El ministerio médico. Elena G. de White
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Название: El ministerio médico

Автор: Elena G. de White

Издательство: Bookwire

Жанр: Религиозные тексты

Серия: Biblioteca del hogar cristiano

isbn: 9789877981094

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СКАЧАТЬ le diría lo que le hablaba recientemente en visiones recibidas en la noche. Usted se veía indeciso con respecto a lo que haría en el futuro. Le pregunté: “¿Por qué está confundido?” Su respuesta fue: “Estoy confundido con respecto a cuál ha de ser mi mejor manera de proceder”. Entonces uno que tiene autoridad se dirigió hacia usted y dijo: “Usted no se pertenece a sí mismo. Ha sido comprado por un precio. Su tiempo, sus talentos, cada partícula de su influencia pertenece al Señor. Usted es su servidor. Su parte consiste en hacer lo que él le pida y aprender de él cada día. No debe dedicarse a los negocios por cuenta propia. Este no es el plan de Dios. No debe unirse con incrédulos en la obra médica. Tampoco es este el plan del Señor. Él le dice: ‘No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordancia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo’ [2 Cor. 6:14-16]”.

      Usted tiene que recibir la gracia de Cristo, el gran Médico misionero. Se le concederá su sabiduría divina si usted no cede a la inclinación de unirse con el mundo. Dios desea que usted se coloque donde pueda trabajar en relación con otros médicos. Usted y la persona con quien se ha asociado pueden no ser de igual temperamento. Es mejor que no lo sean. Lo que uno necesita el otro lo puede proveer, si cada uno aprende a llevar el yugo de Cristo...

      Hermano mío, elija obedecer a Cristo y reciba su consejo en su mansedumbre y humildad. Trabaje hombro a hombro con sus hermanos, y esto los animará a mantenerse hombro a hombro con usted. Oculte el yo en Cristo, y el Salvador será para usted una valiosa ayuda en todo momento de necesidad.

       Hay que impartir el amor de Dios

      Los que pertenecen al pueblo de Dios tienen que aprender muchas lecciones. Gozarán de perfecta paz si mantienen la mente centrada en él [Isa. 26:3], quien es demasiado sabio para errar y demasiado bueno para perjudicarlos. Deben captar el reflejo de la sonrisa de Dios y proyectarla hacia otros. Deben ver cuánta luz del sol pueden introducir en la vida de la gente con quienes se relacionan. Han de mantenerse cerca de Cristo, tan cerca que puedan sentarse con él como niñitos suyos, en dulce y santa unidad. Nunca deben olvidar que así como reciben el afecto y el amor de Dios, están bajo la más solemne obligación de impartirlos a los demás. De este modo pueden ejercer una influencia de gozo que será una bendición para todos los que se relacionen con ellos, y también iluminar su camino.

      Aquí es donde los que integran el pueblo de Dios cometen muchos errores. No expresan agradecimiento por el gran don del amor y la gracia de Dios. El egoísmo debe erradicarse del alma. El corazón debe ser purificado de toda envidia, de toda mala suposición. Los creyentes deben recibir constantemente el amor de Dios e impartirlo. Entonces los incrédulos dirán de ellos: “Han estado con Jesús y han aprendido de él. Viven en íntimo compañerismo con Cristo, quien es amor”. El mundo tiene una percepción muy aguda y captará algún conocimiento de parte de los que se sientan juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús [Efe. 2:6]. El carácter de los instrumentos humanos de Dios debe ser una copia del carácter de su Salvador...

       Hay que unirse a los hermanos

      Le escribo esto, mi apreciado hermano, con la esperanza de ayudarlo. Usted se encuentra en un estado mental alterado, y se siente tentado a efectuar una obra extraña que Dios no le encargó. Ninguno de nosotros debe trabajar solo; tenemos que unirnos con nuestros hermanos y laborar juntos, porque así Dios nos proporcionará influencia y control sobre nosotros mismos. Debemos acercarnos a Dios para que él se aproxime a nosotros [Sant. 4:8].

      Nadie puede alcanzar la plenitud en Cristo si, teniendo los medios para obtener una experiencia más profunda en las cosas de Dios, deja de comprender que cada rayo de luz celestial, cada partícula de bendición, se le da para que las comparta con todos los que ingresan en la esfera de su influencia. Si nos estamos preparando para vivir en el cielo, cada día nos aproximamos más a nuestro Redentor. Tenemos que representar a Cristo en cada fase de nuestro carácter.

      ¿Cuál es la prueba bíblica del carácter? “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” [Juan 14:23]. Nadie necesita perecer en la ceguera espiritual. Se ha dado un claro “así dice el Señor” para que sirva de guía a todos.–Carta 40, 1903.

       Consultar con los hermanos

      No rehúse unirse con sus hermanos por temor a que si se coloca en igualdad con ellos no podrá hacer todo lo que su juicio personal podría sugerirle. Los obreros de Dios deben aconsejarse mutuamente. Los ministros, médicos o directores van por sendas falsas cuando se consideran como un todo completo; cuando no sienten necesidad de los consejos de hombres experimentados que han sido conducidos por el Señor. Estos, al avanzar con abnegación para promover la obra, han dado evidencia de que fueron guiados y controlados por el Espíritu Santo y así fueron capacitados para hablar, hacer planes y actuar sabiamente y con entendimiento [Hech. 4:13].

      El Señor necesita a hombres dispuestos a unirse al yugo de Cristo y de sus hermanos; hombres dispuestos a esforzarse para llegar a ser todo lo que deben ser a fin de lograr que la obra de Dios progrese inteligentemente; hombres que contemplen a Jesús y cumplan con la invitación: “Venid a mí... y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” [Mat. 11:28, 29].–Carta 13, 1902.

       ¿Gobernará el yo?

      Es preciso que cada médico se examine íntima y críticamente. ¿Cómo está su condición religiosa? ¿Permite que su yo gobierne? ¿Da un lugar supremo a sus propios deseos? ¿Mantiene siempre delante de sí la gloria de Dios? ¿Aprende cada día de Jesús? Si esta es su experiencia, entonces las personas con quienes se relaciona serán conducidas más cerca del Salvador. ¿Por qué? Porque usted contempla constantemente a aquel que es el camino, la verdad y la vida...[Juan 14:6]

       Tentación a sentirse autosuficiente

      Quiero decir que existe el peligro de que nuestros médicos actúen por cuenta propia, pensando que son los que mejor entienden lo que deberían hacer. Piensan que los que les ofrecen consejos no comprenden sus capacidades ni aprecian su valor personal. Esta es la piedra de tropiezo que ha hecho caer a algunos. Usted no es inmune a la tentación de pensar que puede hacer un mejor trabajo solo que cuando está conectado con sus hermanos. Los que piensan de este modo son precisamente los que más necesitan el compañerismo y la ayuda de sus colaboradores en el trabajo.

      Hermano mío, el Señor cuenta con su ayuda en su obra. ¿Está dispuesto usted a ser su mano ayudadora? Sería un grave error de su parte aceptar una posición mundana, en la que no pudiera llevar a cabo el trabajo misionero que Dios desea que realice. No cometa este error. Colóquese bajo la dirección del Médico misionero más grande que el mundo haya conocido. Bajo su dirección, usted aumentará sus habilidades para efectuar su obra.

      El pueblo del Señor debe dar testimonio por medio de vidas semejantes a la de Cristo, de que Dios tiene un pueblo en la tierra que representa al grupo santo que se congregará alrededor del trono de Dios cuando los redimidos se reúnan en la Ciudad Santa. Quienes en esta tierra aman y obedecen a Dios se encontrarán entre los fieles, los puros y los leales: los que son dignos de morar con él en los recintos celestiales.–Carta 41, 1903.

       Exhortación СКАЧАТЬ