6

      El día estaba a punto de terminar: el sol, bajo el horizonte, iluminaba con luces variopintas las nubes todavía altas en el cielo y las emociones, que parecían poseer a los dos muchachos como mareas tranquilas, impredecibles y devastadoras. Mientras descendían desde la cima del monte, por los escalones excavados en la roca, Greta viendo algunos ejemplares de nopales, le contó a Ernesto lo gigantescas que eran esas plantas en Sicilia y lo espectacular que era su puesta en escena; en las palabras de Greta había nostalgia y afecto hacia una tierra, la suya, que hacía ya seis años que no veía.

      Llegaron en poco tiempo a la pequeña barca que habían dejado en la orilla, acariciada dulcemente por las aguas del lago. Ernesto se apartó de la orilla de la isla clavando un remo en la tierra: el lago estaba moviéndose ligeramente debido a un viento fresco que se advertía fastidioso bajo los ligeros vestidos que acariciaba su piel y causaba ligeros escalofríos.

      Decidieron, aunque ya era tarde, hacer el recorrido alrededor de la isla con la barca antes de volver a tierra firme.

      Los acantilados oscuros, casi lúgubres, de los cuales Ernesto se mantenía a unos cincuenta metros de distancia, descendían de manera oblicua hacia el agua, los unos sobreponiéndose sobre los otros, como queriendo dar la sensación de que allí, en cualquier momento, podrían resbalar hacia las profundidades del lago, desapareciendo como si no hubiesen existido jamás. En cuanto llegaron a una punta en que la isla se dirigía hacia el este, se encontraron de frente a un bloque de piedra deslizado y que había quedado fuera del agua en una posición casi vertical.

      Parecía una estela fúnebre.

      Las ensenadas cortaban, con oscuras sombras, el acantilado que se elevaba alto hacia el cielo y con su forma de semicírculo hizo recordar a Greta un gigantesco anfiteatro en ruinas, único testimonio del consumido cráter de un turbulento volcán. Las piedras de la torre y de los diversos asentamientos, escombros esparcidos, que antes, vistos de cerca, le parecieron tan grandes y majestuosos, estaban demasiado lejos, en lo alto de aquella pared irregular, convertida en pavorosa por la oscuridad de la noche que avanzaba a pasos agigantados. También Ernesto le parecía muy distante, de aquellos momentos, gotas esparcidas por el rocío nocturno. Era tan irreal el pensamiento de él… sus palabras no eran más que un débil eco llevado por el viento oscuro del anochecer.

      Finalmente salieron de la sombra pavorosa que la isla proyectaba sobre las aguas del lago convirtiéndolas en sombrías, para encontrar el sol, el último resquicio de una gran naranja que había ya manchado todo el cielo de un resplandor rojo que se reflejaba con olas bermellón sobre la superficie del lago hasta alcanzar la embarcación y lo más profundo de sus corazones.

      La hora tardía y la extraña luz del sol al atardecer contribuían a suscitar en el alma de los dos muchachos una sensación de consternación, como si el fin estuviese ya próximo, como si el fin de aquel viaje no pudiese sino marcar, entre ellos, nada más que un adiós triste y doloroso.

* * *

      Estaba ya oscuro cuando Greta, de nuevo en pie sobre el muelle, esperaba que Ernesto terminase de atracar la barca. Las luces se encendían una a una, reflejando su brillo sobre la superficie ligeramente encrespada del lago.

      Se sentía avergonzada como la primera vez que consintió en salir con Alberto, hacía ocho años.

      «Alberto»

      El pensar en él la golpeó como una bofetada en plena cara, despertándola de sus sueños: en un cierto sentido ese día había traicionado, aunque sin darse cuenta, el recuerdo de aquel amor que ella había jurado que sería el único. Lo había traicionado acogiendo entre sus brazos la cabeza rizada de Ernesto.

      Esta consciencia caía sobre ella como la sombra de una tempestad inesperada.

      Se recuperó cuando Ernesto le estrechó la cintura con su brazo fuerte, musculoso y cálido.

      Los cabellos oscuros, despeinados por el viento, bailaban sobre sus ojos: él la apartó para ver todavía una vez más aquel rostro de mujer que le provocaba tantas sensaciones a la vez: habría querido poder leer en aquellos ojos oscuros como una noche sin luna.

      «Greta, es todo tan extraño… esta tarde, ahora, me parece vivir los últimos momentos de un adiós, como si estuviésemos despidiéndonos para no vernos ya más. La isla Martana causa a menudo melancolía en el corazón de quien la visita, pero esta noche tengo miedo de lo que siento dentro de mí… estás tan triste, amor mío».

      «No es culpa de la Martana, no es culpa suya… soy yo, yo que, vaya donde vaya, sólo soy capaz de causar dolor, incluso a una persona tan dulce como tú. Hay días en los cuales me siento muy distinta de la gente que me rodea, que me parece ser como uno de aquellos animales que se guardan dentro de las jaulas en un circo: un fenómeno de feria que sirve para atemorizar a los niños y para asombrar a los adultos. No sé lo que me sucede, incluso aquí, contigo. No consigo entender lo que tengo dentro: cientos, miles de voces murmuran, gritan su opinión, su historia y yo estoy condenada a no entender nada. Sólo una gran confusión, sólo eso percibo. Querría que el sonido relajante del mar que acaricia la orilla o cualquier escollo solitario en la noche, ahogase todo esto».

      Ernesto se había quedado sin palabras.

      Aquella muchacha lo atraía muchísimo pero, al mismo tiempo, era como si lo rechazase con todas sus complicaciones, con todos sus problemas que a una persona normal podían parecer puras tonterías. Veía la desesperación que anidaba en los rincones de la mente de la muchacha, la veía como la luz que se filtra desde una grieta, la sentía deslizarse sobre la piel como el agua, la respiraba en el aire como el incienso en las iglesias, habría querido evitarla como la sombra de un terrible presagio.

      La estrechó entre sus brazos.

      Le besó con dulzura los labios, luego se abrazaron un poco más, un largo rato, inmóviles bajo la luna, una hoz iridiscente apenas visible en el azul del cielo invadido por las negras nubes.

      Se despidieron. Y desde lejos, sólo Ernesto СКАЧАТЬ