Название: Ley y justicia en el Oncenio de Leguía
Автор: Carlos Ramos
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786123171322
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Alrededor de Leguía no solo se aglutinan jóvenes provincianos más o menos radicales, también lo alienta una incipiente burguesía industrial cuyos intereses eran incompatibles con la oligarquía agroexportadora de la costa que integraba el civilismo. Personajes como Lauro Ángel Curletti y el ingeniero Charles W. Sutton figuran en su entorno influyendo sobre el presidente para llevar a cabo proyectos de salubridad y de irrigación de tierras, respectivamente. Los empleados públicos y de comercio, afincados en Lima y en las principales ciudades del país, cuyo número aumenta en las primeras décadas de este siglo, patrocinan igualmente al hombre de la Patria Nueva. La clase media capitalina y provinciana auspicia al leguiismo, crece y se consolida con este movimiento. Tras la figura de Leguía se erige un amplio abanico de clases medias hasta entonces ausentes, como grupo orgánico, de la política peruana34.
Posiblemente, la diferencia más nítida entre la República aristocrática y el Oncenio haya descansado en la asunción al poder de los segmentos medios. No sorprende, así, que luego tuviese Leguía que lidiar tanto con radicales cuanto con conservadores. Según el duro juicio de Dora Mayer, el presidente de la Patria Nueva «creó una plutocracia más vanamente presuntuosa de sus privilegios que la antigua jerarquía civilista, que siquiera poseyó una sólida ilustración y cierto respeto a su dignidad de alcurnia». Sostenía la indigenista que Leguía habría cambiado por completo el tono de la sociedad limeña: los nuevos ricos asomaban como «gente, por lo general, ensoberbecida de un enriquecimiento precoz; huérfana de cultura; ávida de frioleras costosas, ya que de placeres superiores del espíritu no sabía; ignorante de los principios de ética, que a la sazón en ninguna escuela se enseñaba»35. Juicio que comparte con un exponente conservador como Víctor Andrés Belaunde: «sectores ambiciosos de gente mediocre asumieron las posiciones que tenía la clase dirigente antigua y que por dignidad no se plegó al régimen»36.
Los nuevos actores sociales como la burocracia gubernativa, los médicos, los militares de carrera, los oficiales de policía, los inmigrantes europeos, los pequeños agricultores favorecidos con la expansión agrícola y una distribución más racional de las aguas y los tecnócratas constituirían el sustento social del gobierno. Las estadísticas demográficas mostraban que las ocupaciones propias de la mesocracia habían crecido a un ritmo incluso mayor que el de la población en general, se hallaban distribuidas entre empleados, oficiales públicos, abogados, médicos, escritores, financistas y estudiantes de profesiones liberales. Es curioso constatar, en efecto, que mientras en los diarios del siglo diecinueve y comienzos del veinte predominan los avisos publicitarios de abogados y educadores, desde la época de Leguía serán los médicos quienes anuncien a través del periódico. Lo interesante no acaba allí, sino que empieza a advertirse la especialidad de cada profesional y el ingreso en el mercado de otras profesiones médicas como la odontología, la enfermería y la obstetricia. Con Leguía las clases medias hacen su ingreso en política y se advierte la completa identificación del gobernante con la psicología de la clase media ascendente que participa del poder. El Oncenio será, sin duda, el primer terraplén de sus ilusiones y desengaños.
Durante el Oncenio, los sectores medios se entrenarán intensivamente en la práctica política y con ella en el arribismo y la audacia, menos comunes durante la República aristocrática, en la que el estatus y el poder estaban definidos de antemano37. Previsiblemente, ello derivaría pronto en el fortalecimiento de un régimen personal basado en el partido único, el Partido Democrático Reformista. Hacia 1925, luego de la primera reelección de Leguía, estaba ya consolidado un estrecho círculo de leguiistas que gobernaban el país sin mayor oposición. Se trataba, sostiene Belaunde, no ya de clase media genuina y representativa, sino de «grupos insignificantes de amigos o de adictos incondicionales». A contracorriente del pragmatismo que el régimen enarbola como pieza básica de la acción pública, donde «los hechos y no las palabras» deben prevalecer, la demagogia se afirma como vehículo esencial de la actividad política38. En el vocabulario predilecto de Leguía es frecuente encontrar recriminaciones contra «la inutilidad de la retórica», las «reformas de papel» o las «reformas verbalistas de nuestros antiguos políticos», a las que opone el realismo y la acción. Así, en el discurso pronunciado en San Marcos el 20 de mayo de 1928, poco después de aprobarse el nuevo Estatuto Universitario, declararía: «Es una verdad incuestionable que en el Perú abundan literatos pero hacen falta técnicos». El nuevo político, cuyo modelo Leguía pretende encarnar, debe ser uno «a quien acrediten sus obras y no sus promesas»39. Más allá del estilo individual que cada gobernante imprime en la exposición discursiva y en el desenvolvimiento concreto, Leguía proyecta, con el auspicio de sus seguidores, la imagen local del político moderno. No es casual que quienes tomen la pluma para atacar o ensalzar a los gobernantes que lo sucedieron hayan hecho de él y de su gobierno, para bien o para mal, la pauta y el termómetro de cualquier análisis.
Por otra parte, como otro signo de los nuevos tiempos, bajo Leguía se conformará tanto la base social de los movimientos radicales de masas como el APRA y el Partido Comunista (en realidad, fue fundado como Partido Socialista, aun cuando su línea fue marxista) y el núcleo de su liderazgo político40. Surgieron igualmente diversas organizaciones gremiales: la Federación Obrera Regional Peruana, Flecha de Oro del Indio Unido, el Comité Pro Derecho Indígena Tahuantinsuyo y la Confederación General de Trabajadores del Perú. Paralelamente se producirá también, aunque cierto retraso por las condiciones mismas del país, la recepción de corrientes ideológicas radicales como el marxismo. El surgimiento de estos elementos sociales y programáticos no se debió solo a la iniciativa del gobierno41. El régimen autoritario no dudó en mostrar rechazo y temor, deportando o encarcelando a sus mentores y entorpeciendo su labor editorial42.
La emergencia de APRA de Haya de La Torre y del Partido Socialista de José Carlos Mariátegui se explicaría más bien por circunstancias históricas que escapaban a la voluntad del jefe de Estado. No obstante ello, quizá al fomentar el repliegue de la aristocracia y de sus apellidos ilustres y propiciar la incorporación protagónica de las clases medias en la vida política inconscientemente favoreció, tal como ocurrió en Chile con Arturo Alessandri y en Argentina con Hipólito Irigoyen, el desarrollo de partidos políticos de izquierda cuyos conductores precisamente provenían de la pequeña burguesía. Los cambios en la estructura productiva y de servicios cumplieron también un papel importante en la generación del soporte social de los futuros partidos de masas, especialmente del APRA. Así, la penetración del capital norteamericano, el propio avance de la industria nacional y la rotunda amenaza externa a su crecimiento, la activación del comercio, la flamante red de caminos y ferrocarriles que atraía la migración andina hacia la costa y el empuje urbano no podían dejar de crear —por lo menos en las ciudades de la costa, pues, a pesar de las nuevas rutas, el interior del país no fue tocado en su estructura socioeconómica básica— el escenario social que estos movimientos requerían para su desarrollo.
Durante la endécada leguiista se produce, asimismo, un cambio profundo en la esfera de las representaciones colectivas. Los grupos ilustrados de las ciudades asumen una cosmovisión burguesa y frívola del mundo. Las convicciones morales cedían ante las evaluaciones crematísticas. Según Luis Alberto Sánchez, autor que en ensayos y novelas ha descrito espléndidamente la mentalidad de este periodo, el Oncenio extendió el anhelo monetario para luego tirar alegremente el dinero sin ánimo de invertir ni de ahorrar43. No fueron solo los nuevos ricos que vivieron inficionados (la expresión es de la época) de esa atmósfera decadente: la propia generación del Centenario, sumamente crítica con la generación del Novecientos que la había precedido, gusta de este ambiente enrarecido44. Cabe recordar que Haya de la Torre, Mariátegui, Sánchez y otros miembros de la generación recibieron el baño bautismal de la política y de la vida bajo el Oncenio.
A la ansiedad por hacerse rico se suma un interés inédito por el adiestramiento deportivo y el culto al físico corporal. El fútbol, el boxeo, el baloncesto, el atletismo e incluso la esgrima —practicado en la Sala Caballero— trasponen el círculo de las clases altas y devienen en deportes populares45. Aparece también la «hinchada» deportiva, hasta entonces desconocida, a la vez que el Estado, quizá advirtiendo su importancia política, decide patrocinar oficialmente las competencias. СКАЧАТЬ