Название: Obras Completas de Platón
Автор: Plato
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9782380372014
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SÓCRATES. —Indudablemente eso a nada conduciría, pero veamos bien si lo que pretende decir Nicias tiene algún valor, y si tú no tienes razón al acusarle de que todo es un hablar por hablar. Supliquémosle que nos explique más claramente su pensamiento, y si vemos que está la razón de su parte, seguiremos sus principios; si no lo está, trataremos de instruirle.
LAQUES. —Interrógale tú mismo, Sócrates, si quieres; yo bastante le he preguntado.
SÓCRATES. —Sea así; le interrogaré por ti y por mí.
LAQUES. —Como quieras.
SÓCRATES. —Dime, te lo suplico, Nicias, o más bien dinos, porque hablo también por Laques; ¿sostienes que el valor es la ciencia de las cosas que deben temerse y de las cosas que no deben temerse?
NICIAS. —Sí, lo sostengo.
SÓCRATES. —Sostienes igualmente, que esta ciencia no es dada a toda clase de gentes, puerto que no es conocida ni por los médicos, ni por los adivinos, que, por consiguiente, no pueden ser valientes, si no han adquirido esta ciencia. ¿No es esto lo que dices?
NICIAS. —Sí, sin duda.
SÓCRATES. —No se puede aplicar aquí el proverbio: una jabalina (jabata) comprendería esto; y la jabalina no es valiente.
NICIAS. —No, ciertamente.
SÓCRATES. —De aquí se infiere, Nicias, que estás persuadido de que la jabalina de Crommión[5] no ha sido valiente. No lo digo de burlas, sino muy de veras; es de necesidad que el que habla como tú no admita ningún género de valor en las bestias, o que conceda inteligencia a los leones, a los leopardos, a los jabalíes, para que sepan muchas cosas que la mayor parte de los hombres ignoran, a causa de su mucha dificultad. También es preciso, que el que sostiene que el valor es lo que tú dices, sostenga igualmente que los leones, los toros, los zorros, están dotados de valor, tanto los unos como los otros.
LAQUES. —¡Por todos los dioses, Sócrates, hablas perfectamente! Dime en verdad, Nicias, si crees que las bestias, que de común consentimiento pasan por valientes, son más hábiles que nosotros, ¿o te atreves a ir contra el común sentir y sostener que no son valientes?
NICIAS. —Te digo, en una palabra, Laques, que no llama valiente, ni a bestia, ni a hombre, ni a nadie que por ignorancia no teme las cosas temibles; yo le llamo temerario y estúpido. ¡Ah!, ¿piensas que llamo yo valientes a los niños, que por ignorancia no temen ningún peligro? A mi entender, no tener miedo y ser valiente son dos cosas muy diferentes; nada hay más raro que el valor acompañado de la prudencia, y nada más común que el atrevimiento, que la audacia, que la intrepidez, acompañadas de imprudencia; porque éste es el lote de la mayor parte de los hombres, de los mujeres y de los niños; en una palabra, los que tú llamas, con todo el mundo, valientes, yo los llamo temerarios, y no doy el nombre de valientes más que a los que son valientes e ilustrados, que son los únicos de los que quiero hablar.
LAQUES. —Mira, Sócrates, cómo Nicias se inciensa a sí mismo, mientras que a todos aquellos, que pasan por valientes, intenta privarles de este mérito.
NICIAS. —No es esa mi intención, Laques, tranquilízate; por el contrario, reconozco que tú y Lámaco[6] sois prudentes y sabios, puesto que sois valientes. Lo mismo digo de muchos de nuestros atenienses.
LAQUES. —Si bien tengo materia para responderte, no lo hago por temor de que me acuses de ser un verdadero exonio[7].
SÓCRATES. —¡Ah! No digas eso, te lo suplico, Laques; se ve claramente que no te has apercibido de que Nicias ha aprendido estas bellas cosas de nuestro amigo Damón, y que Damón es el íntimo de Pródico, el más hábil de todos los sofistas para esta especie de distinciones.
LAQUES. —¡Oh!, Sócrates, sienta bien en un sofista hacer vana ostentación de sus sutilezas, pero no en un hombre como Nicias, que los atenienses han escogido para ponerle a la cabeza de la república.
SÓCRATES. —Mi querido Laques, sienta bien en un hombre, a quien se le han encomendado tan graves negocios de gobierno, el trabajar para hacerse más hábil que los demás. He ahí por lo que me parece que Nicias merece algún miramiento, y que, por lo menos, es preciso examinar las razones que tiene para definir el valor como lo hace.
LAQUES. —Examínalas, pues, cuanto te plazca, Sócrates.
SÓCRATES. —Es lo que voy a hacer; pero no pienses que te voy a echar fuera; tendrás una parte en mi discurso. Fija bien tu atención, y ten en cuenta lo que voy a decir.
LAQUES. —Sea así, puesto que lo quieres.
SÓCRATES. —Bien; Nicias, dime, te lo suplico, tomando la cuestión en su origen, si no es cierto que desde luego hemos mirado el valor como una parte de la virtud.
NICIAS. —Es cierto.
SÓCRATES. —Conforme a tu respuesta, si el valor no es más que una parte de la virtud, ¿no hay otras partes, que reunidas con aquella constituyen lo que denominamos virtud?
NICIAS. —¿Cómo puede ser de otra manera?
SÓCRATES. —En este punto piensas como yo; porque además del valor, reconozco también otras partes de la virtud, como la templanza, la justicia y muchas otras. ¿No las reconoces tú igualmente?
NICIAS. —Sin duda.
SÓCRATES. —Bueno. Henos aquí de acuerdo ya sobre este punto. Pasemos a las cosas que son temibles y a las que no lo son; examinémoslas bien, no sea que tú las entiendas de una manera y nosotros de otra. Vamos a decirte lo que pensamos. Si no convienes en ello, nos dirás tu opinión. Creemos que las cosas temibles son las que inspiran miedo, y no temibles las que no lo inspiran. El miedo no lo causan, ni las cosas sucedidas ya, ni las que en el acto suceden, sino las que se esperan; porque el miedo no es más que la idea de un mal inminente. ¿No lo crees así, Laques?
LAQUES. —Sí.
SÓCRATES. —He aquí nuestro dictamen, Nicias. Por cosas temibles entendemos los males del porvenir, y por cosas no temibles entendemos las cosas del porvenir, pero que, o parecen buenas, o, por lo menos, no parecen malas. ¿Admites nuestra definición o no la admites?
NICIAS. —La admito ciertamente.
SÓCRATES. —¿Y la ciencia de estas cosas es lo que tú llamas valor?
NICIAS. —Es eso mismo.
SÓCRATES. —Pasemos a un tercer punto, para ver si nos ponemos de acuerdo.
NICIAS. —¿Qué punto es?
SÓCRATES. —Vas a verlo. Decimos Laques y yo que, en todas las cosas, la ciencia tiene un carácter universal y absoluto; no es una para las cosas pasadas, y otra para las cosas del porvenir, porque la ciencia siempre es la misma. Por ejemplo, en lo que mira a la salud, siempre es la misma ciencia de la medicina la que juzga de ella, y la que ve lo que ha sido, lo que es y lo que será sano СКАЧАТЬ