Teoría y práctica del análisis de conflictos ambientales complejos. Humberto Rojas Pinilla
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СКАЧАТЬ (Putnam y Wondolleck, 2003, p. 49).

      A lo anterior hay que añadir que estas características de debilidad de los mecanismos jurídicos, policivos y de seguridad, y la descoordinación e incapacidad de comando y control empeoran en los bordes y periferias, lugares que brindan a distintos agentes la oportunidad de acceder a varios tipos de recursos, en particular a recursos naturales, dado que la presencia y las intervenciones de los mecanismos de policía de la gubernamentalidad son casi inexistentes.

       La intratabilidad, el territorio y los bordes

      La discusión académica en torno al territorio es bastante larga y compleja y se ha abordado desde distintas disciplinas. Para la geografía, el concepto de territorio está asociado a otro con quizás igual o mayor complejidad: el de espacio (Mançano, 2009). La biología y la ecología lo han relacionado con el concepto de hábitat, el cual es muy útil para el análisis del nivel micro en el caso de estudio: San Isidro Patios.40

      En este sentido, las aproximaciones desde la antropología y la etnografía se concentran en describir y delimitar en un espacio las interrelaciones e interacciones de grupos sociales particulares. De acuerdo con Schneider (2009, pp. 69-73), son tres los principales paradigmas elucubrados en torno a la noción de territorio.

      El primero, de origen marxista, define el territorio a partir de la interacción humana/espacial, los espacios son creados por las formas de uso; son, por lo tanto, construidos, transformados, delimitados, apropiados y, en consecuencia, dominados. Esta perspectiva enfatiza el papel que cumple la producción capitalista y la asignación para la producción de las personas y recursos en la configuración territorial. En este mismo sentido, para Lefebvre el territorio “es la materialización de la existencia humana” (Lefebvre, 1991, p. 102).

      El origen de esta noción de territorio se traza hasta la ideología alemana, que nos habla de “otra naturaleza”, la naturaleza construida por el hombre, antropomorfizada, de acuerdo con los planes concebidos para ella en función del papel que le ha asignado el hombre en los procesos de producción y reproducción (Haesbaert, 2004, 2011). El espacio se agencia-gestiona para devenir territorio, es producido por el hombre y es resultado de las relaciones de poder; esta perspectiva es la raíz de la noción de gubernamentalidad de Foucault, presentada en la sección anterior, que evidencia las claras conexiones entre dicha noción y las de territorio y borde.

      El segundo paradigma, que emergió de las ciencias sociales, en particular de la fenomenología y la ontología, se concentra en los componentes, los recursos inmateriales del territorio, la dimensión cultural y simbólica de los espacios, las configuraciones sociales situadas en un lugar determinado, la construcción de identidades, valores, afectos y pertenencias, pues “las relaciones producen el territorio, el territorio es punto de partida y de llegada, el espacio es anterior al territorio” (Raffestin, 1993, p. 144).

      La identidad y la cultura cumplen un importante papel en las movilizaciones políticas, el territorio no es tan solo un espacio, sino una referencia cultural y de memoria; es el producto de la historia y, por ello, de reivindicaciones y luchas por la autonomía. Actualmente esta vertiente se ha asociado a los estudios posestructuralistas de crítica al desarrollo, a la ecología y la economía política y a los estudios poscoloniales, con claras relaciones con la teoría marxista y el concepto de alienación (Escobar, 2001; Serje, 2005; Shiva, 1991; Shiva y Bandyopadhyay, 1986).

      El territorio no existe a priori de las prácticas de uso que los actores hacen del mismo, está constituido por redes translocales: es un “constructor estratégico” en el sentido que no es un modelo de la realidad sino un modelo de acción […]. Estas relaciones y estas reglas de uso no son expresiones de lógicas y principios abstractos, sino productos de prácticas sociales “históricas”, o sea producidas, reproducidas y resignificadas en el curso de los procesos de interacción social. (Gatti, 2007, p. 5)

      El territorio está siendo constantemente adaptado, es colmado de símbolos sociales y significados culturales, en concordancia con la historia e identidad de cada pueblo o grupo social. Los territorios tienen agentes y actores sociales diversos, cada uno con diferentes intereses, necesidades y formas de actuar; siendo entonces escenarios políticos donde el poder se disputa constantemente. (Ramírez, 2009)

      Se trató de incorporar esta perspectiva al análisis del estudio de caso en el nivel micro, con el fin de identificar cómo los agenciamientos para autoproducir el hábitat, unidos a un cierto habitus bogotano, han conspirado para mantener ciertos rasgos de intratabilidad, en la medida en que las dinámicas de urbanización ilegal en Bogotá no solo son consuetudinarias y se mantienen en virtud de sus beneficios políticos y económicos, sino que también articulan las tácticas y estrategias utilizadas por los actores involucrados según su poder.

      El tercer paradigma citado por Schneider (2009) emerge desde los estudios económicos, de planeación y de la geografía del desarrollo, aquí el concepto se asocia a la intervención administrativa del territorio y la aplicación de instrumentos procedimentales y normativos con un fin u otro, o determinada lógica de actuación. Ya sea biopolítico, de “desarrollo urbano” o de cumplimiento de unas u otras funciones estratégicas. En este paradigma se involucra el concepto de región, que proviene de la palabra regir: ‘gobernar’.

      Desde la geografía, este paradigma y el concepto de región se han asociado a las características geomorfológicas, climáticas o culturales comunes a un espacio, y a las técnicas e instrumentos concebidos para optimizar su “gestión”, de acuerdo con unos objetivos muy ligados a la escuela francesa de administración, aquí entran los trabajos de Perroux y los conceptos de regionalismo y nuevo regionalismo de Lovering (1999) (véase Piazzini y Herrera, 2006).

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