Aunque su composición social ha cambiado un tanto en las últimas décadas, ya que muchas iglesias pentecostales han experimentado un proceso de «adecentamiento» (pues sus miembros ya no son tan pobres como sus padres y abuelos) y se han hecho aceptables a la sociedad y son tratadas con beneplácito por quienes detentan el poder político, todavía la mayoría de los miembros de estas iglesias forma parte de los estratos pobres de la sociedad, y un alto porcentaje de ellas están localizadas en los cinturones de pobreza de las grandes urbes y en las zonas campesinas del sur del mundo. Y sus cultos siguen siendo todavía espacios colectivos inclusivos, el momento en el que los fieles se reúnen para dar testimonio de su identidad como pueblo de Dios en misión, y el piso común en el que los creyentes adoran libremente al Dios de la vida en un clima de fiesta generado, animado y sustentado por el Espíritu8.
¿Qué se transmite en sus cultos? ¿Qué ocurre durante sus tiempos de reunión colectiva en los que el canto, la oración, el testimonio y la predicación son ingredientes infaltables que le dan un sabor especial a ese tiempo de comunión intensa tapizado de alegría, lágrimas, abrazos, sonrisas, manos levantadas, gritos de júbilo y silencio reverente?
A lo largo de todos estos años, cuatro rasgos distintivos han articulado y modelado el culto de estas iglesias, valorado y celebrado como La fiesta del Espíritu: La oración ferviente y espontánea, el canto alegre y festivo, el testimonio cotidiano y la predicación apasionada.
La oración ferviente y espontánea da cuenta de la intensidad y de la novedad de su compromiso con Dios. Un compromiso que está conectado con las preocupaciones de cada día, con los problemas sociales y políticos inmediatos y con todas las necesidades humanas, porque el Dios con el cual dialogan —y de cuya inmediatez no dudan en ningún momento— camina al lado de ellos en todo tiempo.
El canto alegre y festivo expresa tanto una inmensa gratitud al Señor por sus innumerables favores como una afirmación colectiva de su esperanza inquebrantable en el poder liberador del Dios de la vida, dentro de una sociedad marcada por la miseria, la muerte y la violencia. El testimonio cotidiano traduce la existencia de una relación fresca y continua con Dios en cada circunstancia de la vida humana. Expresa una comunión constante con el Dios de la vida en cada tramo y en cada espacio de su peregrinaje espiritual. Esto explica por qué un creyente pentecostal afirmaría públicamente de manera espontánea: Yo sé que el Señor su mano ha puesto en mí. Y afirmaría también: Por la gracia de Dios soy una nueva criatura. O afirmaría: Yo no era nadie. Pero el Señor me salvó y me transformó.
La predicación apasionada indica que entienden su vocación misionera como una tarea indeclinable cuya urgencia no se discute, porque se trata de un encargo innegociable que los impulsa a proclamar en todo tiempo el evangelio completo, el evangelio del reino, el evangelio quíntuple: Cristo Salvador, Sanador, Santificador, Bautizador con Espíritu Santo, y Rey que viene otra vez (Faupel 1996: 28–30; Land 1997: 18)9. Evangelio completo que constituye no solamente el corazón teológico del pentecostalismo, sino también una plataforma de acción mediante la cual se expresa tanto su similitud como sus diferencias con las otras ramas del cristianismo (Thomas 2004: x).
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7 Este no es un análisis exhaustivo del culto pentecostal, las partes constitutivas del mismo o del papel de los pastores y de los líderes en el desarrollo de la reunión comunitaria. Lo que se describe son cuatro de sus rasgos distintivos que son los vehículos individuales y colectivos a través de los cuales se articula su propuesta teológica formulada en un lenguaje popular y utilizando la forma de comunicación propia de los pobres y de los excluidos: hablar sin mediación alguna y cantar de manera libre y espontánea.
8 Las manifestaciones del Espíritu, como el hablar en lenguas extrañas y la profecía o discurso inspirado, son normales —no hechos extraños o fuera de lo común— en el culto de estas iglesias. Estas dos formas de hablar dan cuenta de la naturaleza inclusiva de las iglesias pentecostales. Naturaleza inclusiva que cuestiona los patrones culturales de exclusión que caracterizan a las sociedades humanas.
9 Otros autores dirían que más bien el patrón cuádruple: Cristo Salvador, Santificador, Sanador y Rey que viene, «parece representar adecuadamente la tradición común del pentecostalismo» (Míguez 1995: 65). Aquí se tiene que precisar que, aunque Míguez cita a Donald Dayton para apoyar su punto de vista sobre el patrón cuádruple (Miguez 1995: 65), parece equivocarse en su comprensión de la perspectiva de este autor, para quien el patrón cuádruple sería más bien: Cristo Salvador, Bautizador con el Espíritu Santo, Sanador y Rey que viene (Dayton 1991: 9–10). Lo que refleja más adecuadamente el piso común que caracteriza a todos los pentecostales. Esto es así porque todos los pentecostales afirman que Cristo bautiza con Espíritu Santo, precisamente, un punto medular que está ausente en el planteamiento de Míguez. Además, sobre el patrón cuádruple, Dayton afirma que: «Aunque el patrón de los cinco puntos es históricamente anterior y por lo tanto merece nuestra atención, el patrón de los cuatro puntos expresa con más claridad y de manera más transparente la lógica de la teología pentecostal. Más aún, al estar contenida dentro del patrón más complejo, posee el derecho de ser considerada, sino históricamente, al menos lógicamente anterior al patrón de los cinco puntos. Estos cuatro puntos son prácticamente universales dentro del movimiento y aparecen [...] en todas las ramas y variedades del pentecostalismo, mientras que el tema de la santificación total es en última instancia característico tan sólo de la rama de la santidad» (Dayton 1991: 9).
Capítulo 1
El culto como fiesta
Teniendo en cuenta el calor y la dinámica de sus reuniones colectivas, como ya se ha señalado en otro momento, resulta bastante apropiado referirse a los cultos de estas iglesias como La fiesta del Espíritu, ya que en estos espacios de encuentro con el Dios de la vida, la espontaneidad y la alegría, el compañerismo y la mutua aceptación, el libre acceso y la recuperación de la Palabra, le otorgan precisamente ese sabor de fiesta y ese aroma característico de encuentro de amigos entrañables, de compañeros de ruta, de reunión familiar, que tiene la fiesta en el contexto de América Latina. Al respecto, un destacado teólogo pentecostal señala que «el papel de la fiesta en la cultura y la sociedad latinoamericana es profundamente significativo» (Villafañe 1996: 22). Y precisando que se trata de «un maravilloso sentido de comunidad que celebra la vida por medio de la fiesta», subraya también que:
[...] mezclada con la experiencia de la opresión, la dominación y la lucha por la mera supervivencia, la fiesta —con juegos y rituales, música y danza, comida y familia— habla elocuentemente de la alegría, la esperanza y la vida (Villafañe 1996: 23).
Para Harvey Cox, «la fiesta representa un momento en que la cultura popular y la cultura dominante, premoderna y moderna, entran en abierto conflicto» (Cox 1984: 238). Y según este teólogo:
[...] las elites culturales, incluidas las religiosas, casi siempre consideran las fiestas como algo peligroso, porque generan una energía que no es posible detener y desencadenan pasiones que no son fácilmente controlables (Cox 1984: 238).
Teniendo en cuenta estas opiniones sobre el sentido de la fiesta en el mundo de los pobres y de los excluidos, parece acertada la perspectiva de Elida Quevedo, para quien el culto pentecostal:
[...] se convierte [...] en un jubileo cristiano, donde el gusto por la vida prevalece ante todo lo que hacemos. Esto es posible gracias a la acción de su Espíritu. El Espíritu de Dios vuelve al culto una СКАЧАТЬ