Relatos de un hombre casado. Gonzalo Alcaide Narvreón

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      Sin hablar, hice un gesto afirmativo con mi cabeza. Gastón elevaba su pelvis para sacaba su pija casi completamente, dejando solo el glande dentro de mi ano y volvía a embestir, hasta enterrarme nuevamente el tronco entero.

      –Qué lindo… que lindo vecinito que me estoy tirando… cómo te gusta la pija varón –decía Gastón en mi oído.

      Comenzó a acelerar el ritmo y le pedí que me dejase girar; quería enroscar su cintura con mis piernas, para poder observar su lomo peludo y que me continuase garchando mientras que nos mirábamos a los ojos.

      Gastón quedó de rodillas, me di vuelta y enrosqué mis piernas en su cintura; rápidamente, comenzó a penetrarme de frente, mientras que me miraba morbosamente.

      –Dame pija, dame pija –repetí, incentivándolo para que arremetiera más fuerte.

      Sentí que, en cada embestida, su miembro entraba más profundamente.

      –Me vengo –dijo Gastón, cerrando sus ojos.

      Aceleró el ritmo de una manera descontrolada, haciendo que sus cuádriceps pegaran contras mis glúteos y dejándome sin posibilidad de hacer nada más que comenzar a pajearme y entregarme a sus deseos.

      Fue tan intenso el masaje en la próstata que me estaba haciendo, que, rápidamente, comencé a largar chorros de leche. Simultáneamente, Gastón pegó un grito ahogado, mientras que depositaba su carga de semen dentro de mí.

      Lentamente, fue desacelerando el ritmo. Sacó su pija de mi orto, se sacó el forrito, se acostó sobre mí pecho y comenzó a comerme la boca.

      –Lindo, lindo, lindo, realmente muy linda manera de estrenar el somier y de establecer relaciones con mi vecino –dijo.

      Lo abracé y lo enrosqué nuevamente con mis piernas. Nos quedamos por un rato así. Finalmente me vestí, nos pasamos los números de celulares y, obviamente, quedamos en repetir cada vez que pudiésemos hacerlo.

      Nos despedimos y entré en mi departamento; tomé nuevamente una ducha y me tiré en la cama, donde permanecí el resto de la tarde durmiendo, para recuperarme del tremendo encuentro con mi nuevo vecino.