Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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Elinor lo detuvo con una recriminación.
—Bien —dijo él—, de nuevo, adiós. Me iré ahora y viviré temiendo que ocurra una sola cosa.
—¿Qué quiere decir?
—Temeré el matrimonio de su hermana.
—Va muy equivocado. Jamás podrá estar más fuera de su alcance de lo que está ahora.
—Pero será de otro. Y si ese otro fuera el mismo que, entre todos los hombres, menos soporto... Pero no me quedaré a privarme de toda su compasiva buena voluntad al mostrarle que allí donde he hecho más daño, menos puedo perdonar. Adiós, ¡que Dios la bendiga!
Y con estas palabras, se fue casi corriendo de la habitación.
Capítulo XLV
Durante un buen espacio de tiempo tras la marcha de Willoughby, incluso después de haberse perdido en la distancia el traqueteo de su carruaje, Elinor permaneció demasiado abatida por un conjunto de ideas muy diferentes entre sí, pero cuyo resultado general era la melancolía, para ni siquiera pensar en su hermana.
Willoughby, el mismo a quien solo hacía media hora había detestado como el más despreciable de los hombres; Willoughby, a pesar de todos sus defectos, despertaba en ella una conmiseración tal por los sufrimientos que esos mismos defectos habían producido, que ahora la hacían pensar en él, apartado para siempre de su familia, con una ternura, con una pena más proporcionadas, como pronto reconoció para sí misma, a sus deseos que a sus méritos. Sintió que su influencia sobre ella se veía incrementada por circunstancias que razonablemente no habrían debido pesar: por el poco común atractivo de su apariencia; por sus modales francos, afectuosos y vivaces, que no hay mérito en poseer; y por ese todavía fervoroso amor por Marianne, en el que ni siquiera era inocente complacerse. Pero sintió todo esto mucho, mucho antes de ir debilitándose su influjo.
Cuando finalmente volvió junto a la inconsciente Marianne, la encontró que acababa de despertarse, renovada por tan largo y dulce sueño, tal como lo había aguardado. El corazón de Elinor estaba colmado de felicidad. El pasado, el presente, el futuro; la visita de Willoughby, ver a Marianne a salvo y la anhelada llegada de su madre, la llenaron de una vivacidad que impidió toda señal de cansancio y la hizo temer tan solo que pudiera traicionarse frente a su hermana. Poco fue el tiempo, sin embargo, en que la afectó ese temor, pues antes de media hora de la partida de Willoughby, el ruido de otro carruaje la hizo bajar nuevamente. Ansiosa de evitar a su madre innecesarios momentos de terrible suspense, corrió de inmediato al vestíbulo y llegó a la puerta principal justo a tiempo de recibirla y abrazarla mientras entraba.
La señora Dashwood, cuyo terror a medida que se aproximaban a la casa le había producido casi la convicción de que Marianne ya había dejado de existir, no pudo sacar la voz para preguntar por ella, ni siquiera para dirigirse a Elinor; pero esta, sin aguardar saludos ni preguntas, enseguida le dio las buenas noticias; y su madre, tomándolas con su usual ímpetu, en un instante estuvo tan abrumada por la felicidad como antes lo había estado por sus temores. Entre su hija y el amigo de esta la sostuvieron hasta llevarla a la sala; y allí, derramando lágrimas de alegría, aunque todavía incapaz de hablar, abrazó una y otra vez a Elinor, separándose de ella a intervalos para estrechar la mano del coronel Brandon con una mirada que expresaba al propio tiempo su gratitud y su certeza de que él compartía con ella la dicha del instante. Él, sin embargo, la compartía en un silencio incluso mayor que el de ella.
Apenas se recuperó la señora Dashwood, su primer deseo fue ver a Marianne; y en dos minutos estuvo junto a su niña amada, a quien la ausencia, la infelicidad y el peligro habían hecho más querida todavía. El placer de Elinor al ver lo que cada una de ellas sentía al encontrarse solo se vio refrenado por el temor de estarle robando a Marianne horas de sueño; pero la señora Dashwood podía ser tranquila, podía hasta ser prudente cuando se trataba de la vida de una hija; y Marianne, contenta de saber que su madre estaba a su lado y consciente de estar demasiado débil todavía para conversar, se sometió rápidamente al silencio y sosiego ordenados por todos quienes la cuidaban. La señora Dashwood insistió en velar su sueño durante toda la noche, y Elinor, obedeciendo a los ruegos de su madre, se fue a la cama. Pero el descanso, que una noche completa sin dormir y tantas horas de la más agobiadora ansiedad parecían hacer tan necesario, se vio obstaculizado por la excitación de su espíritu. Willoughby, “el pobre Willoughby”, como ahora se permitía llamarlo, estaba continuamente en su mente; no podía sino haber escuchado su justificación ante el mundo, y ora se culpaba, ora se absolvía por haberlo juzgado tan duramente antes. Pero su promesa de contárselo a su hermana le era terriblemente traumática. Temía hacerlo, temía los efectos que pudiera tener en Marianne; dudaba si, tras tal explicación, ella podría alguna vez ser feliz con otra persona; y durante algunos instantes deseó que Willoughby enviudara; después, recordando al coronel Brandon, se lo reprochó, sintiendo que sus sufrimientos y su constancia, mucho más que los de su rival, merecían tener como recompensa a Marianne, y deseó que ocurriera cualquier cosa menos el fallecimiento de la señora Willoughby.
La comisión del coronel Brandon en Barton no había tenido un impacto demasiado fuerte sobre la señora Dashwood, porque esta ya abrigaba fuertes temores en relación con Marianne; estaba tan desazonada por ella que ya había decidido ir a Cleveland ese mismo día, sin aguardar mayores noticias, y los preparativos de su viaje estaban tan adelantados antes de la llegada del coronel, que esperaban de un instante a otro la llegada de los Carey a buscar a Margaret, a quien su madre no deseaba llevar donde hubiera peligro de una infección.
Marianne seguía recuperándose día a día, y la radiante alegría en el semblante y en el ánimo de la señora Dashwood daban fe de que era, como repetidamente se confesaba, una de las mujeres más felices del mundo. Elinor no podía escuchar sus palabras, ni contemplar sus manifestaciones, sin preguntarse a veces si su madre alguna vez recordaba a Edward. Pero la señora Dashwood, confiada en el moderado relato de sus penas que le había hecho llegar Elinor, permitió que la exuberancia de su alegría la llevara a pensar solo en lo que podía aumentarla. Marianne le había sido devuelta tras un peligro en el cual —así había comenzado a sentir— ella misma, con su propio equivocado juicio, había contribuido a ponerla, pues había estimulado su desventurado afecto por Willoughby; y en su recuperación tenía todavía otro motivo de alegría, en el cual Elinor no había atinado. Así se lo hizo saber tan pronto como se presentó la oportunidad de una conversación privada entre ellas.
—Por fin estamos solas. Mi querida Elinor, todavía no conoces toda mi felicidad. El coronel Brandon ama a Marianne; él mismo me lo ha confesado.
Elinor, sintiéndose alternativamente contenta y apenada, sorprendida y no sorprendida, era toda silenciosa atención.
—Nunca reaccionas como yo, querida Elinor, o me extrañaría ahora tu compostura. Si alguna vez me hubiera puesto a pensar en qué sería lo mejor para mi familia, habría concluido que el matrimonio del coronel Brandon con una de ustedes era lo más deseable. Y pienso que, de las dos, Marianne puede ser la más feliz con él.
Elinor estuvo medio tentada de preguntarle por qué pensaba eso, sabiendo que no podría contestarle de ninguna manera que se sustentara en consideraciones imparciales sobre edad, caracteres o sentimientos; pero su madre siempre se dejaba llevar por su imaginación en todos los temas que le interesaban y, así, en vez de preguntar, lo dejó pasar con una sonrisa.
—Me abrió de par en par el corazón ayer mientras veníamos hacia aquí. Fue muy de súbito, muy de golpe. Yo, como puedes imaginártelo, no podía hablar de nada sino de mi niña; él no podía ocultar su angustia; vi que era tan grande como la mía, y él, quizá pensando СКАЧАТЬ