Название: Peñas arriba
Автор: Jose Maria de Pereda
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664145987
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Y sucedió lo que yo estaba temiendo rato hacía, por lo que había ido observando alrededor de la lumbre y en los trajines de la repolluda cocinera; que la cena dispuesta en honor mío era para servir de espanto más que de tentación y de consuelo a un comensal de mis tragaderas, hecho y avezado a las sabrosas parvidades de la cocina mundana. Comenzando a contar por los cubiertos y dos cucharones de plata de anticuada forma, una torta de pan «casero», ocho vasos de cristal verdoso y un botellón muy negro, todo cuanto había y fue apareciendo sobre la mesa era macizo y grande y abundante hasta lo increíble. Primeramente, un cangilón de sopas de leche, después una fuente muy honda, de un potaje de nabos en ensalada; luego una tortilla de torreznos, seguida de una asadura picante, y, por último, una compota descomunal de manzanas, y mucho queso curado de ovejas. Lo único que escaseaba allí eran la luz y el calor, porque la de las mechas del velón casi se perdía en el negro espacio antes de llegar a la mesa, y el chamuscón que yo me había dado en la cocina sólo me servía en el comedor para sentir doblemente la glacial temperatura de aquel páramo.
El Cura, contra lo que yo esperaba de su tamaño, comía nada más que regularmente, y era limpio y reposado en el comer. Mi tío probaba de todo sin gustarle nada, y yo satisfice mi necesidad, más que apetito, de doce horas, casi tanto con la vista de tan copiosos alimentos, como con las parvidades que de ellos tomé... ¡Pero don Pedro Nolasco!... No tenía calo ni medida su estómago de buitre; devoraba hasta con los ojos; y mucho de lo que no le cabía en la boca mientras funcionaba su gaznate, corríale en regatos por el exterior hasta sumirse bajo la sobarba entre cuero y camisa, o mezclarse gota a gota con la mugre del chaleco.
Se habló poco en la mesa, y de esto poco la mayor parte fue de mi tío para decir injurias al glotón, que no le contestaba, ni creo que le oía, y para ponderarme su asombro por lo melindroso que le parecí en el comedor, y muy especialmente por el «plan» de cena mía, para en adelante, que le tracé. No podía comprender el buen señor que un mozo de mis años y con mi salud, no comiera cuanto se le pusiera delante a cualquier hora del día o de la noche. «Abundante y sustancioso» era la divisa del bien comer entre los hombres rumbosos del pelaje de mi tío.
Andando en esto y «regoldando» ya el gigante por no tener su estómago cosa de más jugo en que entretenerse, oyóse una campanada de reló hacia lo más obscuro y remoto de la estancia.
—¡Las diez y media!—dijo mi tío revolviéndose en el banco—. Me parece que ya es hora de que te dejemos en paz. El viaje te habrá molido bien los huesos, y tendrás ganas de tumbarlos en la cama. Por lo demás, no te creas: entre el laberinto del ganado abajo, y la tertulia de arriba después de rezar el Rosario, rara es la noche en que nos acostamos más temprano... Ya verás, ya verás, ¡pispajo! cómo sabemos vivir aquí, aunque montunos y pobres, a uso de pudientes de ciudad... Conque ¿entendístelo, Marmitón? Pues, ¡jorria! ya que estás jartu, y a su casa el que la tenga.
Levantámonos todos, dio gracias el Cura, respondímosle cumplida y devotamente, y se fue con don Pedro Nolasco, no sin haberme hecho volver a ver las estrellas con los apretones de manos que me dieron por despedida.
Poco tiempo después, encerrado yo en mi cuarto, paseábame a lo largo de él intentando pensar en muchas cosas sin llegar a pensar con fundamento en nada, no sé si porque realmente no quería, o porque no podía pensar de otra manera. Con esta oscuridad en mi cerebro y el continuo zumbar del río en su cañada, acabé por sentirme amodorrado, y me acosté.
Blanca de ropas y limpia como un sol era mi cama; pero ¡qué fría... y qué dura me pareció!
V
Sin embargo, dormí toda la noche de un solo tirón; pero soñando mucho y sobre muchas cosas a cual más extravagante. Recuerdo que soñé con el oso del Puerto; con desfiladeros y cañadas que no tenían fin, y tan angostas de garganta, que no cabía yo por ellas ni aun andando de medio lado. Obstinado en pasar huyendo de la fiera que me seguía balanceándose sobre sus patas de atrás y relamiéndose el hocico, tanto forzaba la cuña de mi cuerpo, que removía los montes por sus bases y oscilaban allá arriba, ¡muy arriba! las cúspides pedregosas, y hasta se desplomaban muchas de ellas sobre mí, pero sin hacerme daño. También soñé con mi tío bailando en la cocina, junto a la lumbre, unas seguidillas que cantaba la mujer gris tañendo una sartén muy grande; y después con don Pedro Nolasco, el cual comía becerros crudos y troncos de abedul y peñascos de granito con bardales, mientras iban comiéndome a mí, fibra a fibra y muy poco a poco, el Tedio y la Melancolía, un matrimonio de lo más horrible, que vivía en el fondo de un abismo sin salida por ninguna parte.
Quizás por haber sido éste mi último sueño de la noche, fue tan triste mi despertar por la mañana. ¡Porque fue triste de veras! Pero me había dormido con la curiosidad recelosa de conocer de vista la tierra en que voluntariamente acababa de sepultarme; y sintiendo revivir de golpe aquel vehemente deseo al ver un poco de luz que se filtraba por los resquicios de las puertas, levantéme de prisa, lavéme tiritando de frío, envolvíme en el abrigo más espeso de los varios que tenía a mi alcance, y me asomé al mismo balcón a que me había asomado por la noche.
Ya no llovía; pero estaba el mezquino retal de cielo que se veía desde allí levantando mucho la cabeza, cargado de nubarrones que pasaban a todo correr por encima del peñón frontero y desaparecían sobre el tejado de la casa. Entre nube y nube y cuando se rompía algún empalme de los de la apretada reata, asomaba un jironcito azul, salpicado de veladuras anacaradas; algo como esperanza de un poco de sol para más tarde, si por ventura regían en aquella salvaje comarca las mismas leyes meteorológicas que en el mundo que yo conocía.
Dejando este punto en duda, descendí con la mirada y la atención a lo que más me interesaba por el momento: lo que podía verse de la tierra en todas direcciones desde mi observatorio de piedra mohosa con barandilla de hierro oxidado. ¡Bien poco era ello, Dios de misericordia!
Delante y casi tocándole con la mano, un peñón enorme que se perdía de vista a lo alto, y aún continuaba creciendo según se alejaba cuesta arriba hacia mi izquierda, al paso que hacia la derecha decrecía lentamente y a medida que se estiraba, cuesta abajo, hasta estrellarse, convertido en cerro, contra una montaña que le cortaba el paso extendiendo sus faldas a un lado y a otro. Rozando las del peñón y la del cerro hasta desaparecer hacia la izquierda por el boquete que quedaba entre el extremo inferior del cerro y la montaña, bajaba el río a escape, dando tumbos y haciendo cabriolas y bramando en su cauce angosto y profundo, cubierto de malezas y de misterios. Inclinado hacia el río, entre él y la casa, debajo, enfrente y a la izquierda del balcón, un suelo viscoso de lastras húmedas con manchones de césped, musgos, ortigas y bardales. A la derecha y casi a plomo del balcón, el principio de un corral que seguía fachada abajo y daba vuelta en ángulo recto hacia la otra, lo mismo que el cobertizo que le cercaba por el lado del río, y estaba destinado, por las muestras visibles, a cuadras, leñeras y pajares. Por el estorbo de estos tejadillos y de la larga línea de fachada de la casona, sólo se alcanzaba a ver, por la derecha, una estrecha faja de terreno cultivado, paralela al río y perteneciente al valle que, según todas las trazas, se extendía hacia aquella parte, es decir, a la derecha del río. Y a todo esto, el patio y sus tejados, y el terreno de afuera, y las zarzas y los helechos y la baranda del balcón, en fin, cuanto se veía o se palpaba desde mi observatorio, húmedo, reluciente y goteando.
No habiendo cosa más risueña en que poner la vista por aquel lado, fuime a la otra fachada, la que correspondía al claro frontero a mi alcoba. Por esta puerta salí a un largo balcón o «solana», de madera encajonada entre dos «esquinales» o mensulones de sillería, llamados también «cortafuegos». En el de СКАЧАТЬ