Название: Descolonizar
Автор: Raúl Zibechi
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9789974872394
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Una orientación contraria al pragmatismo electoral se reafirma en la última serie de comunicados, que se pueden sintetizar en la siguiente frase: «No queremos solo cambiar de gobierno, queremos cambiar de mundo». Y la apuesta a transformar la realidad desde abajo, por fuera del Estado y de las instituciones.
La comunidad por dentro
En la comunidad Ocho de Marzo, perteneciente al municipio Diecisiete de Noviembre, caracol Morelia, recibieron a quince alumnos que participaron en la escuelita. Me alojaron en la casa de la familia de Julián y Esther, que viven con sus cinco hijos a la vera de la carretera de tierra que conduce a Altamirano. La familia tiene una parcela de unas cinco hectáreas, con frijol, maíz, banano, hortalizas, frutas y gallinas. En el monte cuentan con una parcela con café, cuya cosecha venden para comprar ganado. Julián ingresó en 1989 en la organización clandestina. Marcelino fue mi guardián o Votán: traductor y acompañante permanente. Tiene 51 años e ingresó en 1987 en el EZLN.
En las noches nos juntamos a conversar y ambos rememoran las reuniones clandestinas mucho antes del alzamiento del 1 de enero de 1994, en remotas cuevas en la montaña, a las que decenas de zapatistas llegaban por la noche, mientras los patrones y sus capangas15 dormían. Caminaban toda la noche y apenas regresaban al amanecer para incorporarse al trabajo. Las mujeres les cocinaban tortillas a oscuras, para no levantar sospechas. Ambos aseguran que lo peor quedó atrás: el látigo del hacendado, la humillación, el hambre, la violencia y las violaciones de las hijas.
El 1 de enero de 1994 los hacendados huyeron y los capangas corrieron detrás. La comunidad Ocho de Marzo se organizó en la que fuera hacienda de Pepe Castellanos, hermano de Absalón Castellanos, teniente coronel, exgobernador y propietario de catorce fincas en tierras usurpadas a los indios. Su secuestro por el EZLN, en enero de 1994, fue la espita que precipitó la huida de los terratenientes.
La comunidad tiene más de mil hectáreas de buenas tierras, ya no deben trabajar en las laderas pedregosas y áridas, cultivan los alimentos tradicionales y, por recomendación de la comandancia, también hortalizas y frutas. No solo se liberaron del látigo sino que se alimentan mejor y consiguen ahorrar de un modo muy particular. Julián cosecha seis sacos de café, unos trescientos kilos, de los cuales deja un saco para el consumo familiar y vende el resto. Según el precio, consigue comprar con cada cosecha entre dos y tres vacas. «Las vacas son el banco, y cuando tenemos necesidad, vendemos», explican los comuneros.
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