Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
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Название: Un puñado de esperanzas

Автор: Irene Mendoza

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413072494

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СКАЧАТЬ la niña, hija única, era el ojito derecho de papá y trabajaba en un musical de Broadway como bailarina. Quería ser actriz, pero sin la ayuda de papi. Adorable.

      Me afeité y me corté el pelo esa misma tarde, me presenté en el teatro donde trabajaba, en el musical West Side Story, y esperé a que saliese por la puerta de emergencia, por donde pasaban los actores y bailarines. Tenía orden de llevarla directamente a casa del señor Sargent sin demora.

      —A pesar de lo que ella te diga —me advirtió el mismísimo Sargent. Sonreí para mis adentros. Una niñita díscola. Solo faltaba que fuese guapa.

      ¡Y vaya si lo era! Estaba apoyado en el coche, un elegante Mercedes Maybach negro con las lunas tintadas, asientos de cuero, con la música puesta. Sonaba Yellow, de Coldplay, y sentí una señal divina o algo parecido porque de pronto vi a una chica menuda salir corriendo del teatro, despidiéndose de las demás compañeras entre risas, mientras se ponía un abriguito amarillo. Aquel precioso torbellino vestido de amarillo corrió hacia mí y supe que era ella. Guapa, elegante, con vaqueros ajustados, una camiseta de rayas y el pelo recogido en una coleta. Puro charme francés.

      En aquel preciso instante, Chris Martin cantaba para ella.

      Entró como una tormenta dentro del coche y no me dio tiempo ni de abrirle la puerta. La seguí, me senté al volante y me volví hacia el asiento trasero.

      —Hola, ¿te vas a quedar ahí toda la noche? —dijo sonriendo y soltándose la coleta.

      —Eh… no, claro —respondí molesto por mi falta de reflejos.

      «Parezco nuevo», pensé rabioso mientras me acomodaba en el asiento del conductor.

      Por el retrovisor me fijé en su rostro, ya sin una gota del maquillaje de la función. No pude evitarlo. Era preciosa, de piel tersa y pecosa, con las mejillas coloradas por el frío. No tendría más de veinte años. De labios llenos, con una forma muy sensual. El de arriba un poco más abultado en el centro. Dientes perfectos, los típicos dientes de niña bien y ojos de color miel. De pelo largo, castaño muy claro, con reflejos rubios que acababa de despeinar y que le daba un aire muy sexy, cuando hacía un momento, aún con la coleta, me había parecido la típica alumna modosita de colegio de monjas.

      Un tenue perfume suave y dulce lo invadió todo. Y pensé que era su pelo el que olía tan bien, como a miel y limón o algo parecido.

      —Me llamo Françoise, pero todos me llaman Frank —dijo tendiéndome la mano sin dejar de sonreír—. ¿Y tú eres…?

      —Mark Gallagher, encantado. Soy su nuevo chófer. Su padre me ha dicho…

      Su pequeña mano de uñas cortas, perfectamente pintadas de rojo, apretó la mía con firmeza. Cuando soltó mi mano aún sentí durante unos segundos su efusividad y su calor.

      —¡Oh, paso de mi padre! Me aburre y odio aburrirme. ¡Llévame por ahí, Mark! Diremos que estaba tomando un capuchino con mis compañeras de función.

      —Perdona, pero acabo de empezar hoy y pretendo conservar este trabajo para pagar el alquiler y poder comer todos los días… Frank —dije con voz suave, sonando un poco paternalista y dedicándole mi mejor sonrisa.

      —No te asustes, nunca me pilla. —Sonrió guiñándome un ojo.

      Rebuscó en su bolso donde se advertían claramente las dos «ces» de Chanel y cogió una barra de labios dorada con la que se pintó los labios de rojo con dos firmes y seguras pasadas, e inmediatamente volvió a guardar la barra y sacó un paquete de cigarrillos.

      —¿Y a dónde se supone que debo llevarte?

      —¿Te gusta divertirte, Mark? —Sonrió desafiante, tendiéndome un cigarrillo sin inmutarse.

      «Fuma la misma marca que yo», pensé. Tomé el cigarrillo aceptando el reto y recordé lo que solía decirme mi abuelo: no existen las casualidades.

      La miré y le sonreí con una de esas sonrisas que siempre me funcionaban. Sus ojos se cruzaron con los míos, unos ojos suaves, grandes y dulces que me examinaban curiosos. Nos quedamos absortos el uno en el otro tan solo un segundo y finalmente ella me devolvió la sonrisa, una sonrisa preciosa, contagiosa, que me hizo sonreír de verdad. Creo que fue en ese instante cuando me enamoré de Frank.

      Capítulo 2

      Bye Bye Black Bird

      ¿Creéis en los flechazos? Yo nunca había creído en ellos. Reconozco que a veces he podido ser un tipo enamoradizo, pero pronto se me pasaba el interés. Siempre era solo curiosidad y no me duraba mucho, enseguida descubría que me gustaba más mi libertad y no dar cuentas a nadie.

      Yo tenía una máxima en mi vida que quería que me sirviese de epitafio:

      LA VIDA ES CORTA

      ROMPE LAS REGLAS

      SUEÑA COMO SI FUESES A VIVIR PARA SIEMPRE

      VIVE COMO SI FUESES A MORIR MAÑANA

      Y la aplicaba a rajatabla intentando no hacer un daño innecesario a nadie para no tener que arrepentirme de nada. No lo he hecho nunca, no me arrepiento. No merece la pena.

      Pero esa vez algo cambió y me di cuenta enseguida. Al mirar a aquella chica y respirar, el pecho se me llenó de un dolor cálido y supe que todo acaba de transformarse para mí, todos mis impulsos y mis esperanzas eran nuevos, y al oír su voz los viejos hábitos habían muerto para siempre.

      Porque tenía la sospecha de que ahora llegaría, que vendría esa parte de mi vida por fin, algo que me faltaba, lo más auténtico de mi existencia.

      «¿Te gusta divertirte, Mark?», me preguntó Frank.

      Acababa de meterme en problemas. De los gordos. Porque no pude decirle que no.

      «Con esa sonrisa ella podría conseguir lo que quisiese de mí y de cualquiera. La horma de mi zapato», pensé.

      —Me encanta divertirme, es mi especialidad —dije con un tono de lo más pedante.

      —Genial, entonces nos vamos a llevar muy bien tú y yo. ¡Uf, joder! Me rugen las tripas un montón. Estoy muerta de hambre —dijo Frank.

      —¿Quieres cenar algo primero?

      —Sí, estaría bien.

      —¿A dónde te llevo? —Sonreí divertido.

      —Sorpréndeme.

      Y lo hice, la llevé a un garito de Queens donde nos conocían a Pocket y a mí perfectamente, al pub de Sullivan. Allí trabajaba su tío como cocinero. Era una taberna al más puro estilo irlandés, como su dueño, y ponían las hamburguesas más deliciosas de todo Forest Hills.

      Ahora que lo pienso, si hubiese sido un chico malo, esa noche la hubiese llevado de garito en garito hasta emborracharla y así aprovecharme de ella, pero supongo que en el fondo no lo soy tanto porque en sus ojos vi algo que me infundió ternura, algo dulce que me invitaba a protegerla de este jodido mundo. Así que me porté como un buen chico y la llevé a cenar a mi barrio. Y eso pareció gustarle, como СКАЧАТЬ