Название: Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura)
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782380372021
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—Bien —le dije, echándome a reír—; confío en que mi juicio saldrá con bien de la prueba. Pero tiene usted cara de fatiga.
—Sí; la reacción se deja ya sentir en mí. Durante una semana voy a estar tirado como un trapo.
—Es sorprendente —le dije— cómo alternan en usted, con los accesos de magnífica energía y fortaleza, los paréntesis que yo calificaría de pereza en otra persona.
—Sí —me contestó—; llevo dentro de mí elementos para ser un grandioso vago, y también los que entran en la formación de un hombre de actividad extraordinaria. Muchas veces me acuerdo de estas líneas del viejo Goethe:
"Schade dass die Natur nur einem Mensch aus dir schuf
Denn zum würdigen Mann war und zum Schelmen der Stoff"
A propósito de este asunto de Norwood, dicho sea de paso, ya ha visto usted cómo tenían, según mi suposición, un socio dentro de la casa, y éste no puede ser otro que Lal Rao, el despensero. Jones no tendrá necesidad de compartir con nadie el honor de haber pescado un pez en su gran redada.
—El reparto me parece muy poco justo —dije yo—. Usted lo ha hecho todo en este asunto. Yo me llevo una esposa. Jones se lleva la fama. ¿Quiere decirme con qué se queda usted?
—Para mí —contestó Sherlock Holmes— aún queda el frasco de cocaína.
Y extendió en su busca, su larga y blanca mano.
FIN
Agradecimientos
La idea para este relato me la proporcionó mi amigo, el señor Fletcher Robinson, que me ha ayudado además en la línea argumental y en los detalles de ambientación.
A.C.D.
1. El señor Sherlock Holmes
El señor Sherlock Holmes, que de ordinario se levantaba muy tarde, excepto en las ocasiones nada infrecuentes en que no se acostaba en toda la noche, estaba desayunando. Yo, que me hallaba de pie junto a la chimenea, me agaché para recoger el bastón olvidado por nuestro visitante de la noche anterior. Sólido, de madera de buena calidad y con un abultamiento a modo de empuñadura, era del tipo que se conoce como «abogado de Penang»31. Inmediatamente debajo de la protuberancia el bastón llevaba una ancha tira de plata, de más de dos centímetros, en la que estaba grabado «A James Mortimer, MRCS32, de sus amigos de CCH», y el año, «1884». Era exactamente la clase de bastón que solían llevar los médicos de cabecera a la antigua usanza: digno, sólido y que inspiraba confianza.
—Veamos, Watson, ¿a qué conclusiones llega?
Holmes me daba la espalda, y yo no le había dicho en qué me ocupaba.
—¿Cómo sabe lo que estoy haciendo? Voy a creer que tiene usted ojos en el cogote.
—Lo que tengo, más bien, es una reluciente cafetera con baño de plata delante de mí —me respondió—. Vamos, Watson, dígame qué opina del bastón de nuestro visitante. Puesto que hemos tenido la desgracia de no coincidir con él e ignoramos qué era lo que quería, este recuerdo fortuito adquiere importancia. Descríbame al propietario con los datos que le haya proporcionado el examen del bastón.
—Me parece —dije, siguiendo hasta donde me era posible los métodos de mi compañero— que el doctor Mortimer es un médico entrado en años y prestigioso que disfruta de general estimación, puesto que quienes lo conocen le han dado esta muestra de su aprecio.
—¡Bien! —dijo Holmes—. ¡Excelente!
—También me parece muy probable que sea médico rural y que haga a pie muchas de sus visitas.
—¿Por qué dice eso?
—Porque este bastón, pese a su excelente calidad, está tan baqueteado que difícilmente imagino a un médico de ciudad llevándolo. El grueso regatón de hierro está muy gastado, por lo que es evidente que su propietario ha caminado mucho con él.
—¡Un razonamiento perfecto! —dijo Holmes.
—Y además no hay que olvidarse de los «amigos de CCH». Imagino que se trata de una asociación local de cazadores33, a cuyos miembros es posible que haya atendido profesionalmente y que le han ofrecido en recompensa este pequeño obsequio.
—A decir verdad se ha superado usted a sí mismo —dijo Holmes, apartando la silla de la mesa del desayuno y encendiendo un cigarrillo—. Me veo obligado a confesar que, de ordinario, en los relatos con los que ha tenido usted a bien recoger mis modestos éxitos, siempre ha subestimado su habilidad personal. Cabe que usted mismo no sea luminoso, pero sin duda es un buen conductor de la luz. Hay personas que sin ser genios poseen un notable poder de estímulo. He de reconocer, mi querido amigo, que estoy muy en deuda con usted.
Hasta entonces Holmes no se había mostrado nunca tan elogioso, y debo reconocer que sus palabras me produjeron una satisfacción muy intensa, porque la indiferencia con que recibía mi admiración y mis intentos de dar publicidad a sus métodos me había herido en muchas ocasiones. También me enorgullecía pensar que había llegado a dominar su sistema lo bastante como para aplicarlo de una forma capaz de merecer su aprobación. Acto seguido Holmes se apoderó del bastón y lo examinó durante unos minutos. Luego, como si algo hubiera despertado especialmente su interés, dejó el cigarrillo y se trasladó con el bastón junto a la ventana, para examinarlo de nuevo con una lente convexa.
—Interesante, aunque elemental —dijo, mientras regresaba a su sitio preferido en el sofá—. Hay sin duda una o dos indicaciones en el bastón que sirven de base para varias deducciones.
—¿Se me ha escapado algo? —pregunté con cierta presunción—. Confío en no haber olvidado nada importante.
—Mucho me temo, mi querido Watson, que casi todas sus conclusiones son falsas. Cuando he dicho que me ha servido usted de estímulo me refería, si he de ser sincero, a que sus equivocaciones me han llevado en ocasiones a la verdad. Aunque tampoco es cierto que se haya equivocado usted por completo en este caso. Se trata sin duda de un médico rural que camina mucho.
—Entonces tenía yo razón.
—Hasta ahí, sí.
—Pero sólo hasta ahí.
—Sólo hasta ahí, mi querido Watson; porque eso no es todo, ni mucho menos. Yo consideraría más probable, por ejemplo, que un regalo a un médico proceda de un hospital y no de una asociación de cazadores, y que cuando las iniciales CC van unidas a la palabra hospital, se nos ocurra enseguida que se trata de Charing Cross.
—Quizá tenga usted razón.
—Las probabilidades se orientan en ese sentido. Y si adoptamos esto como hipótesis de trabajo, disponemos de un nuevo punto de partida desde donde dar forma a СКАЧАТЬ