Название: Las aventuras de Huckleberry Finn
Автор: Марк Твен
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Básica de Bolsillo
isbn: 9788446036609
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»Pero no tuve suerte, porque cuando estaba llegando casi a la cabeza de la isla, uno de los hombres empezó a seguirme con el farol, y vi que no me serviría de nada esperar, así que me deslicé hasta bajar de la balsa y me dirigí a la isla. Bueno, pues yo creía que podría subir a tierra prácticamente por cualquier sitio, pero no pude porque la orilla era demasiado escarpada. Había llegado casi al pie de la isla antes de encontrar un buen sitio. Me metí en el bosque y decidí que ya no podía ir jugándomela con las balsas mientras anduvieran paseando el farol así de un lado para otro. Tenía en la gorra mi pipa, una pastilla de tabaco de mascar doblada y cerillas, y no se habían mojado, así que yo estaba bien.
—Entonces, ¿no has comido ni pan ni carne en todo este tiempo? ¿Y por qué no cogiste tortugas del fango?
—¿Y cómo iba a cogerlas? No puedes acercarte y agarrarlas; ¿y cómo les iba a dar con una piedra? ¿Cómo iba a hacerlo de noche? Y yo no iba a exponerme en la orilla durante el día.
—Bueno, eso es verdad. Has tenido que quedarte en el bosque todo el tiempo, por supuesto. ¿Oíste los disparos del cañón?
—Sí. Sabía que andaban buscándote. Los vi pasar por aquí y los estuve observando desde detrás de los arbustos.
Se acercaron algunos polluelos que volaban una yarda o dos y volvían a posarse. Jim dijo que aquello era señal de que iba a llover. Dijo que se consideraba una señal cuando los pollos volaban así, y que suponía que sería lo mismo cuando lo hacían los polluelos de otras aves. Yo iba a coger algunos, pero Jim no me dejó. Dijo que era la muerte. Dijo que su padre estaba una vez muy enfermo y alguno de ellos cogió un pájaro, y que su vieja abuela dijo que su padre se moriría, y que se murió.
Y Jim dijo que no se deben contar las cosas que se van a preparar para la cena porque eso podría atraer a la mala suerte. Y lo mismo si sacudías el mantel después de que se pusiera el sol. Y dijo que si un hombre tenía una colmena y ese hombre se moría, había que decírselo a las abejas antes de que saliera el sol a la mañana siguiente porque, si no, todas las abejas se debilitaban, dejaban de trabajar y se morían. Jim decía que las abejas no les picaban a los idiotas; pero yo eso no me lo creía, porque había probado muchas veces y a mí nunca me picaban.
Ya había oído algunas de estas cosas antes, pero no todas. Jim conocía los signos de todo tipo. Decía que lo sabía casi todo. Yo le dije que parecía que todos los signos eran de mala suerte, así que le pregunté si no había ninguno de buena suerte, y me dijo:
—Muy pocos, y no le sirven a nadie para nada. ¿Para qué quieres saber cuándo te va a llegar la buena suerte? ¿Para qué, para alejarla? –Y dijo–: Si tienes el pecho y los brazos peludos, eso es una señal de que te vas a hacer rico. Bueno, esa señal sirve para algo, por si falta mucho tiempo. A lo mejor tienes que ser pobre durante mucho tiempo antes, ¿sabes?, y podrías llegar a desanimarte y matarte si no supieras por la señal que al final ibas a ser rico.
—Jim, ¿tú tienes los brazos y el pecho peludos?
—¿A qué viene hacerme esa pregunta? ¿No ves que sí?
—Bueno, ¿y tú eres rico?
—No, pero fui rico una vez y voy a volver a ser rico otra vez. Una vez tuve catorce dólares, pero me dio por especular y me arruiné.
—¿Y en qué especulaste, Jim?
—Bueno, primero invertí en bienes.
—¿En qué clase de bienes?
—Pues en ganado. Invertí diez dólares en una vaca, porque ya no iba a arriesgar más dinero en bienes, y va la vaca y se me muere en las manos.
—Entonces perdiste los diez dólares.
—No, no los perdí enteros. Sólo perdí unos nueve; vendí la piel y el sebo por un dólar y diez centavos.
—Te quedaban cinco dólares y diez centavos. ¿Seguiste especulando?
—Sí. ¿Conoces al negro que sólo tiene una pierna y que pertenece al viejo señor Bradish? Bueno, pues él buscó un banco y dijo que cualquiera que metiera allí un dólar tendría cuatro dólares más al final del año. Pues fueron todos los negros, pero no tenían mucho. Yo era el único que tenía mucho. Así que yo porfíe por más de cuatro dólares y les dije que, si no me los daban, montaría mi propio banco. Y por supuesto, el negro ese no me quería en el negocio porque decía que no había dinero suficiente para dos bancos, así que le dije que yo podía poner mis cinco dólares y que él me pagara treinta y cinco al final del año.
»Y lo hice. Y después pensé que invertiría los treinta y cinco dólares enseguida para que la cosa siguiera moviéndose. Había un negro que se llamaba Bob que había cogido una chalana y su amo no lo sabía; así que se la compré y le dije que se quedara con los treinta y cinco dólares cuando llegara el final de año, pero alguien me robó la balsa aquella noche y, al día siguiente el negro cojo dijo que el banco había quebrado. Así que ninguno de nosotros cogió ningún dinero.
—¿Qué hiciste con los diez centavos, Jim?
—Bueno, pues iba a gastármelos, pero tuve un sueño, y el sueño me dijo que se los diera a un negro que se llama Balum, al que apodan Balum el Tonto, porque es un cabeza de chorlito, ¿sabes? Pero dicen que tiene suerte y yo ya había visto que yo no la tenía. El sueño me decía que dejara que Balum invirtiera los diez centavos y que él me conseguiría más. Bueno, pues Balum se llevó el dinero y cuando estaba en la iglesia oyó al predicador decir que el que daba a los pobres, prestaba al Señor y que se le devolvería multiplicado por cien. Así que Balum les dio el dinero a los pobres y se quedó escondido para ver qué iba a pasar.
—¿Y qué pasó, Jim?
—Nada. Nunca recibí nada a cambio. No hubo manera de que yo pudiera recoger ese dinero otra vez; y Balum tampoco pudo. Ya no voy a prestar más dinero sin que yo vea que hay seguridad. ¡Y dice el predicador que te devolverán el dinero multiplicado por cien! Si pudiera recuperar los diez centavos, consideraría que estábamos en paz y me alegraría de tener esa oportunidad.
—Bueno, Jim, de todos modos no importa si vas a volver a ser rico más tarde o más temprano.
—Sí, y ahora ya soy rico si me paro a pensarlo. Me pertenezco a mí mismo y yo valgo ochocientos dólares. Ojalá tuviera ese dinero y ya no desearía nada más.
Capítulo 9
Yo quería ir a echar un vistazo a un sitio que estaba más o menos en la mitad de la isla y que había encontrado cuando estuve explorando, así que nos pusimos en marcha y llegamos pronto allí porque la isla sólo tenía tres millas de largo y un cuarto de milla de ancho.
Este lugar era una colina o cresta bastante larga y escarpada de unos cuarenta pies de alto. Nos costó bastante trabajo llegar hasta la cima porque las laderas estaban muy en pendiente y los arbustos eran muy densos. Avanzamos con dificultad cuesta arriba rodeándola y al final encontramos una buena cueva grande en la roca, casi en la cima, en el lado que daba hacia Illinois. La cueva tenía casi el tamaño de dos o tres habitaciones juntas y Jim podía ponerse de pie derecho dentro, y hacía fresco allí dentro. Jim estaba dispuesto a colocar nuestras trampas allí inmediatamente, pero le dije que no íbamos a estar subiendo y bajando de allí continuamente.
Jim dijo que, si teníamos la canoa СКАЧАТЬ