Название: Mi obsesión
Автор: Angy Skay
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Parte
isbn: 9788417160562
isbn:
Introdujo un dedo en mi sexo y se empapó por completo de la humedad chorreante que albergaba, para después abandonarlo y dejarme frustrada. Todos mis sentidos estaban alerta, y fue entonces cuando supe que se había puesto de pie. Apoyó las manos en el respaldar de la silla, a ambos lados de mis hombros, y se quedó inclinado muy cerca de mi rostro. Sentía en mi cara su respiración y ese particular olor a hombre sexy y demoledor que siempre llevaba con él.
El mismo dedo que había introducido en mí lo llevó a mi boca. Lo movió en círculos y lo chupé hasta saciarme. Un rugido salió de su garganta cuando vio tal énfasis, y en menos de lo que esperaba, lo sacó para sustituirlo por su grueso y amplio miembro. Dio un golpe en mis labios, indicándome que podía continuar, y así hice. Los abrí con unas ganas desbordantes de saborearlo. Paseé mi lengua por su hinchada cabeza y descendí hasta llegar a sus testículos, los cuales embadurné durante un rato con mi saliva hasta oír cómo perdía los papeles lamida tras lamida. Pero no podía engañarme; él tenía el control y aguantaría lo que fuese necesario.
Me acostumbré a su longitud poco a poco, y él se perdió en un abismo de sensaciones mientras se la chupaba con maestría. Sujetó mi cabeza y presionó hasta el final, soltando pequeños gruñidos desde lo más profundo de su garganta. Deseaba poder quitarme el antifaz de los ojos para verlo. Y pareció escucharme, pues se deshizo de él con rapidez. Pero necesitaba mis manos para tocarlo hasta que perdiera la poca cordura que tenía. Sus impresionantes ojos me atravesaron, fundiendo su azul cristalino con el mío destellante, diciéndonos tantas cosas y deseando otras tantas que no tendríamos noche para llevarlas a cabo.
Se apartó ligeramente de mí y se situó detrás de mi cuerpo. Noté que las cuerdas se aflojaban y pensé que me soltaría al fin. Aunque nada más lejos de la realidad, pues no me dejaría tocarlo; el juego continuaba, para mi desolación. Se colocó en la posición anterior y me quedé encajada entre su miembro, ya tapado, y la silla. Elevó mis manos con destreza y las subió hasta dejarlas en alto para terminar de apretar las cuerdas.
Sabía que no podía hacerlo, pero la necesidad de pasear mis manos por su espeso cabello negro, por su hermosa barba, por su fuerte pecho, estaba ganando la batalla. Las ganas estaban pudiendo conmigo, y de nuevo me arrepentí de estar en la maldita silla y de aquel maldito juego. Restregué mi nariz por su vientre, aspirando su olor por un instante, y se movió hacia atrás gruñendo, como solía hacer siempre.
—Enma, no.
Mi nombre en sus labios sonó a amenaza; una amenaza terrible y tentadora que no pude sostener. Me arriesgué a ser una impertinente y no lo obedecí. Descendí mis manos atadas con rapidez, tanta que se le escaparon de las suyas, y las paseé por su piel hasta llegar a su abultada erección, que, en silencio, pedía a gritos ser liberada. Me levanté como un huracán, posé mis dedos en su pecho y serpenteé por él a toda prisa. Necesitaba acariciarlo.
Esa vez no dijo nada. Se apartó veloz, sujetó mis manos con una de las suyas y me giró con brusquedad, de manera que quedé de cara a la silla. Las ató con fuerza para impedir que me soltase y colocó una de mis rodillas en el asiento. Por último, tiró de mis caderas con rudeza y desesperación hacia atrás.
—Mal, nena, mal —me reprendió con tono mordaz.
—Edgar… —musité, llena de deseo.
De repente, desapareció de detrás de mi espalda, pero segundos después noté su piel junto a la mía. Una piel suave, perturbadora y apetecible, la cual deseaba que se rozara conmigo hasta desfallecer. Supe que estaba desnudo porque su erección golpeó mi trasero con esmero. Sus manos rozaron mi pelo, y una mordaza —efectivamente, tal y como me había dicho antes— se colocó en mi boca con agilidad. La mordí con una sonrisa que él notó y apreté mis dientes. Iba a ser duro, lo veía venir.
Antes de introducirse en el fondo de mis entrañas, le dio tal palmetazo a mi cachete que como mínimo me dejaría marca durante unos días. Pero eso no era suficiente para mí después de todo lo que había visto y vivido con él. Necesitaba más. Contoneé mi trasero para que supiera lo que estaba buscando, y no tardó en coger la indirecta. Otra fuerte cachetada resonó en la austera habitación cuando me golpeó en el mismo lugar. El placentero picor me hizo cerrar los ojos. Durante un largo rato perdí la cuenta, y dejé de sentirlas por lo acostumbrada que estaba la zona afectada a recibir aquellos impactos en mi piel.
Me penetró de una manera tan bestial que la silla se movió unos milímetros. Con una de sus manos me agarró la pierna que mantenía flexionada, y con la otra sujetó con firmeza mi cadera, clavando sus ágiles dedos en ella hasta casi hundirlos en mi cuerpo. Me movió a una velocidad de vértigo. Sus embestidas eran extremadamente salvajes. Mis pechos tocaban el respaldo de la silla con golpes rudos y secos. Intenté sujetarme a la madera, pero con el nudo que había creado alrededor de mis muñecas me fue imposible.
Mientras bombeaba como un demente, maltratando mi sexo de tal manera que creí que moriría de placer, me permití pensar en varias cosas. ¿Qué futuro podría tener con él? Estaba el tema de su familia, que, en cierto modo, era una de las cosas más importantes. Pero también debía ser consciente de que nuestros encuentros solo se reducían a cosas del trabajo —dado que era mi jefe en Waris Luk, la cadena de cruceros más conocida de Europa— y a las veces que follábamos como locos en cualquier parte. Daba igual si era en su despacho, en mi casa o incluso en el aparcamiento de la empresa. Y lo peor de toda esa situación era que mi pecho comenzaba a quemar cuando lo veía, indicándome que un sentimiento tan profundo como el amor estaba naciendo dentro de él.
Tuve que abandonar mi reflexión cuando un terrible orgasmo se apoderó de mí sin darme unos minutos para procesar lo que estaba ocurriendo. Seguía como un loco pujando, rasgándome el alma. Los rudos y continuos palmetazos impactaban en la zona contraria de mi trasero dolorido; sensación que no despreciaba, puesto que me llevaba hasta límites insospechables de placer.
Después de un intenso rato en el que nuestros cuerpos no se separaron y Edgar no me permitió tocarlo bajo ningún concepto, terminamos satisfechos y rendidos. Desató los nudos de mis muñecas con tanta delicadeza que me quedé hipnotizada mientras se afanaba por deshacerse de ellos y dirigirme a la cama. Al tumbarnos, contemplé su rostro tranquilo cuando cerró los ojos durante unos instantes. Grabé en mi retina a fuego lento cada facción suya: su fuerte y perfilado mentón; sus grandes ojos, que te arrastraban a un abismo con tan solo mirarlos aunque estuviesen cerrados; su pequeña nariz y sus carnosos y llamativos labios, que me pedían a gritos que los devorara de nuevo, y aquel cabello moreno, tan oscuro como el azabache, donde deseaba enterrar mis dedos hasta saciarme.
En ese momento, me di cuenta de una sola cosa: no podía volver a verlo nunca más.
1
Enma
Dos años después
—¡Jane! ¡Jane! Como te hagas daño, ¡tus padres me matan! —le grité, dejándome la garganta.
Maldita fuera la hora en la que decidí quedarme con la renacuaja de Katrina y Joan, mis mejores amigos. Solo se me ocurría a mí, sabiendo lo terremoto que era, decirles que se marchasen a cenar, que yo cuidaba de mi sobrina postiza. ¡Me cagaba en la leche!
—Nooo acha ada —me contestó en su media lengua, como si supiese perfectamente lo que estaba hablando.
Tenía que intuir, según su idioma, que no pasaba nada, como si ella fuera consciente de que subirse sobre la mesa del salón no implicaba peligro alguno. Bufé con desesperación y di grandes zancadas hasta llegar a ella. La sujeté por la cintura y la deposité en el suelo mientras se dedicaba a patalear СКАЧАТЬ