Obras Completas de Platón. Plato
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Obras Completas de Platón - Plato страница 49

Название: Obras Completas de Platón

Автор: Plato

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия:

isbn: 9782380372014

isbn:

СКАЧАТЬ —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Mi querido Alcibíades, ¿no sucede lo mismo con el alma? Para verse ¿no debe mirarse en el alma, y en esta parte del alma donde reside toda su virtud, que es la sabiduría, o en cualquier otra cosa a la que esta parte del alma se parezca en cierta manera?

      ALCIBÍADES. —Así me lo parece.

      SÓCRATES. —¿Pero podremos encontrar alguna parte del alma, que sea más divina que aquella en que residen la esencia y la sabiduría?

      ALCIBÍADES. —No ciertamente.

      SÓCRATES. —En esta parte del alma, verdaderamente divina, es donde es preciso mirarse, y contemplar allí todo lo divino, es decir, Dios y la sabiduría, para conocerse a sí mismo perfectamente.

      ALCIBÍADES. —Así me parece.

      SÓCRATES. —Conocerse a sí mismo es la sabiduría, según hemos convenido.

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —No conociéndonos a nosotros mismos, y no siendo sabios, ¿podemos conocer ni nuestros bienes, ni nuestros males?

      ALCIBÍADES. —¡Ah!, ¿cómo los conoceríamos, Sócrates?

      SÓCRATES. —Porque no es posible que el que no conoce a Alcibíades conozca lo que pertenece a Alcibíades, como perteneciendo a Alcibíades.

      ALCIBÍADES. —No, ¡por Zeus!, eso no es posible.

      SÓCRATES. —Sólo conociéndonos a nosotros mismos, es como podemos conocer, que lo que está en nosotros nos pertenece.

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Y si no conociésemos lo que está en nosotros, no conoceríamos tampoco lo que se refiere a las cosas que están en nosotros.

      ALCIBÍADES. —Lo confieso.

      SÓCRATES. —Hemos hecho mal, cuando hemos convenido en que hay gentes, que no conociéndose a sí mismos, conocen sin embargo lo que está en ellos, porque ni aun las cosas que pertenecen a lo que está en ellos conocen. Estos tres conocimientos: conocerse a sí mismo, conocer lo que está en nosotros, y conocer las cosas que pertenecen a lo que está en nosotros, están ligados entre sí; son efecto de un solo y mismo arte.

      ALCIBÍADES. —Así parece.

      SÓCRATES. —Todo hombre que no conoce las cosas que están en él, no conocerá tampoco las que pertenecen a otros.

      ALCIBÍADES. —Eso es verdad.

      SÓCRATES. —No conociendo las cosas pertenecientes a los demás, no puede conocer las del Estado.

      ALCIBÍADES. —Es una consecuencia necesaria.

      SÓCRATES. —¿Un hombre semejante puede ser alguna vez un buen hombre de Estado?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿Ni puede ser tampoco un buen administrador para gobernar una casa?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿Ni sabe lo que hace?

      ALCIBÍADES. —Nada sabe.

      SÓCRATES. —No sabiendo lo que hace, ¿es posible que no cometa faltas?

      ALCIBÍADES. —Imposible, ciertamente.

      SÓCRATES. —Cometiendo faltas, ¿no causa mal en particular y en público?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Haciendo mal, ¿no es desgraciado?

      ALCIBÍADES. —Sí, muy desgraciado.

      SÓCRATES. —¿Y aquellos a cuyo servicio se consagra?

      ALCIBÍADES. —Desgraciados también.

      SÓCRATES. —¿Luego no es posible que el que no es ni bueno, ni sabio, sea dichoso?

      ALCIBÍADES. —No, sin duda.

      SÓCRATES. —¿Todos los hombres viciosos son entonces desgraciados?

      ALCIBÍADES. —Muy desgraciados.

      SÓCRATES. —¿Luego no son las riquezas, sino la sabiduría la que libra al hombre de ser desgraciado?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Por lo tanto, mi querido Alcibíades, los Estados para ser dichosos no tienen necesidad de murallas, ni de buques, ni de arsenales, ni de tropas, ni de gran aparato; la única cosa de que tienen necesidad para su felicidad es la virtud.

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Y si quieres manejar bien los negocios de la república, es preciso que imbuyas a tus conciudadanos en la virtud.

      ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de eso.

      SÓCRATES. —¿Pero puede darse lo que no se tiene?

      ALCIBÍADES. —¿Cómo puede darse?

      SÓCRATES. —Ante todas cosas es preciso, pues, que pienses en ser virtuoso, como debe de hacer todo hombre, que no solo quiera tener cuidado de sí mismo y de las cosas que son suyas, sino también del Estado y de las cosas que pertenecen al Estado.

      ALCIBÍADES. —Sin dificultad.

      SÓCRATES. —No debes, por consiguiente, pensar en adquirir para ti y para el Estado un gran imperio y el poder absoluto de hacer todo lo que te agrade, sino únicamente lo que dicten la sabiduría y la justicia.

      ALCIBÍADES. —Eso me parece muy cierto.

      SÓCRATES. —Porque si tú y el Estado gobernáis sabia y justamente, obtendréis el favor de los dioses.

      ALCIBÍADES. —Estoy persuadido de ello.

      SÓCRATES. —Y gobernaréis justa y sabiamente, si como te dije antes, no perdéis de vista esa luz divina que brilla en vosotros.

      ALCIBÍADES. —Así parece.

      SÓCRATES. —Porque mirándoos en esta luz, os veréis vosotros mismos, y conoceréis vuestros verdaderos bienes.

      ALCIBÍADES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —Y obrando así, ¿no haréis siempre el bien?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Si hacéis siempre el bien, me atrevo a salir garante de que seréis siempre dichosos.

      ALCIBÍADES. —En esta materia eres tú una buena garantía, Sócrates.

      SÓCRATES. —Pero si gobernáis injustamente, y en lugar de suspirar por la verdadera luz, СКАЧАТЬ