El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez
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Название: El hechizo de la misericordia

Автор: José Rivera Ramírez

Издательство: Bookwire

Жанр: Религиозные тексты

Серия: Espiritualidad

isbn: 9788494594861

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СКАЧАТЬ sigue manteniendo el deseo de ser santo, pues entonces pensad esto, que me parece evidente: Dios no infunde deseos que no quiera, que no vaya a cumplir. Por eso he dicho siempre que «yo, que voy a morir santo, ¡vamos!». Si me canonizan o no, pues no lo sé. Me da exactamente lo mismo, aunque estaré tan «mono», si ponen unas cuantas fotografías en una biografía, pero no me ilusiona mucho porque en ese momento a mí ya no me va a divertir especialmente. Tampoco me molesta, porque no voy a tener que publicar yo el libro, así que me da igual.

      Lo que sí pienso es que «es imposible que no muera santo», por dos razones (lo digo para que las hagáis vuestras): Primera, porque si no, Dios va a quedar muy mal. No sería así si yo me hartara de decir: «Tenéis que hacer un esfuerzo y daos cuenta cómo yo me esfuerzo para ser mejor»; pero lo que estoy diciendo siempre es que «es Él que tiene que santificarme». Por eso, si no me santifica quiere decir una cosa, que no le ha dado la gana, lo cual no puede ser. ¿Habéis pensado cómo en la Biblia aparece como un motivo de esperanza siempre el que a Dios no le gusta quedar mal? (¡Qué le vamos a hacer, la virtud de la humildad, pues no la tiene! ¡Paciencia!). Es que lo dice bien claro: “por el honor de mi Nombre” (Is 48,9); «si no fuera por mi nombre, te entregaba en manos de los enemigos, pero van a decir: pues ¿qué Dios es ése?». Y para convencer a Yahvé se usa ese argumento: «¿Qué van a decir los gentiles?, ¿que nos has sacado de Egipto engañados, para perdernos?». Y Dios, enseguida: «No, no, esto no puede ser, ¿cómo voy a permitir que los gentiles digan eso?» (cf. Éx 33,15). Y, ¡hala!, a intervenir milagrosamente para que los israelitas salgan del atolladero.

      Pensad esto: por una parte, es imposible que si me doy cuenta de que es Él quien me santifica, aunque sienta lo que sienta, no pueda llegar a santo; y por otra, es absolutamente imposible que Dios me mantenga durante años un deseo de santidad –y voy a decir más– que me mantenga un deseo de santidad, teniendo la sensación de que no lo cumplo, para luego no cumplirlo Él, ¡eso es imposible! No es que voy a llegar yo, sino que me va a llevar Él.

      Entonces, meditemos esta actitud de oración, con una visión del amor de Cristo, con una visión, por tanto, de mis pecados, que vuelven a invitarme a contemplar el amor de Jesucristo y con una fe en el amor que me tiene Dios. Recordemos la frase que me parece más radical de todo el Evangelio: “Nosotros somos los que hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1Jn 4,16), y que se manifiesta en Jesucristo, a quien conocemos por la comunicación del Espíritu Santo.

      Después de eso, antes de entrar en Cuaresma, examinad un poco los modos de oración: ¿Cómo hago la oración mental?, ¿Cómo rezo el Breviario? Y ved: ¿hay algunos aspectos en que podría mejorar?, ¿hay algunos aspectos que me doy cuenta de que tengo energías y capacidad para mejorar? Esto sería el primer aspecto. Procurad ver: ¿cómo predicamos esto de la oración a la gente? Revisad un poco vuestra predicación; porque, por una parte, lo principal es que se trata del encargo que tenemos, y, por otra, de que, si lo predicamos bien, nuestra esperanza individual también va creciendo. Si estoy incitando a la gente a que tenga una experiencia verdadera de intimidad con Jesucristo en la oración, naturalmente, me estoy predicando a mí mismo. No es una cosa psicológica, sino de la fuerza de la Palabra de Dios que me está convirtiendo.

      Misericordia y limosna

      El segundo aspecto, la limosna. Esto no hay que explicarlo mucho, porque la limosna es lo mismo que la misericordia, ni más ni menos. Lo único que tengo que darme cuenta es de que esta misericordia no se reduce al aspecto de la oración, aunque si es misericordia muy ejercitada, la incluye por lo que he estado diciendo antes; sino que además se extiende al amor a todo ser indigente, a ciertas personas, quiero decir. Y entonces se extiende a todas aquellas personas que veo que necesitan del amor. Naturalmente, cuanto más creamos en la eficacia del amor de Cristo y en la eficacia del amor de Cristo que vive en mí, más fácil me será ejercitar la misericordia, porque es que me trae un gozo, el gozo de la fecundidad.

      Daos cuenta, por ejemplo, que hay mucha gente que no se siente respetable, como todos los pobres. Los pobres no se sienten respetables, generalmente se sienten degradados. Cuando yo estoy actuando el respeto a un pobre le estoy produciendo respetabilidad, aunque él no se dé cuenta. Cuando el individuo se encuentra respetado durante una temporada empieza a sentir que es digno de respeto, cosa que ahora no tiene, esa sensación. Es que mi palabra produce; lo mismo que, al revés, mi palabra destruye las apariencias que tiene una persona. Hay quien cree que simplemente porque tiene una posición social tengo que respetarle, pero cuando yo me comporto con él no respetándole de esa manera especial estoy destruyendo unas apariencias, porque mi palabra se me ha dado como lo que es, Palabra de Dios, que construye y que destruye (cf. Jr 1,10). Destruye el mal, destruye la mera apariencia, destruye lo que es nada y así hace que se manifieste «lo que es».

      La limosna quiere decir todo lo que es misericordia. Darme cuenta cómo yo soy objeto de la misericordia de Dios. Es contemplar el mundo entero bajo la misericordia de Dios y creer cada vez más en el misterio de la misericordia y del pecado. Pensad cómo “Dios nos encerró a todos en el pecado para tener misericordia de todos” (Rm 11,32); cómo “donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia” (Rm 5,20). Y daos cuenta de que nuestra tendencia, muy general por lo menos, es que cuando vemos algo estropeado, pensamos esto: «ya se ha estropeado todo». Supongo que habéis oído una cosa que dice la gente –y es que además no tiene sentido común–: «es que me había propuesto tener paciencia y he estado cinco días como una malva, pero al sexto día lo he echado a rodar, todo…». Al sexto día no ha echado usted a rodar nada, al sexto día se ha enfadado usted una vez. Es como si usted me dice que ha estado edificando una casa durante los seis días de la semana y el domingo no ha hecho nada, pues no ha echado a rodar nada, el edificio ahí está, lo que pasa es que no ha trabajado más, pero no ha destruido usted nada. Esta conciencia o esta actitud es la que tenemos muchas veces respecto del pecado: «como hay pecado, todo está estropeado». El pecado estropea lo que estropea, pero no estropea todo, ni muchísimo menos; lo que procede del amor de Dios ahí sigue, es eterno. Como no sea un pecado mortal que destruye esto en concreto.

      La misericordia nos lleva a esta actitud general de amar a las personas, precisamente, porque son indigentes; es decir, porque necesitan amor, en una palabra. Claro, porque nos amamos a nosotros mismos también así. Cuanto más degradada esté una persona, más nos manifiesta la necesidad humana de amor para salir de la degradación. Pero la degradación quiere decir que está degenerado, que está rebajado del grado que le corresponde. Naturalmente, sabemos que no siempre lo que llamamos señales de degradación humana coincide con la degradación real. Imaginaos cuánta gente está degradada en la apariencia humana, que da pena verla y, sin embargo, resulta que está bautizada y, como es subnormal, no ha hecho un solo pecado mortal en toda su vida; por eso esa persona está en un grado muchísimo más alto que montones de personas que están viviendo en pecado mortal. Pero bueno, yo ahora me refiero a que Jesucristo tiene una apariencia de degradación ahí, tiene un signo de degradación y entonces la misericordia se ejercita con Él, en esa medida, se ejercita sobre todo con los pecadores, pero se ejercita con cualquier degradación.

      Y contemplemos ahí esta cualidad del amor de Cristo, que como es omnipotente, no le importa la degradación, sino que, al revés, se complace en elevar al que está degradado y darme cuenta de lo que supone este amor de Cristo, que me usa a mí, me emplea como colaborador para esta tarea. De manera que un montón de gente que está degradada puede recobrar su dignidad, precisamente porque intervengo yo; y a una serie de personas les puede pasar esto, aún en las consecuencias terrenas, porque en la substancia última, para eso estamos precisamente, para salvar a la gente, de manera que el restituir a la grandeza cristiana a la gente y elevarla a la perfección es la tarea que nos ha encomendado el Señor, para que la hagamos con Él. Nos emplea de colaboradores explícitamente para eso. Pero es que, como consecuencia, la misericordia, mientras estamos en la Tierra, también se ejercita en todos estos niveles. No hay más que coger el Evangelio para ver que Jesucristo, en cuanto empieza a predicar, empieza a manifestar la misericordia, curando enfermos y curándolos a montones. Y fijaos СКАЧАТЬ