Días de magia, noches de guerra. Clive Barker
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Название: Días de magia, noches de guerra

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525897

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СКАЧАТЬ —protestó Shape, con su voz temblorosa por el miedo—. ¡No quiero ir solo!

      Pero era demasiado tarde. Ya había atravesado el umbral. Se produjo una respuesta inmediata en el interior; el estruendo de un número infinito de cosas con caparazones se alzó de sueños cobardes, frotando sus duras y espinosas piernas, desplegando sus ojos acechantes…

      —¿Qué tienes aquí? —quiso saber Vol—. ¿Escorpiones hobarookianos? ¿Un grandioso nido de moscas aguja?

      —¡Lo descubrirá él! —dijo Carroña, señalando con la cabeza en dirección a Shape.

      —¡Luz, Señor! —suplicó Shape—. Por favor. Al menos algo de luz para que pueda ver.

      Tras un momento de dudas, Carroña pareció ablandarse y, sonriendo a Shape, introdujo la mano en sus ropas, como si pretendiera producir algún tipo de lámpara. Pero lo que sacó parecía más un tapón pequeño, que colocó en el dorso de su mano izquierda.

      Allí empezó a girar y, mientras lo hacía, desprendía olas de luz parpadeante, que iban creciendo en luminosidad.

      —¡Cógelo! —dijo Carroña, y lanzó el tapón a Shape.

      Shape hizo un torpe intento de atraparlo, pero el objeto fue más listo que él, rodó entre sus dedos y golpeó el suelo. Siguió girando dentro de la Pirámide, mientras crecía su luminiscencia.

      Shape apartó la vista del tapón para mirar el espacio que la ambiciosa luz estaba llenando. Soltó un pequeño gemido de terror.

      —Espera —dijo Leeman Vol—. Solo puede haber un insecto que desprenda un hedor así.

      —¿Y cuál es? —preguntó Carroña.

      —Sacbrood —contestó Vol, con la voz llena de terror.

      Carroña asintió.

      —Oh, Dioses… —murmuró Vol y avanzó unos pasos hacia la puerta para ver mejor la multitud de dentro—. ¿Los pusiste tú allí?

      —Yo sembré las semillas, sí —contestó Carroña—. Hace incontables años. Sabía que algún día los necesitaríamos. Tengo un asunto muy importante que encargarles.

      —¿Cuál es ese asunto?

      Carroña sonrió dentro del caldo de sus pesadillas.

      —Algo grandioso —contestó—. Créeme. ¿Algo grandioso?

      —Oh, puedo imaginarlo —dijo Vol—. Grandioso, sí…

      Mientras hablaba, una extremidad de quizá dos metros y medio y dividida en varios segmentos espinosos apareció de entre las sombras.

      Leeman soltó un grito de alarma y retrocedió desde la puerta.

      Pero Carroña era demasiado veloz para él. Le asió el brazo y detuvo su avance.

      —¿A dónde crees que vas? —dijo.

      Con el pánico, las tres voces de Vol se pisaban unas a otras.

      —Se están moviendo.

      —¿Y bien? —dijo Carroña—. Nosotros somos los amos aquí, Vol, no ellos. Y si se les olvida, entonces se lo tendremos que recordar. Debemos controlarlos.

      Vol miró a Carroña como si el Señor de la Medianoche estuviera loco.

      —¿Controlarlos? —dijo—. Hay cientos de miles de ellos.

      —Yo necesito un millón para el trabajo que quiero que hagan —dijo Carroña. Se acercó a Vol y le sujetó tan fuerte que Vol tenía que luchar por respirar—. Y créeme, hay millones. Estas criaturas no se encuentran solo en las Pirámides. Han cavado en la tierra que tienen debajo las Pirámides y se han construido colmenas. Colmenas del tamaño de ciudades. Cada una de ellas está repleta de celdillas, y cada una de esas celdillas, llenas de huevos, todos ellos listos para nacer con una sola orden.

      —¿Tuya?

      —Nuestra, Vol. Nuestra. Tú nos necesitas a mí y a mi poder para que te protejamos de la masacre cuando llegue el Día Final, y yo necesito tus bocas para comunicarme con el sacbrood. Es justo, ¿no crees?

      —Sssí.

      —Bien. Entonces estamos de acuerdo. Ahora escúchame, Vol: voy a soltarte. Pero no intentes huir. Si lo haces, no me lo tomaré bien. ¿Me entiendes?

      —Eeeentiendo.

      —Bien. Entonces… veamos qué aspecto tienen nuestros aliados de cerca, ¿te parece? —dijo, mientras le soltaba.

      Leeman Vol no intentó huir, a pesar de que las plantas de sus pies lo estaban deseando.

      —Protégete los ojos, Leeman —le instruyó Carroña—. Esto se iluminará mucho.

      Introdujo la mano entre los pliegues de su ropa y sacó una docena de tapones luminosos. Volaron en todas direcciones, girando y desprendiendo luz. Algunos subieron hasta las alturas de la Pirámide, otros cayeron por agujeros que se habían abierto en el suelo, algunos salieron disparados a derecha y a izquierda e iluminaron otras cámaras y antecámaras. De los reyes y reinas que habían sido enterrados en las Pirámides para su descanso eterno con tanta panoplia no quedaba nada. Los sarcófagos que habían hospedado sus venerados restos habían desaparecido, igual que los libros y pergaminos sagrados que contenían las oraciones que se habían escrito para acompañarles sosegados al paraíso; no quedaba nada. Los esclavos, caballos y pájaros sagrados sacrificados para que sus espíritus escoltaran las almas reales en la Carretera Eterna también habían desaparecido. El apetito del sacbrood lo había devorado todo: oro, carne y hueso. La gran tribu devoradora se había quedado con todo. Lo había masticado y digerido.

      —¡Mira! —exclamó Carroña mientras inspeccionaba los ocupantes de la Pirámide.

      —Ya lo veo —dijo Vol—. Créeme, ya lo veo.

      Ni siquiera Vol, quien tenía una enciclopedia de conocimientos sobre el mundo de los insectos, estaba preparado para el horror de las formas de esas criaturas; ni para su infinita variedad. Algunos de los sacbrood eran del tamaño de gusanos y estaban rodeados por grandes charcos de vida apestosa, con sus cuerpos siseando cuando se retorcían uno contra otro.

      Algunos parecían tener cientos de extremidades y se escabullían en hordas por el techo, ocasionalmente girándose hacia uno de los suyos y sacrificándolo a su apetito. Algunos eran planos como hojas de papel y se deslizaban por el suelo sobre una película de babas.

      Pero estos eran lo de menos. Había sacbroods del tamaño de luchadores obesos, otros tan grandes como elefantes. Y en las penumbras de detrás de esas enormidades había enormidades aún mayores, cosas que no podían comprenderse con un simple vistazo, porque su inmensidad desafiaba incluso a la mirada más ambiciosa. Ninguno parecía estar asustado por las luces que quemaban a su alrededor, ni siquiera después de haber pasado tanto tiempo entre penumbras. Más bien buscaban la luz con hambre, de modo que parecía que todo el contenido de la Pirámide se estaba moviendo hacia la puerta, dejando al descubierto sus terribles anatomías con más y más claridad. Sus extremidades producían sonidos secos como si fueran tijeras, sus dientes castañeteaban como monos encolerizados, СКАЧАТЬ