Название: Llenas de Gracia
Автор: Johnnette Benkovic
Издательство: Ingram
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781936159628
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En esta forma de oración mental, “la mente no se ocupa tanto de razonar sobre Dios, sino en observar a Dios en simple fe y adoración… Contemplar es mirar a Dios con los ojos de la fe”.6 Como puede suceder en cualquier relación amorosa, mientras más tiempo dediquemos contemplando los ojos del ser amado, más enamoradas estaremos de esa persona. El padre Thomas Dubay se refiere a esta profundidad de la devoción como “un conocimiento del amor que no podemos producir, sino simplemente recibir… Es una conciencia sin palabras y un amor que nosotros no podemos iniciar o prolongar”.7
La contemplación difiere de la meditación en tres maneras distintas. La meditación es un tipo de oración que utiliza nuestro intelecto para estimular nuestro afecto hacia Dios. En este sentido, la meditación es una preparación para la acción de amar a Dios. La contemplación, por el contrario, presupone nuestro amor y nos mueve a partir de ese punto hacia delante.
Segundo, en la meditación tomamos en consideración los más pequeños detalles a medida que progresamos en amor a Dios, tal como cuando una que se está enamorando enumera los atributos que la atraen al otro—su bondad, su sabiduría, su fidelidad. En la contemplación, sin embargo, nuestra mirada de amor descansa sobre el Ser amado, sin entretenerse en este detalle o aquél. En la contemplación, sólo importa una cosa—estar con el Ser amado.
Finalmente, mientras que la meditación requiere mucha cooperación y esfuerzo de nuestra parte, en la contemplación todo depende de Dios. San Francisco de Sales nos recuerda que: “Nosotros no podemos despertar esta experiencia por elección, dado que no poseemos el poder de obtenerla cuando deseamos; no depende de nuestro esmero; es Dios quien la produce en nosotros cuando le place, a través de su gracia divina”.8
Santa Teresa de Jesús (de Ávila) contrasta la diferencia entre meditación y contemplación con un ejemplo de la naturaleza misma. Ella compara la meditación con regar un jardín con agua de un pozo. El jardinero tiene que ir al pozo y laboriosamente extraer el agua de la profundidad del pozo para llenar el cubo, el cual luego debe acarrear al sembrado y con mucho esfuerzo verter sobre las flores. Aún así, y a pesar de todo este esfuerzo, el jardinero está consciente de que hará falta que el agua de la lluvia se vierta del cielo para asegurar que la cosecha reciba agua en la abundancia que necesita.
La oración contemplativa, escribió Santa Teresa, es como un manantial que emerge en medio del jardín de nuestra alma, regando agua de vida a lo largo y a lo ancho del terreno de nuestro corazón. “Flores” espirituales de belleza, gracia, santidad, verdad y amor crecen bien y crecen saludables en este jardín de nuestra alma al recibir su sustento del agua de vida de este manantial. Más aún, este manantial de la contemplación produce resultados de manera más efectiva, y con menos esfuerzo, que el “agua del pozo” de la meditación. En la meditación se invierte gran cantidad de tiempo en aceptar y recibir el amor de Dios, y en dilucidar formas apropiadas de reciprocar ese amor. En la contemplación, el amor de Dios habita en el alma, transformando en gracia y vida nueva todo lo que toca en su camino. El alma percibe que es este amor al que ha sido llamado a experimentar desde sus comienzos, y que todas sus oraciones y todos sus esfuerzos han estado encaminados a culminar con este momento.
A pesar de que Dios puede otorgar y otorga este favor a cualquiera que Él elija, parece ser más usual que Él le conceda este favor de la contemplación a aquellos que han permanecido fieles a una vida de oración meditativa y a una vida virtuosa por algún tiempo.
El Poder Transformador de la Unión Mística
En su escrito Fire Within (El Fuego Interior), Thomas Dubay, S.M., nos dice que la experiencia de la oración contemplativa puede variar. Él dice: “A veces es una atención amorosa y encantadora, a veces es un anhelo árido purificante y otras veces es una gran sed de Él. Al principio es usualmente delicada y breve, pero a medida que se desarrolla se transforma en ardiente, poderosa, absorbente, prolongada. Siempre resulta transformadora para la persona”.9
Lo que esta cita nos enseña es que las infusiones divinas de gracia otorgadas a través de la contemplación pueden variar en calidad, intensidad y duración. La infusión de contemplación puede ser delicada o fuerte, sutil o intensa. Puede durar por unos segundos fugaces o puede elevarnos a las alturas por una hora, un día, una semana. A lo largo de una vida, todos los grados de variación pueden ser experimentados. Es siempre el Señor el que decide qué es lo que se necesita, cómo es necesitado, y hasta qué punto es necesitado.
Independientemente de las fluctuaciones en experiencia, la contemplación tiende hacia el progreso, transportándonos a una experiencia cada vez más profunda de oración. Eventualmente, puede conducirnos a una unión mística—una “unión secreta” con Dios que ocurre en el mismo centro de nuestra alma.
Un buen número de santos nos han descrito sus propias experiencias poderosas de unión mística con Dios. Consideremos estas palabras de Santa Teresa de Liseux, mejor conocida como la “Pequeña Flor”. Ella nos relata su propia experiencia de contemplación y de matrimonio espiritual en su autobiografía, Historia de un Alma:
Pocos días después de mi oblación al Amor Misericordioso de Dios, había comenzado en el coro el Camino de la Cruz, cuando súbitamente me sentí herida por un dardo de fuego tan ardiente que pensé que me moría. No sé como describir este rapto; no existe ninguna comparación que pueda hacer a uno comprender la intensidad de esa flama. Un poder invisible pareció arrojarme por completo al fuego… ¡Pero, oh! ¡Qué fuego! ¡Qué dulzura!
Cuando su Madre Superiora le preguntó si era la primera vez en su vida que experimentaba este rapto, ella respondió:
Madre, yo he experimentado éxtasis de amor varias veces; especialmente, una de las veces durante mí noviciado, cuando permanecí una semana entera verdaderamente muy lejos de este mundo; para mí, parecía como si hubieran arrojado un velo encima de todas las cosas de la tierra. Pero no fui consumida por una llama real, fui capaz de sostener esas delicias sin creer que su intensidad causara que mis cadenas terrenales se partieran en dos, mientras que en el día del cual le hablo, un minuto más, un segundo más, y mi alma hubiera abandonado su prisión… ¡Ay!—¡y ya me encontré en la tierra, y la aridez inmediatamente retorno a mi corazón!10
El Llamado a la Contemplación
Todas nosotras hemos sido llamadas a experimentar la contemplación. Louis Bouyer, en su obra Introduction to Spirituality (Introducción a la Espiritualidad), nos dice,
[la contemplación] está, en realidad, presente en estado germinal en los actos más elementales de la fe cristiana. Y podríamos decir que esta semilla se desarrolla hasta el grado en el que la fe nos conforma a ella misma mediante la obediencia… Desde una meditación cada vez más orientada hacia el misterio de Cristo, cada vez más absorta en Él, dado que toda la vida de aquél que medita aspira a conformarse con Él en fe, nace la contemplación, se podría decir, en cierto sentido, de forma bastante natural—sin que por ello deje de ser, por todo ello, gracia pura, ya que en realidad no es otra cosa que la gracia haciéndose sentir.11
Thomas Dubay, S.M., nos dice que hay algunos rasgos que son comunes a todas las infusiones divinas de la contemplación. Entre ellas están:
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