El azor. T. H. White
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Читать онлайн книгу El azor - T. H. White страница 6

Название: El azor

Автор: T. H. White

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

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isbn: 9788418217098

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СКАЧАТЬ dormidos. Estaba el hombre que contaba el número decreciente de debatidas tras cada visita; estaban los paseos por senderos solitarios durante el día, los cálculos mentales ante cada avance, las medias horas junto al fuego de la cocina en las que la estilográfica y el whisky trataban de seguirle el ritmo al sueño, los dedos que dolían por los picotazos, la búsqueda de carbón a través de la hierba nocturna cubierta de rocío bajo una enorme luna naranja en su último cuarto; había niebla, botas mojadas, silencio, soledad, estrellas, éxito y obediencia.

      La última noche se llegó a un punto crítico. La resistencia del hombre había resultado insuficiente contra la del azor, así que me había convencido ahora de que podría hacer la guardia en la cocina. Tenía un embaldosado que no se mancharía con sus heces, un fuego, un quinqué y un sillón. Mi querida perra Brownie se sentaba en una silla a la derecha del fuego, yo a la izquierda y el azor en medio, sobre una percha improvisada. Ya sin chillar, piando como un petirrojo, Gos no sabía hacia dónde mirar. Cuando aumenté la intensidad de la potente lámpara la miró atentamente, pues era mágica. El haz se elevó hasta el techo y él lo siguió con la mirada hasta el círculo de luz. Aumentaba y disminuía la cantidad de esta para mantenerlo despierto, y su cabeza se movía con ella. Levantó la cola, expulsó un chorro de heces sobre el suelo y miró alrededor con cansado orgullo de creador. Las horas pasaban y se le agachaba la cabeza, parpadeaba y se le cerraban los ojos. Me levanté para llevarlo en el puño de forma que no se durmiera, pero también estaba atontado por la guardia y no cogí las ataduras con fuerza. Las alas batieron en el momento erróneo, la lonja se me escapó y de pronto la rapaz exhausta estaba posada sobre una fuente sopera de porcelana de Sèvres, la única pieza de vajilla valiosa que había. El hombre machacado por el sueño afiló su ingenio para afrontar la nueva crisis. Ambos, pájaro y hombre, estaban demasiado cansados para causarle problemas al otro; pero, justo cuando estaba atando de nuevo al azor a la percha, mi perra se implicó como tercera parte. Brownie, que había sido durante dos años a menudo mi única y siempre mi principal y más querida compañera, había pasado días y noches sin recibir atención. Su cara ansiosa frente a esta deserción incomprensible se había vuelto cada vez más y más lastimosa al no recibir compasión y, de pronto, le fue imposible soportarlo. Vino humildemente, con el corazón roto, a pedir consuelo con miedo y desolación. Estaba incluso asustada de este nuevo amo, ausente y de ojos enloquecidos, y se acercó de una forma dolorosa de describir. Me dijo: «¿Me rechazas para siempre?». Así, en ese momento el hombre tuvo que reunir fuerzas para afrontar una nueva exigencia, para consolar a la pobre criatura con un corazón al que no le quedaban energías. Su cara confusa y afligida pudo incluso con el agotamiento.

      Cuando Gos finalmente se rindió, la conquista fue visible. Posado en el puño, dejó caer la cabeza y recogió las alas, ya no firmes y bien colocadas a la altura de los hombros, sino colgadas ahora a cada lado del cuerpo con los bordes humildemente apoyados sobre el brazo. Los párpados se le caían irresistiblemente sobre los ojos rendidos y la cabeza se le inclinaba del sueño que su amo, cansado como estaba, se veía forzado a negarle con un movimiento suave. Se había establecido un vínculo entre los dos protagonistas, de piedad por un lado y de confianza por el otro. Habíamos esperado pacientemente setenta y dos horas este momento; el momento en el que el azor, no coaccionado por alguna crueldad sino solo por el deseo de dormir (que no relacionaba conmigo), pudo decir por primera vez con confianza: «Tengo tanto sueño que confiaré en este guante como percha en la que dormir, a pesar de que me acaricias, a pesar de que no tienes alas y tu pico es de cartílago flexible».

       Jueves

      Un azorero solitario y económicamente independiente tenía poco tiempo para vivir una vida propia; de hecho, no podía vivir en absoluto, ya que su vida era su trabajo. En este aspecto, se parecía al jornalero del siglo pasado. Cada vacación que se tomaba del azor, este retrocedía en su adiestramiento el doble de rápido de lo que se podía esperar avanzar. Teóricamente, debería haber llevado a la criatura consigo dondequiera que fuese, desde el amanecer hasta la noche, y solo haber visitado sitios que convinieran al azor. Ahora lo estaba amansando y lo exponía sucesivamente a una conmoción tras otra. Debía planear sus excursiones en base a esta idea, de forma que se encontrase progresivamente con un extraño que se mantuviera quieto, con un extraño que anduviera y corriera, con dos extraños, niños, grupos, un ciclista, un automóvil, tráfico, y así sucesivamente. En todo momento el pájaro debería haber vivido, y haberse alimentado, exclusivamente en el guante. Tendría que haber aprendido a considerarlo su percha y hogar natural, de forma que cuando llegase el grandioso y lejano día en que volase libre, volviera a este automáticamente, al no tener vida fuera de él. La forma más rápida de adiestrar un azor habría sido levantarse a las seis de la mañana y llevar al pájaro consigo durante doce horas diarias, uno o dos meses, sin pausa.4 De esta forma, incluso un azorero con servicio habría sido un hombre ocupado.

      Me desperté de nuevo al mediodía, puesto que ahora el problema de la comida se tornaba urgente. No solo debía, idealmente, llevar a Gos conmigo todo el día, sino que también estaba la necesidad de cazar su comida y prepararme la mía. Esto trae a colación el siguiente factor importante, no el de la resistencia nocturna o de el de la incesante fuerza de voluntad diaria implícita en este tipo de existencia de colonizador, sino el del clima y la estación. Nada estaba más entretejido en la esencia de la cetrería que el sol y el viento. Tanto tiempo al aire libre le aportaba un cariz peculiar al asunto, un trasfondo vital muy diferente al trasfondo local de un árbol o una casa. El mismo campo o el azor eran diferentes bajo la lluvia, las mismas circunstancias eran alegres o tristes dependiendo de si brillaba el sol. Cuando ya llevaba en el oficio un mes o dos, los granjeros me preguntaban si haría bueno por la mañana de la misma forma en la que se supone que ha de preguntársele a un marinero. No confiaban mucho en mi juicio, es cierto, pero de vez en cuando se molestaban en preguntar y valorar la respuesta, ya que sabían que miraba al cielo asiduamente. Me equivocaba tan a menudo como ellos, es decir, generalmente.

      Así que debería dar una idea del clima cuando empezamos. Era a finales de julio, y aunque la primavera y el verano habían sido horribles en Inglaterra, justo entonces tuvimos algunos días buenos. Esto confirió un tono alegre a las primeras jornadas con Gos, así que las recuerdo como días de largas caminatas. Por las tardes solía principalmente salir a por su comida, ya que era preferible que se le diera fresca cada día. Di largos paseos, muy contento de encontrarme solo al fin, con el cañón de la escopeta caliente al sol; los setos estivales rezumaban vida, y estuve al acecho durante largos periodos y cacé sin problemas a conejos que estaban quietos. No disparaba en absoluto por deporte, sino por necesidad, y era esencial que volviese con el azor lo antes posible. La exigencia de no perder el tiempo y matar con convicción me afectaban terriblemente a la hora de disparar y me provocaban una terrible ansiedad, y me preguntaba qué pasaría cuando la siguiente guerra mundial nos hubiera reducido al salvajismo y a cazar para comer. El arte de la caza al salto caería en desuso entonces, cuando los cartuchos que hubieran sobrado del combate fuesen escasos y la comida muy preciada. Cuando se acabasen los cartuchos del todo, el azor sería una verdadera bendición. Los franceses lo llamaban cuisinier, aquel que proveía de vianda en el comedor.

      Después estaba la imagen extrañamente salvaje del hombre asado por el sol que, después de haberse acercado con sigilo al conejo y haberlo matado golpeándolo rápidamente en la cabeza, lo pone boca arriba e inmediatamente empieza a pasar la afilada hoja del cuchillo por la piel del estómago. La tranquila elegancia con la que el cazador suele arrastrar el cadáver y lo lanza por encima de la hembrilla de una puerta como algo ya sin importancia había desaparecido. Suponía que un observador escondido habría pensado que me había vuelto un animal de nuevo, como un aborigen o un zorro, o incluso como el azor mismo. La soleada imagen era primero una en la que había movimiento sigiloso, tornado de golpe actividad súbita por el fuerte estallido, la carrera y el golpe de gracia; y luego, de nuevo, se volvía estática, una corta confusión de pequeños movimientos inclinada sobre la presa. Era necesario eviscerar a esos conejos lo más rápidamente posible, dado que así se mantenían frescos.

      Fue ese día que vi lo que entonces pensé que era una pareja de gavilanes. La mayor СКАЧАТЬ