Estructura De La Plegaria. Diego Maenza
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Название: Estructura De La Plegaria

Автор: Diego Maenza

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Драматургия

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isbn: 9788835406082

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СКАЧАТЬ Sus pulmones ya lo pueden sentir, estoy seguro de ello, pues mis manos refrescan al compás de los masajes. Contemplo por vez última su culo perfecto de mancebo dominante. Lo volteo con su rostro hacia mí. Impacto el mentol sobre sus pectorales y aprovecho para palpar sus tímidos pezones que surgen sin osadía. El fuerte aroma del eucalipto me penetra.

      *

      En esta madrugada, ambos duermen con el rumiar de la lluvia azotando la calle. Ni el padre Misael ha tenido la ensoñación del cuchillo, ni el joven Manuel la visión de la bestia. Quizá se han ido para no volver. Estamos en el umbral de un día nuevo. En el centro de la ciudad, la lluvia arrastra todos los hedores de la calle del billar. El aguacero limpia el vetusto árbol del patio trasero. Durante las lluvias, algunos ingenuos aseguran que Dios es el que llora por todos los pecados de la humanidad. La imagen más acertada no estaría simbolizada por las divinas lágrimas que caen sobre el mundo, sino por el chisporrotear del orine que nos empapa, similar a éste, de Tomás, que ahora se desprende de la corteza del viejo almendro. Sea de una forma u otra, después de todo es del cuerpo del inmaterial Dios de donde proviene el líquido que nos baña.

      JUEVES

      Ardor y gelidez

      Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra.

      Me sacude una descarga quemante cuyo génesis es el occipucio y parte en éxodo destilando por toda mi espina dorsal. Mis tendones despiertan y me obligan a estirar la longitud de mi cuerpo en el placentero dolor que se consuma de manera orgásmica en mis calzoncillos. Siento cómo mi pene desciende de forma lenta, derribado por el agrado convulsivo de la polución al tiempo que en mi alma se gesta un vacío que no soporto. El frío resbala desde la ventana abierta y se columpia en el cortinaje con un ulular lánguido y consecutivo. Miro cómo el terciopelo se estremece contra la pared, impacta contra el vidrio de la ventana, contra el marco fabricado de abeto. Siento la brisa resbalar y colarse entre mis axilas, agitarme la piel en una ráfaga que eriza todo mi cuerpo. Suspiro. Me separo del interior maculado por el semen. Me levanto y rezo por la debilidad de mi carne.

      *

      La tibieza del café me incita a abandonarlo. Prefiero ingerir con sorbos ligeros el jugo de durazno. El muchacho me cuenta una historia un tanto profana pero no me atrevo a reprenderlo. Solo lo miro y esbozo una sonrisa fría. Hoy tampoco me acompañó en misa y me hizo tanta falta, sobre todo cuando el obispo Pío impuso la bendición. Lo miro y me extasío en sus facciones, en su mirada despreocupada, en el alborotado cabello de la mañana. Me levanto de la mesa con premura, tratando de esquivar hacia otro sitio mis ojos que se dirigen una y otra vez hacia él.

      *

      He caído con escalofríos. Hoy no saldré de casa ni atenderé a los feligreses que se preparan para el viernes santo. He dejado en encargo determinados compromisos menores, acogiéndome a la recomendación del doctor. El muchacho me prepara una infusión que ingiero junto a los medicamentos. Al voltearse puedo notar el movimiento de sus nalgas en un vaivén provocador. Me rindo al sueño.

      *

      Al despertar veo el rostro del chico. Me ha hecho compañía todo este tiempo que ha durado la fiebre. Me informa que ha preparado almuerzo y me reconforta el cuerpo con una sopa caliente que insiste en brindármela en la boca cucharada a cucharada. Luego viene un momento duro. Lo reprendo por haber examinado la pintura sin consentimiento y me contesta que deseaba saber lo que contenía el cuadro. No se trata de prohibirle el conocimiento, pero considero que debe consultar antes con una voz autorizada que le confirme si se encuentra capacitado o no para determinado saber. Me replica que se siente apto y me implora que lo guíe por el cuadro. Después de un forcejeo de súplicas y rechazos, cedo a la solicitud y le permito abrirlo. Él expande una cara de asombro. Es hermoso, dice, pero al mismo tiempo horrendo. Es nuestra alma, le digo o simplemente lo pienso. La conmoción residual de la fiebre me aturde. De momento solo me entran deseos de alejarme del muchacho, de gritarle que abandone mi habitación y desaparezca para siempre, que Dios me ha revelado que es un emisario del demonio. Me invade el afán por excomulgarlo de mi vida. Comprendo que haré todo lo contrario, porque me yergo hacia él y poso una mano en su hombro y la sostengo en un abrazo cargado de intenciones. Lo que presencias es un paraíso, un infierno, y esto de aquí, le digo con voz magnánima señalándole la parte central, es el mundo. Por ahora bastará con verlo, ya tendremos tiempo para estudiarlo parte a parte. Mi cuerpo no resiste el impulso y lo beso en la mejilla mientras desciendo mi mano hacia la hendidura de su espalda. Su reacción no es de rechazo. De forma inesperada me pide la bendición.

      *

      He enviado al muchacho al mercado por provisiones. Siento la ausencia y trato de luchar contra el deseo con una oración, pero estando arrodillado, las palabras se atoran en la garganta. Esta vez no consigo rezar. Me levanto, tomo una ducha de agua tibia, y me preparo a recibirlo lo mejor arreglado que puedo.

      *

      El muchacho al fin llega, pero lastimosamente acompañado de la señorita Raquel, una mujer servicial a disposición de la Iglesia, joven a pesar de sus casi cuarenta años, soltera a pesar de su belleza. Tras ella ingresa un séquito de damas que se han asociado para hacerme una visita y ofrendarme frutas, compradas precisamente, imagino, a la guapa solterona. Tomás saluda con ladridos de enfado. Las recibo con aparente agradecimiento, les doy, con la autoridad que me otorgan, un par de admoniciones, les impongo una que otra tarea para la preparación de la procesión de mañana y de forma delicada las despido aduciendo el pretexto de mi reposo. Cierro tras ellas la puerta, con su filo de hierro mohoso y de bisagras oxidadas, y me embarco en la búsqueda del chico por toda la casa.

      *

      Lo invito una vez más a mi habitación. Mantenemos una conversación acerca de ciertos aspectos teológicos que él debate con un leve conocimiento. Lo instruyo mientras poso mi mano abierta sobre su carnoso muslo apetecible. Lo incito a que iniciemos juntos una oración. Me poso detrás de él y elevamos la usual súplica compartida. Percibo el calor de su cuerpo que aplaca lo frío del ambiente y al mismo tiempo refresca la calentura de mis entrañas.

      *

      El cuerpo me vence. Me recuesto con el sabor de las frutas todavía patente en mi paladar. Ensayo una oración que se derrite en el intento. Mi cabeza no está aquí, sino en la figura del muchacho. Me dirijo con pasos tambaleantes hacia su puerta. La entreabro y descubro el cuerpo dormido en el placer de la siesta en una postura fetal con el bello trasero señalándome, incitándome a acariciarlo, a darle la mordida definitiva. Mi cuerpo aterido hierve de fiebre o de algo más. En un arrebato de lucidez retorno a mi cama.

      *

      He despertado con la sensación viscosa del sudor adherido a mi piel. Observo el destello del sol de la tarde que se refracta en el espejo e inunda la habitación con su resplandor, invadiendo cada esquina. Comprendo la necesidad de asearme, una ola de calor invade la alcoba y mi entrepierna está pastosa. La fiebre ha pasado. Imploro un poco de agua fresca.

      *

      He enviado indicaciones por escrito a los fieles para la procesión de viernes santo. El muchacho ha sido mi compañía mientras he redactado la misiva que luego se ha encargado de entregar estimulado por la promesa de enseñarle una parte del cuadro. No he podido reprimir mi interés por sus movimientos, mi mirada ha recaído durante todo instante en él. Incluso me ha hecho desviar la pluma en un par de rasgos.

      *

      El estuche del disco posee como carátula la imagen de un camino surcado por hojas otoñales que se pierde en un horizonte sugerente. El amarillento pasaje zanja un bosque de apacibilidad absoluta. Ningún pájaro lastima la tranquilidad. Ningún СКАЧАТЬ