Название: Ética y bienestar animal
Автор: Agustín Blasco
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Ciencia
isbn: 9788446035282
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De cómo un investigador en ganadería intensiva se preocupa por el bienestar de los animales
Quiero hacer notar al lector que todo lo que aquí afirmamos acerca de los animales no es menos aplicable a los vegetales, e incluso a los minerales mismos… por lo que hay razones para esperar que este tratado sea pronto seguido por tratados sobre los derechos de los vegetales y los minerales.
Thomas TAYLOR, A Vindication of the Rights of Brutes, 1792.
Cuando terminé mis estudios de ingeniero agrónomo especializado en zootecnia, a finales de los setenta, la preocupación por el bienestar de los animales era simplemente inexistente. Los animales eran para nosotros fábricas de carne, huevos o leche, y considerábamos que el bienestar no era algo distinto a crear condiciones para maximizar la producción. Cuando empezaron a tener cierta incidencia social los movimientos en defensa de los animales, mi actitud no era muy diferente a la de muchos de mis colegas: considerábamos que eran problemas de gente hipersensible, más preocupada por el bienestar animal que por el humano. Aducíamos que el elevado rendimiento de los animales era un buen indicio de su bienestar. El hecho de que los animales de granja no pudieran expresar su comportamiento natural se despachaba rápidamente, sosteniendo que los animales domesticados eran completamente diferentes a los que en su día anduvieron por la naturaleza, por lo que estaban acostumbrados a cualquier restricción en sus condiciones de vida que pudiéramos imponerles. Los animales eran «cosas» y, aunque estaba mal visto que se maltratara a los animales, se reprobaba la actitud de la persona más porque se sospechaba que no podía tener buenos sentimientos quien era cruel con los animales que porque debía evitarse el sufrimiento del animal. La mera mención de los derechos de los animales provocaba hilaridad y comentarios sarcásticos del estilo de «Tendrán entonces también deberes, ¿no?», «¿Iremos a los tribunales a defendernos de un perro?», y ante todo había una acusación de tipo genérico contra todos los que se ocupaban de la defensa de los animales: «Con el hambre que se pasa en el mundo, ¿cómo se atreven a preocuparse por los derechos de los animales?», suponiendo que quienes se preocupaban por los animales automáticamente no se preocupaban ya por los humanos[1].
Con la entrada en la Unión Europea, la legislación española empezó a cambiar en muchos campos. Los países nórdicos y los anglosajones hicieron un esfuerzo por crear directivas que regularan la situación de la cría y manejo de los animales. Como especialista en genética de conejos, fui llamado a un comité de la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria que tenía por objeto determinar las condiciones de las instalaciones y el manejo para los conejos de granja. El presidente del comité era el catedrático de Ética biomédica de la Universidad de Birmingham David Morton, y el secretario un conocido etólogo suizo, Markus Stauffacher. Durante dos años tuvimos muchas reuniones en las que los enfrentamientos fueron frecuentes, hasta que se produjo un documento que consideramos razonable. Para mí fue importante tener acceso a los argumentos de dos personas inteligentes, argumentos que no eran los de esta clase de personas excesivamente sensibles que yo creía que iba a encontrar. Dado que el profesor Morton daba un curso en la Universidad de Cambridge durante el mes de septiembre sobre ética para con los animales, decidí hacer ese curso para entender mejor los argumentos de los defensores de los animales. El curso lo impartían Donald Broom, un conocido investigador en bienestar animal, y David Morton junto a un conjunto de profesores de diverso origen: filósofos, biólogos evolucionistas o investigadores sobre bienestar animal. Los participantes eran gente también de ocupaciones muy diversas: desde un profesor de la Cornell University que no encontraba en Estados Unidos cursos de este tipo, a un director de zoológico; en general eran profesionales con diversos tipos de relación con los animales. El ambiente era favorable a considerar los argumentos en favor de los animales, siendo yo la notable excepción que motivaba las más prolijas discusiones sobre un amplio abanico de temas técnicos: ¿era dolor equivalente a sufrimiento?; ¿vamos a comparar el dolor de un insecto con el sufrimiento emocional?; ¿sufre realmente la langosta al ser hervida viva?; ¿es consciente el animal?; si lo es, ¿cómo lo podemos saber?; ¿cómo averiguamos los intereses de los animales?; ¿cómo evitamos el riesgo de que nuestra interpretación sea antropomórfica?
A mi vuelta decidí leer en profundidad sobre el tema, compré algo más de cincuenta libros sobre ética, evolución, comportamiento, bienestar y temas relacionados, y empecé a leer artículos de la literatura especializada. Anteriormente había tenido afición a la filosofía analítica, había leído bastante sobre lógica y epistemología y llegué incluso a organizar una serie de seminarios sobre filosofía de la ciencia en la universidad, por lo que no me asustaba enfrentarme a un tema nuevo en el campo de la filosofía. Me llevé dos sorpresas, una agradable y otra no tanto. La sorpresa agradable era que, en comparación con la filosofía analítica, la ética era mucho más fácil de leer y de entender. La desagradable fue que en el caso de nuestras obligaciones para con los animales estábamos al principio del desarrollo de esta rama de la ética, y las bases científicas que podían apoyar las decisiones estaban también empezando a desarrollarse, con lo que no disponía de la firmeza de la que dispongo en mi campo de trabajo, que es el de la genética animal. Tras un año de lecturas, propuse que la ética y el bienestar formaran parte del plan de estudios de nuestro Máster en Producción Animal, y hace unos años que vengo impartiendo la parte de ética de una asignatura del máster, destinado esencialmente a los alumnos que quieren hacer el Doctorado en Ciencia Animal. Como se puede ver, el proceso de cambio de pensamiento ha sido lento, discutido y meditado, y lo que me propongo hacer en las páginas siguientes es exponer los elementos de la discusión sobre nuestras obligaciones con los animales con toda la incertidumbre que rodea a la investigación científica, que en algunos casos no es poca. Al abordar estos problemas recuerdo la frase de Russell respecto a sus problemas filosóficos: prefiero que la solución no contradiga al sentido común[2], pero el sentido común puede conducirnos frecuentemente a soluciones equivocadas; el sentido común nos diría en el siglo XVII que era perfectamente adecuado quemar a herejes, que era natural tener esclavos y que las mujeres eran poco más que un animal doméstico[3]. Mi postura personal actual la detallo en las conclusiones finales, y no está exenta de incertidumbre, aunque no es algo que me inquiete demasiado; a los técnicos nos acostumbran a tomar decisiones sin todos los elementos de juicio necesarios porque habitualmente no se dispone de ellos. Creo, por tanto, que se pueden abordar problemas de este tipo a pesar de todas las incertidumbres con las que nos encontraremos, y que discutiremos más adelante.
Es difícil adscribirse a una escuela ética siguiendo rígidamente sus principios, y coincido con el filósofo de la ética George Moore en que es improbable que una acción determinada sea mejor que otra en todos los casos posibles (Moore, 1903), por lo que ante problemas éticos concretos me he visto obligado a adoptar posturas eclécticas, sin llevar hasta el final los modos de argumentar de una escuela u otra. De lo que sí me he dado cuenta es de que el problema de nuestras obligaciones para con los animales no es trivial, y no es un problema que no haya que tomarse en serio. En el siguiente capítulo examinaremos la naturaleza del problema, y posteriormente las soluciones que se proponen.
[1] Los defensores de los animales suelen decir que quienes hacen estas disquisiciones retóricas no hacen nunca nada ni por los animales ni por los humanos, mientras que quienes se preocupan por los animales habitualmente están también involucrados en movimientos de mejora de los derechos humanos o de su bienestar (véase, por ejemplo, Singer, 1991), y ponen varios ejemplos individuales de que esto es así. Mientras que la segunda parte de esta afirmación suele ser cierta –la gente sensible al sufrimiento animal suele ser sensible también al sufrimiento humano–, la primera no admite una generalización tan radical.