Mi obsesión. Angy Skay
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Название: Mi obsesión

Автор: Angy Skay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Parte

isbn: 9788417160562

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СКАЧАТЬ Estás haciéndome daño. —Elevé mi tono de voz sin pretenderlo.

      —Te he dado cinco minutos. Ni uno más ni uno menos —sentenció con voz firme e implacable.

      —¡Que me sueltes, joder!

      Aprecié que varias personas que estaban en la terraza de la cafetería, antes de entrar a los pasillos que daban a los ascensores, nos miraban con cierto interés. Mis mejillas se encendieron como una hoguera al ser consciente del espectáculo que estábamos dando. A simple vista no parecía nada normal, pues Edgar seguía sosteniendo mi muñeca con énfasis, sin importarle que no alcanzara su paso. Me conocía, y sabía que a la mínima de cambio huiría.

      Al llegar a las escaleras no se molestó en mirar atrás cuando subió los escalones con furia. Forcejeé con su agarre desmesurado y conseguí sujetarme con la mano que tenía libre a la barandilla de las escaleras. Él se giró como un basilisco y me aniquiló de un simple vistazo.

      —¡He dicho que me sueltes! —Esa vez grité con toda la ira posible, porque sabía que iba de cabeza al matadero, con él de la mano. Me ignoró, y pegó un pequeño tirón que casi me lanzó contra la moqueta roja del suelo. Moví mi muñeca sin parar durante un rato, sin ser consciente de dónde estábamos, hasta que mis ojos se fijaron en el pasillo y me di cuenta de que era la puñetera planta donde se encontraba su habitación—. ¡Edgar! No pienso ir contigo a ningún sitio. ¡Que me sueltes, joder!... ¡Edgar! —Me dejé la garganta llamándolo.

      Parecía estar sordo o directamente pasaba de mí, pues no se detuvo ni un solo segundo. Justo en el momento en el que encontré un blanco fijo para darle una patada en la espinilla y de esa manera poder salir corriendo, alguien a mi espalda habló con la voz seria, aunque intentando mantener la calma:

      —Suéltala, Edgar.

      Detuvo su paso, haciendo que me estampase contra su perfecta espalda desnuda, sin embargo, en ningún momento soltó mi muñeca. Se giró como si estuviera poseído. Al ver que su semblante se teñía de tal furia que pensé que estaría a punto de cometer el mayor asesinato de la historia, decidí también mirar en la dirección que lo hacían sus ojos. Antes de que los míos se posasen sobre la persona que venía a rescatarme, recé para mis adentros por haberme equivocado al reconocer el tono de voz.

      —¿Vas a decirme tú lo que tengo que hacer? —escupió con desdén.

      Lo miré suplicante para que no siguiese con la conversación, ya que entonces sí era verdad que lo mataría en la misma puerta de su habitación. El carácter de Edgar, en muchas ocasiones, producía un miedo atroz en quien no lo conocía.

      —Te ha pedido que la sueltes unas cuantas veces. Creo que ya está bien. —Se cruzó de brazos.

      Edgar dio un paso al frente de forma intimidante, soltando mi muñeca con mucha lentitud, pero Luke no se movió del sitio ni separó sus ojos de él. Me interpuse antes de que pudiese avanzar, porque estaba cegado por la rabia.

      —Y, si se puede saber —ironizó con tono rudo—, ¿qué coño te importa lo que haga con ella?

      Su nariz se hinchó, inhalando con mucha fuerza con tal de no perder los pocos papeles que le quedaban. Esperó sin un ápice de paciencia a su contestación, y Luke respondió sin alterar su voz:

      —Sí, me importa. Así que haz el favor de dejarla tranquila. Ya has dado un espectáculo. No quieras dos.

      Edgar achicó sus ojos tanto que pensé que los perdería. Dio otro paso más, esa vez con la intención de no retroceder. Apretó los puños con fuerza y se encaminó en dirección a su amigo, quien, con total tranquilidad, lo contemplaba sin pestañear. Entretanto, yo trataba de permanecer frente a él para que no se enzarzaran en una pelea brutal. Como anteriormente había dicho, el temperamento de Edgar era ninguno.

      —¡Edgar! —Toqué su hombro, llamando su atención.

      Se detuvo para observarme, atravesándome hasta el alma con esa mirada tan profunda.

      —Enma, vete. —Pude ver en los ojos de Edgar los instintos asesinos que pocos minutos antes solo habían asomado como una amenaza—. Si lo que quiere es pegarme por defender algo de lo que, creo, no tiene derecho, que lo haga —añadió Luke con valentía.

      —Lo que quizá no sepas es que no te quedará un diente en la puta boca —lo advirtió con rudeza su amigo.

      Luke alzó una ceja, acompañando el movimiento con una mueca de sus labios, y elevó sus manos lo suficiente, llamando su atención.

      —Veámoslo entonces —le chuleó.

      El rostro de Edgar se contrajo, encendiéndose de una manera temeraria. Intenté evitar a toda costa que no pasase por delante de mi cuerpo, ya que el pobre Luke se llevaría la paliza de su vida.

      —Edgar, mírame —le pedí con la poca tranquilidad que me quedaba. No me escuchaba; al revés, intentaba zafarse de mi cuerpo con pequeños empujones—. Luke, vete —añadí sin apartar los ojos del hombre enrabiado.

      —¡No voy a dejarte con este enfermo mental! —me aseguró, sin inmutarse por su comentario.

      —¡¿Qué me has llamado?! —le vociferó el otro.

      Sujeté sus hombros como pude, sin embargo, su gran cuerpo hizo que, con un simple movimiento, yo retrocediese un paso hacia atrás. Si no llega a ser por la mano de Luke, que me aferró con decisión, a punto habría estado de caerme. Cuando contemplé que Edgar alzaba su puño para estampárselo en la cara, dije en tono autoritario:

      —¡Edgar, basta!

      Como si fuese la mayor de las fieras, a la que con un simple silbido podía amansarse, sus ojos brillantes se clavaron en mí y detuvo su paso. Bajó aquel puño cargado de fiereza, sin dejar de contemplarme.

      —Luke, vete, por favor —musité agotada.

      —Pero… —intentó protestar.

      —¿Piensas que voy a hacerle daño? —le preguntó Edgar con enfado.

      Luke alzó una ceja con ironía. Edgar dio otro paso. Ya no quedaba distancia, pues los dos tenían sus frentes casi chocando.

      —Luke, hazme caso. Por favor, no empeoremos más las cosas. Déjanos solos.

      Traté de que razonasen, empujando a ambos para distanciarlos. Escuché cómo resoplaba, y giré mi vista hacia los ojos que habían vuelto a mí con urgencia.

      —Si me necesitas, llámame.

      —No va a necesitarte para nada. —Edgar bufó.

      —¡Ya basta! —solté casi en un grito.

      Le eché un breve vistazo a Luke y me volví en la dirección contraria, cogiendo una cantidad de aire gigantesca para lo que me esperaba a continuación.

      —Si todo este numerito es porque quieres hablar conmigo, hablemos —le espeté de malas formas, y di un paso hacia delante.

      —Quiero más que eso.

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