Название: Historia de las ideas contemporáneas
Автор: Mariano Fazio Fernandez
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia y Biografías
isbn: 9788432137587
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En el ámbito religioso Lutero identificaba la libertad con la autonomía respecto a la autoridad eclesiástica. La negación de la autoridad jerárquica derivó en interpretaciones extremistas que llegaron, como en el caso de los anabaptistas, a negar toda autoridad en esta tierra. La revuelta campesina de 1524-1525 tiene un fondo teórico anárquico. El caos producido por estas interpretaciones extremistas obligó a Lutero a reiterar las peticiones a los príncipes alemanes para que tomasen en sus manos la situación y procedieran a la reforma de la Iglesia. En este contexto se entiende por qué Lutero llama a los príncipes “obispos por necesidad”. El exfraile agustino ve en el poder político la espada de Dios que castiga a una humanidad corrupta por el pecado. La libertad cristiana se relega a la interioridad del alma, mientras que en el obrar externo se impone la obediencia pasiva a los representantes de Dios que garantizan el orden y que gobiernan sobre las iglesias nacionales sometidas al poder político. Se ve en esta concepción un claro voluntarismo. Lutero, que se considera discípulo de Ockham, rechaza el derecho natural, ya que la naturaleza humana no puede erigirse en norma moral después del pecado, pues ha quedado irremediablemente corrompida. Así, sólo queda en pie la voluntad divina, que en este mundo obra a través de los príncipes laicos. Se establecía en consecuencia una doble moral: el Sermón de la Montaña pertenecía al ámbito del reino espiritual, en el que Dios gobierna con su misericordia, pero en el reino de este mundo Dios gobierna a través de la espada del príncipe. El cristiano debe someterse a la espada, cumpliendo así la voluntad de Dios.
Como señala Gonzalo Redondo, la consecuencia última de esta posición política de Lutero fue el restringir el principio del libre examen sólo a los príncipes. Esto fue un paso decisivo para la consolidación del poder absoluto de las monarquías modernas. Esta decisión luterana recibió un reconocimiento oficial en la paz religiosa de Augsburgo (25-IX-1555), a la cual se llegó después de haber comprobado la imposibilidad de contener la Reforma con las armas. Allí se reconoció a cada uno de los príncipes del Imperio alemán la libertad de elección de la propia religión. Tal decisión debería ser ley en todo el territorio sometido a su autoridad. Los que la rechazaban tenían el derecho de emigrar. Nacía así, con el principio cuius regio, eius religio, el Estado confesional moderno34.
Detengámonos ahora en la doctrina del otro gran protagonista de la Reforma, Juan Calvino (1509-1564). Había nacido en Noyon (Francia), y estudió derecho en las universidades de Orléans, Bourges y París. A partir de 1533 comienza a manifestar opiniones contrarias a la fe católica, y debe huir de Francia. De Estrasburgo va a Basilea, donde completa su escrito más importante: Institutio doctrinae christianae. Después de una breve estancia en el norte de Italia, se dirige a Ginebra. Allí intenta imponer sus ideas religiosas, pero será expulsado en 1538. Volverá a la ciudad que le diera fama en 1541, llamado para poner orden en una Ginebra dividida en facciones. Hasta 1564, año de su muerte, Calvino fue el alma de la ciudad, instituyendo un sistema político-religioso extremadamente rígido, en el que la ley política estaba inspirada en la Sagrada Escritura, y en donde todo disentimiento doctrinal era perseguido, incluso con condenas a la hoguera.
Menos místico que Lutero, Calvino poseía una sólida formación jurídica y una cierta tendencia sistemática. Coincide con Lutero en la absoluta centralidad de la Sagrada Escritura, pero equipara el Antiguo con el Nuevo Testamento, pues ambos son Palabra de Dios. De ahí que encontremos en el calvinismo una fuerte presencia de elementos veterotestamentarios, como la prohibición de imágenes en el culto, la consideración de la prosperidad material como manifestación externa de la elección de los justos, las batallas por la defensa de la fe verdadera, etc. Una de sus doctrinas centrales será la de la predestinación, que se inserta en la problemática de la salvación, que tanto había obsesionado a Lutero. Según el reformador francés, la predestinación es un decreto eterno de Dios, por el que establece lo que desea hacer de cada ser humano. Unos están destinados a la vida eterna, y otros a la condenación eterna. La misericordia de Dios se manifiesta en la decisión de salvar a algunos individuos, independientemente de sus méritos. La salvación está fuera del alcance de las fuerzas humanas, y el hombre no puede hacer nada para modificar el decreto de Dios. Sin embargo, según Calvino, hay signos en esta vida que permiten entrever el proprio destino, como por ejemplo la aceptación de la Palabra de Dios.
La doctrina de la predestinación ocupará un lugar cada vez más importante en la teología calvinista posterior, sobre todo bajo la influencia de Teodoro de Beza. A partir de 1570, la predestinación fue vista desde la perspectiva de la elección de Dios de un determinado pueblo, sin olvidar, obviamente, la doctrina de la predestinación individual. Así como en el pasado escogió a Israel para ser su pueblo, ahora Dios escoge a las comunidades reformadas. La elección de Dios se manifiesta a través de un “pacto de gracia”, en donde se establecen las obligaciones de Dios para su pueblo, y del pueblo para Dios. El calvinismo, que se expandió rápidamente en Suiza, Holanda, Escocia, Inglaterra (el puritanismo es la versión inglesa del calvinismo), constituyó comunidades compactas, con una conciencia de ser “elegidos de Dios”, y con una tendencia al mesianismo derivante del saberse el nuevo pueblo escogido. Estas ideas religiosas explican muchas de las actitudes de los puritanos que emigran a América en el siglo XVII, donde fundan las colonias de Nueva Inglaterra. Para los puritanos, América es la nueva tierra prometida, y la comunidad allí asentada debe vivir de acuerdo al “pacto de gracia” con su Dios.
También esto explica la actitud exclusivista e intolerante de las colonias puritanas, a diferencia de las otras colonias fundadas en América del Norte por anglicanos, cuáqueros o católicos.
Contemporáneamente a los sucesos referidos en el Continente, en Inglaterra se produce el cisma anglicano, cuando Enrique VIII se autodeclare Cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Aunque la base teológica del anglicanismo, por lo menos en sus primeros años, no se aleja de la doctrina católica —excepción hecha de la doctrina del primado del Romano Pontífice—, con el pasar de los años se verificará un proceso de protestantización del anglicanismo. Teniendo en cuenta la expansión del Imperio Británico en los siglos sucesivos, es evidente que la separación de Roma trajo consecuencias fundamentales para el mundo contemporáneo.
Las ideas teológicas de la Reforma ejercieron una vasta influencia en gran parte de la cultura occidental. Los principios de la justificación por la sola fe y el libre examen acentuaban el carácter subjetivo de la religión. Dichos principios sufrirán un proceso de secularización, y se transformarán, ya en el siglo XVIII, en la libertad de conciencia, que entendía que el juicio individual de la conciencia era la última instancia en el obrar moral. No se trataba ya de ser dócil a una particular luz del Espíritu Santo, sino que el libre ejercicio de la razón daría con la clave del actuar justo, sin referencia a ninguna autoridad por encima de la razón.
Las críticas reformadas a la espiritualidad medieval, identificada con los preceptos de la vida monástica y con el consecuente contemptus mundi (desprecio del mundo) dió vida a un aprecio creciente por las actividades temporales. En Lutero y en Calvino encontramos frecuentes referencias a la positividad del trabajo y de la vida cotidiana, ámbitos en donde Dios llama a una vida cristiana coherente. Si bien esta consecuencia de la Reforma es positiva —en los países de mayoría protestante se desarrolló una ética del trabajo que no se encuentra en los países de tradición católica—, manifiesta una cierta incoherencia con su premisas teológicas. En efecto, si el hombre es incapaz de realizar obras meritorias pues su naturaleza está corrompida por el pecado, tampoco podrá santificar realmente la vida ordinaria. Lutero no niega la necesidad de las buenas obras, que considera consecuencia de la fe fiducial. Pero sí niega que éstas posean algún mérito a los ojos de Dios. En realidad, la antropología pesimista luterana, llevada hasta las últimas consecuencias, abría el camino a una creciente СКАЧАТЬ