Название: Una vida
Автор: Simone Veil
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9789876145763
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En ese momento la gente se volvió loca y el pánico se extendía por París y también por las grandes ciudades de provincia. Durante algunas semanas, el fenómeno del éxodo había tomado proporciones asombrosas. La atmósfera en el país era exactamente la que describe Irène Némirovsky en su relato Suite francesa. Esta fiebre duró poco. Con el armisticio llegaron el abatimiento y el silencio. Como no ocurría nada nuevo pasamos el verano en La Ciotat antes de volver a Niza, donde la vida retomó finalmente su curso.
La vuelta al colegio transcurrió con normalidad: el liceo de día, la vida familiar de noche, las exploradoras los días libres. Sin embargo, nuestra situación material se degradó con rapidez. El invierno fue muy frío y tuvimos dificultades reales para encontrar carbón. Las restricciones alimentarias tampoco tardaron en llegar: se sabe que la región de Niza produce más flores que lácteos y verduras. La población vivía muy mal entonces, y nosotros no éramos la excepción.
En este contexto y más allá de la atención que le prestábamos a las noticias que llegaban de Vichy (9), quedamos muy impresionados al escuchar el anuncio, en el mes de octubre, del primer estatuto para los judíos. Nuestro padre, que era muy del estilo “ex combatiente”, no podía creer que esas disposiciones llevasen la firma del mariscal Pétain. Todos sabemos el contenido. A partir de ese momento, los judíos pasaban a ser segregados administrativamente, una medida absolutamente escandalosa en el país de los derechos humanos. Se consideraría “judío” a quien tuviese tres abuelos judíos, ¡pero se necesitaban sólo dos si se estaba casado con un cónyuge judío! Clasificados de esta manera, a los judíos se les prohibía ejercer cualquier tipo de actividad tanto en el sector público como en la esfera de los medios, mientras que el ejercicio de otras profesiones estaría regido por cuotas restrictivas. Esto llevó a que en diciembre de 1940 dos de mis profesoras tuvieran que dejar sus puestos. En cuanto a nuestro padre, quien ya hacía unos años no tenía mucho trabajo, directamente le fue retirado el derecho a ejercer su profesión. Afortunadamente unos amigos arquitectos lo ayudaron dándole algunos encargos, pero su actividad se había vuelto todavía más marginal, ya que ellos tampoco tenían muchas obras. Todo se complicaba día a día. Escasez de provisiones, recursos en constante baja: pese a la discreción habitual de mis padres en torno a temas monetarios, no era muy difícil adivinar las dificultades a las que tenían que enfrentarse. La situación no dejó de empeorar. Recuerdo, uno o dos años más tarde, cuando mi hermana mayor, al volver del banco, nos anunció que en nuestra cuenta no quedaba ni un centavo.
Era claramente una época de vacas flacas. Por supuesto que mi padre quería mucho a mi madre, y también le habría gustado no tener que compartir esa situación con sus hijos, a quienes amaba con ternura. Sin embargo, era un hombre de principios, que siempre había manejado con mucho rigor los gastos de la casa. Ya antes de la guerra, los dulces que a mamá le gustaba darnos, a decir verdad bastantes ligeras como un pain au chocolat, no eran contabilizadas en el presupuesto general. Cuando llegó la austeridad, todo se complicó y los cuatro adolescentes que éramos quedamos muy marcados. Sentíamos que mamá dependía demasiado de papá y eso no nos gustaba. Ella, que nunca había trabajado y por ende nunca había sido autónoma financieramente, tenía que rendir cuentas detalladas. Todos estábamos muy atentos a las advertencias que nos daba. Conservo de esto un recuerdo emotivo y una lección inolvidable: “No sólo hay que trabajar, sino que además hay que tener un verdadero oficio”. Así, cuando mucho más tarde mi marido se animó a sugerirme que la educación de nuestros hijos podría obligarme a no trabajar, me opuse con firmeza.
Entre tanto, a partir de 1941 los judíos fueron obligados a registrarse; primero los extranjeros, que había en gran cantidad en Niza, luego los franceses. ¿Qué significaba esto? ¿No éramos acaso tan franceses como los otros? Pese a todo, igual que la casi totalidad de las familias judías nos plegamos a esta formalidad, acostumbrados a respetar la ley y sin querer pensar demasiado en las implicaciones: el presente era demasiado preocupante como para hacerse preguntas sobre el futuro. De hecho, no teníamos por qué avergonzarnos de lo que éramos. ¿Es necesario aclarar que fui un poco más reticente que los otros?
Durante este período Niza no paraba de recibir refugiados judíos que huían del norte de Francia para llegar a la zona libre; este fenómeno aumentó todavía más con la ocupación del sureste de Francia por parte de las tropas italianas, a fines de 1942. Su llegada era la consecuencia de la invasión alemana de la zona libre después del desembarco de los aliados en África del Norte. Hay que señalar que los italianos tenían una actitud bastante tolerante con los judíos franceses. Paradójicamente, eran más liberales con nosotros de lo que habían sido las autoridades de nuestro propio país. Los alemanes, que en los territorios que iban ocupando arrestaban a los judíos a diestra y siniestra, no tardaron en condenar la relativa benevolencia de los italianos, aunque sin grandes resultados. De manera que, hasta el verano de 1943, el sureste de Francia fue un refugio para los judíos, al principio porque estaba en la zona libre, luego porque estaba ocupado por los italianos. Así Niza vio aumentar su población en varios miles de habitantes en sólo algunos meses.
Cinco nuevos miembros de la familia habían llegado a Niza, cerca de donde vivíamos, complicando aun más las dificultades materiales que debíamos enfrentar. El hermano de papá, que era ingeniero, había sido arrestado en París durante la gran razia de médicos e ingenieros. Tomado prisionero en el campo de Compiègne, estuvo tan enfermo que las autoridades decidieron hospitalizarlo. Cuando se curó fue liberado y dos años más tarde vino a instalarse en Niza con su mujer y sus tres hijos. Sus relatos nos alarmaron aun más. Estábamos muy preocupados por el futuro. Y no había manera de estudiar en este contexto. Mi hermano Jean decidió bruscamente dejar sus estudios y empezó a trabajar como fotógrafo en los estudios de cine de Niza. Milou, que acababa de obtener su bachillerato, consiguió un contrato como secretaria para poder aliviar un poco las maltrechas finanzas familiares. Denise decidió dar clases particulares de matemáticas. Así lográbamos sobrevivir, en estado de suspensión, mientras pasaban los meses y la llegada de inmigrantes no cesaba. Encontrábamos cada vez más familias judías en situaciones tan comprometidas que los hospedábamos por unos días. A decir verdad, no dejaba de asombrarnos su respeto por las prácticas religiosas: era la primera vez que veíamos gente que seguía el shabat, con la kipá puesta, sin hacer nada, esperando que pase el día, en medio de la oscuridad. Lo mismo que nosotros, que no seguíamos las mismas prohibiciones pero que por respeto nos demorábamos en prender la luz.
Después de la caída de Mussolini, en el verano de 1943, los italianos firmaron un armisticio y abandonaron la región. Ahí empezó la tragedia. El 9 de septiembre de 1943, la Gestapo desembarcó en Niza, incluso antes que las tropas alemanas. Sus servicios se instalaron en el hotel Excelsior, en pleno centro, y comenzaron СКАЧАТЬ