Название: Jane Eyre
Автор: Шарлотта Бронте
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788026834793
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Y aun cuando en este mundo no haya nadie que me ame y no tenga ni padres ni hogar a que acogerme, no ha de faltar, al fin, en el cielo, un hogar ni el cariño de Dios al pobre niño huérfano. Bessie, cuando acabó de cantar, me dijo: —Miss Jane: no llore...
Era como si hubiese dicho al fuego: "No quemes". Pero ¿cómo podía ella adivinar mi sufrimiento?
Mr. Lloyd acudió durante la mañana. —Ya levantada, ¿eh? ¿Qué tal está? Bessie contestó que ya me hallaba bien.
—Hay que tener mucho cuidado con ella. Ven aquí, Jane... ¿Te llamas Jane, verdad?
—Sí, señor: Jane Eyre.
—Bueno, dime: ¿por qué llorabas? ¿Te ocurre algo? —No, señor.
—Quizá llore porque la señora no le ha llevado en coche con ella —sugirió Bessie.
—Seguramente no. Es demasiado mayor para llorar por tales minucias.
Yo protesté de aquella injusta imputación, diciendo: —Nunca he llorado por esas cosas. No me gusta salir en coche. Lloro porque soy muy desgraciada.
—¡Oh, señorita! —exclamó Bessie.
El buen boticario pareció quedar perplejo. Yo estaba en pie ante él mientras me contemplaba con sus pequeños ojos grises, no muy brillantes pero sí perspicaces y agudos. Su rostro era anguloso, aunque bien conformado. Me miró detenidamente y me preguntó:
—¿Qué sucedió ayer?
—Se cayó —se apresuró a decir Bessie.
—¿Cómo que se cayó? ¡Cualquiera diría que es un bebé que no sabe andar! No puede ser. Esta niña tiene lo menos ocho o nueve años.
—Es que me pegaron —dije, dispuesta a dar una explicación del suceso que no ofendiera mi orgullo de niña mayor—. Pero no me puse mala por eso —añadí.
Mr. Lloyd tomó un polvo de rapé de su tabaquera. Cuando lo estaba guardando en el bolsillo de su chaleco, sonó la campana que llamaba a comer a la servidumbre.
—Váyase a comer-dijo a Bessie al oír la campana—. Yo, entre tanto, leeré algo a Jane hasta que vuelva usted.
Bessie hubiese preferido quedarse, pero no tuvo más remedio que salir, porque la puntualidad en las comidas se observaba con extraordinaria rigidez en Gateshead Hall.
—¿Qué es lo que te pasó ayer? —preguntó Mr. Lloyd cuando Bessie hubo salido.
—Me encerraron en un cuarto donde había un fantasma y me tuvieron allí hasta después de oscurecer.
El boticario sonrió, pero a la vez frunció el entrecejo. —¡Qué niña eres! ¡Un fantasma! ¿Tienes miedo a los fantasmas?
—Sí, sí; era el fantasma de Mr. Reed, que murió en aquel cuarto. Ni Bessie ni nadie se atreve a ir a él por la noche, ¡y a mí me dejaron allí sola y sin luz! Es una maldad muy grande y nunca la perdonaré.
—¡Qué bobada! ¿Y es por eso por lo que te sientes tan desgraciada? ¿Tendrías miedo allí ahora, que es de día?
—No, pero por la noche sí. Además, soy desgraciada, muy desgraciada, por otras cosas.
—¿Qué cosas? Dímelas.
Yo hubiera deseado de todo corazón explicárselas. Y, sin embargo, me resultaba difícil contestarle con claridad. Los niños sienten, pero no saben analizar sus sentimientos, y si logran analizarlos en parte, no saben expresarlos con palabras. Temerosa, sin embargo, de perder aquella primera y única oportunidad que se me ofrecía de aliviar mis penas narrándolas a alguien di, después de una pausa, una respuesta tan verdadera como pude, aunque poco explícita en realidad:
—Soy desgraciada porque no tengo padre, ni madre, ni hermanos, ni hermanas.
—Pero tienes una tía bondadosa y unos primitos... Yo callé un momento. Luego insistí:
—Pero John me pega y mi tía me encierra en el cuarto rojo.
Mr. Lloyd sacó otra vez su caja de rapé.
—¿No te parece que esta casa es muy hermosa? —dijo—. ¿No te agrada vivir en un sitio tan bonito? —Pero la casa no es mía, y Abbot dice que tengo menos derecho de estar aquí que una criada.
—¡Bah! No es posible que no te encuentres a gusto... —Si tuviera donde ir, me iría muy contenta, pero no podré hacerlo hasta que sea una mujer.
—Acaso puedas, ¿quién sabe? ¿No tienes otros parientes además de Mrs. Reed?
—Creo que no, señor.
—¿Tampoco por parte de tu padre?
—No lo sé. He preguntado a la tía y me ha respondido que tal vez tenga algún pariente pobre y humilde, pero que no sabe nada de ellos.
—Si lo tuvieras, ¿te gustaría irte con él?
Reflexioné. La pobreza desagrada mucho a las personas mayores y, con más motivo, a los niños. Ellos no tienen idea de lo que sea una vida de honrada y laboriosa pobreza y ésta la relacionan siempre con los andrajos, la comida escasa la lumbre apagada, los modales groseros y los vicios censurables. La pobreza entonces era, para mí, sinónimo de degradación.
No, no me gustaría vivir con pobres fue mi respuesta. —¿Aunque fuesen amables contigo?
Yo no comprendía cómo unas personas humildes podían ser amables. Además, hubiera tenido que acostumbrarme a hablar como ellos, adquirir sus modales, convertirme en una de aquellas mujeres pobres que yo veía cuidando de los niños y lavando la ropa a la puerta de las casas de Gateshead. No me sentí lo bastante heroica para adquirir mi libertad a tal precio.
Así, pues, dije:
—No; tampoco me gustaría ir con personas pobres, aunque fueran amables conmigo.
—¿Tan miserables piensas que son esos parientes tuyos? ¿A qué se dedican? ¿Son trabajadores?
—No lo sé. La tía dice que, si tengo algunos, deben ser unos pordioseros. Y a mí no me gustaría ser una mendiga.
—¿No te gustaría ir a la escuela?
Volví a reflexionar. Apenas sabía lo que era una escuela. Bessie solía hablar de ella como de un sitio donde las muchachas se sentaban juntas en bancos y donde había que ser muy correctos y puntuales. John Reed odiaba el colegio y renegaba de su maestro, pero las inclinaciones de John Reed no tenían por qué servirme de modelo, y si bien lo que Bessie contaba acerca de la disciplina escolar (basándose en los informes suministrados por las hijas de la familia donde estuviera colocada antes de venir a Gateshead) era aterrador en cierto sentido, otros datos proporcionados por ella y obtenidos de aquellas mismas jóvenes, me parecían considerablemente atractivos. Bessie solía hablar de cuadritos de paisajes y flores que aquellas jóvenes aprendían a hacer en el colegio, de canciones que cantaban y música СКАЧАТЬ