Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio Fernandez
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СКАЧАТЬ de época, y en cambio es fácil observar una clara continuidad de elementos históricos, filosóficos y culturales, también se puede afirmar que el interés teológico medieval no desaparece con la llegada de la Modernidad. Lo que hay es un cambio de perspectiva, pero no un olvido. Los racionalistas continentales son pensadores en el que el problema de Dios se presenta con una fuerza notable y encuentra en ellos una expresión especulativa importante. El pensamiento empirista inglés es en general menos metafísico, y por ende el problema de Dios aparece desde una óptica diversa, aunque está también presente. Serán otros movimientos culturales, como el libertinismo y algunas corrientes de la Ilustración, los que se calificarán de ateos. Pero lo que está claro es que la filosofía moderna no se identifica tout court ni con el libertinismo ni con el ateísmo de algunas corrientes de la Ilustración.

      El racionalismo desarrolla una auténtica metafísica, que en buena medida se relaciona con la gran tradición metafísica antigua y medieval. No se trata de una simple continuidad, sino de un nuevo intento de comprensión del hombre, del mundo y de Dios. El punto de partida cartesiano, es decir el cogito, constituye también un punto de vista metafísico. Después de Descartes, la filosofía racionalista tiene una plataforma común, es decir la temática cartesiana. La búsqueda de la certeza, las ideas claras y distintas, los problemas derivados de la separación de la sustancia extensa y pensante, serán los temas más característicos del desarrollo metafísico racionalista. Además de lo que acabamos de señalar, hay que añadir que Descartes es en cierto sentido el creador —con algunos precedentes en la escolástica del siglo XVI— del espíritu de sistema que recorrerá toda la metafísica moderna: la verdad como coherencia lógica, método deductivo y matemático, claridad y distinción, unidad, son conceptos básicos que forman parte de la idea de sistema filosófico. Y junto a esto, un cierto desprecio y distanciamiento de la experiencia vivida y de la experiencia sensible; el metafísico racionalista es más deductivo que observador, le interesan más las definiciones exactas y precisas que la descripción del fenómeno real.

      El empirismo, en cambio, se interesa no tanto de los problemas metafísicos clásicos, sino de los problemas gnoseológicos, aunque comparte con los racionalistas la búsqueda de la certeza.

      El primer problema que se plantea el filósofo empirista no es el del ser, sino el de como a partir de la experiencia se puede llegar al conocimiento de la realidad. Esta investigación es realizada con un gran espíritu analítico, que tiene como objeto la experiencia humana del conocer y de la afectividad. De todas maneras, la filosofía empirista queda siempre ligada a un tipo de experiencia, o sea a la sensible, en cuanto que considera que toda idea debe apoyarse siempre en un dato sensible. Con este planteamiento desaparece la consideración de la dimensión metafísica de la capacidad intelectual, en cuanto toda abstracción es juzgada por el empirismo como un mero producto de la imaginación separada de la experiencia. Las ideas empiristas, que no son sino imágenes, representaciones o reflejos del fenómeno sensible, son siempre particulares. La universalidad —los empiristas prefieren hablar más bien de generalidad—, coherentemente con el nominalismo que se encuentra en la base del empirismo, es la propia de los nombres, de los términos, pero nunca de las ideas o conceptos. Lógicamente, el método de los empiristas no podrá ser el mismo que el de los racionalistas. En vez de deducción matemática, el empirismo sostiene que la inducción es el método científico y filosófico privilegiado. Si, por lo tanto, el racionalismo posee un claro espíritu de sistema, el empirismo tiene un espíritu analítico y observador de la experiencia y de sus presupuestos gnoseológicos.

      El empirismo emprende la tarea de juzgar la capacidad cognoscitiva del hombre a partir de una concepción reduccionista de la misma experiencia cognoscitiva. Este intento queda como una posibilidad teórica que será retomada por Kant. Por su parte, el racionalismo metafísico, en oposición al empirismo, presupone que la capacidad cognoscitiva humana es apta para conocer la verdad objetiva en modo deductivo, sin poner en discusión su propia racionalidad. Esta actitud teórica le valió el nombre de dogmatismo metafísico.

      Pasemos a la presentación breve del padre del racionalismo continental, Descartes, y del filósofo que lleva hasta sus conclusiones más extremas el empirismo británico: Hume.

      a) René Descartes (1596-1650)

      Nace en Turena el 31 de marzo de 1596. Estudia en el colegio jesuita de La Flèche hasta 1614. Prosigue sus estudios de derecho en Poitiers. Insatisfecho de la educación recibida, abandona las aulas y decide arrolarse en el ejército. Durante el inicio de la Guerra de los Treinta Años se traslada a Alemania. Allí, en la noche del 10 de noviembre de 1619 tiene tres sueños, que Descartes interpreta como llamadas del cielo para realizar una misión personal en el ámbito del saber. En ellos vislumbra el camino que llevará a la fundamentación de las ciencias a través del método matemático. La primera redacción del método es de 1628, año en que se establece en Holanda, donde vivirá casi todo el resto de su vida. La versión definitiva es la del famoso Discurso del método de 1637. En 1641 publica sus Meditationes de prima philosophiae, y en 1644 sus Principia philosophiae.

      En 1650 Descartes acepta la invitación de la reina Cristina de Suecia para ir a vivir a Estocolmo, ciudad donde encontrará la muerte el 11 de febrero de ese año.

      Descartes desarrolla un ambicioso proyecto filosófico, que pretende iniciar un nuevo periodo en la historia de la filosofía.

      Sostiene la radical unidad de las ciencias, basada en un único método, el matemático. Frente al panorama de escuelas filosóficas contrapuestas entre sí que se le presentaba delante, se impone buscar la certeza propia de las ciencias físico-matemáticas. El método es para Descartes una exigencia de la facultad de conocer, que desea obtener siempre certeza y evidencia.

      Enunciemos las cuatro reglas universales del método: «No admitir cosa alguna por verdadera sino se la hubiera conocido evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no incluir en mis juicios nada más que aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi inteligencia, en modo tal que se pudiera excluir cualquier posibilidad de duda;

      Dividir cada problema tomado en consideración en tantas partes como fuera posible y necesario para resolverlo más fácilmente;

      Conducir con orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos;

      En la primera regla del método se encuentra en germen todo el sistema cartesiano. Veámoslo por partes. Allí se habla de la necesidad de guiarse exclusivamente por la evidencia. De ahí que sea necesario dudar de todo lo que no se presente ante mi inteligencia como claro y distinto. La duda cartesiana es metódica, es decir constituye el camino para llegar a la certeza, manifestada en la evidencia de las ideas claras y distintas. Es un instrumento para dejar atrás las dudas de un conocimiento no científico. Por eso no es una duda escéptica, que duda de todo pero no llega nunca al conocimiento de una verdad.

      Después del dudar universal de carácter metodológico surge, como evidencia primera e innegable, la realidad propia del sujeto pensante, objeto de una intuición inmediata. Es el célebre Cogito, ergo sum (pienso, luego existo). Podemos dudar de todo, pero no podemos dudar de que somos nosotros quienes dudamos. El cogito es una intuición intelectual, una evidencia primera, por la que se reconoce la existencia propia del sujeto en un acto simple de visión mental. Hay en consecuencia una relación indisoluble entre pensamiento y ser: el pensar manifiesta al ser, o sea el cogito —yo pienso— es manifestativo del sum —yo soy—.

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