Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson
Автор: Vincent Bugliosi
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788494968495
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R. Bruce en Venice, ¿eh? Tendré que andarme con ojo (…) Un hermano de la organización me dijo que había visto a dos de las chicas también en Venice.
Los inspectores no dijeron a DeCarlo que la última vez que vieron a Davis, el 5 de noviembre, fue en relación con otra muerte, el «suicidio» de Zero. El LAPD sabía a esas alturas que Zero —alias Christopher Jesus, n/v John Philip Haught— fue detenido en la redada de Barker. Antes, al repasar algunas fotografías, DeCarlo identificó a «Scotty» y «Zero», dos jóvenes de Ohio que pasaron poco tiempo con la Familia porque «no encajaron». Uno de los inspectores comentó:
P. Zero ya no está con nosotros.
R. ¿Cómo que ya no está con nosotros?
P. Está entre los muertos.
R. ¡Mierda! ¿En serio?
P. Sí, un día se colocó un poquito de más y jugó a la ruleta rusa. Se metió una bala en la cabeza.
Aunque los inspectores por lo visto se tragaron la historia de la muerte de Zero, tal y como la relataron Bruce Davis y los otros, no fue el caso de Danny, en ningún momento.
No, Danny no quería testificar.
Los inspectores lo dejaron ahí. Todavía había tiempo para que cambiara de opinión. Después de todo, tenían ya a Ronnie Howard. Dejaron que Danny se fuera, después de arreglar que se pasara al día siguiente.
Uno de los inspectores comentó, después de que Danny se hubiera ido pero con la cinta aún grabando: «Me parece que hoy nos hemos ganado el pan».
La conversación con DeCarlo duró más de siete horas. Ya eran más de las doce de la noche del martes 18 de noviembre de 1969. Yo ya estaba durmiendo, sin saber que dentro de unas pocas horas, por la mañana, a consecuencia de una reunión entre el fiscal del distrito y su equipo, me asignarían la tarea de procesar a los asesinos de los casos Tate-LaBianca.
TERCERA PARTE * LA INVESTIGACIÓN.
FASE DOS *
Del 18 de noviembre al 31 de diciembre de 1969
Ningún sentido tiene sentido.
CHARLES MANSON
18 DE NOVIEMBRE DE 1969
A estas alturas el lector sabe mucho más de los asesinatos de los casos Tate-LaBianca que yo el día que me asignaron el caso. De hecho, como algunos fragmentos extensos del relato precedente no se han hecho públicos con anterioridad, el lector es una persona con acceso a información confidencial, algo muy poco común en un caso de asesinato. Y, en cierto sentido, yo soy un recién llegado, un intruso. El cambio repentino de un narrador oculto en segundo plano a la relación de los hechos personalísima tiene que resultar sorprendente. La mejor manera de suavizarlo, me temo, sería presentarme. Luego, cuando nos hayamos quitado eso de encima, reanudaremos la narración juntos. Este inciso, aunque por desgracia necesario, será lo más breve posible.
Un resumen biográfico convencional probablemente diría más o menos lo siguiente: Vincent T. Bugliosi, edad treinta y cinco, ayudante del fiscal del distrito, Los Ángeles, California. Nacido en Hibbing, en Minnesota. Bachillerato en el Instituto Hollywood. Asistió a la Universidad de Miami gracias a una beca de tenis. Licenciado en Filosofía y Letras, y Empresariales. Tras decidirse por el ejercicio del Derecho, asistió a la Universidad de California en Los Ángeles, licenciado en Derecho, delegado de la promoción de 1964. El mismo año entró en la Oficina del Fiscal del Distrito de Los Ángeles. Ha llevado varios casos muy divulgados —Floyd-Milton, Perveler-Cromwell, entre otros— y ha obtenido condenas en todos ellos. Ha llevado ciento cuatro juicios por jurado por delitos graves, y solo ha perdido uno. Además de sus responsabilidades como ayudante del fiscal del distrito, Bugliosi es profesor de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de Beverly, en Los Ángeles. Trabajó de asesor técnico y corrigió los guiones de dos episodios piloto de The D.A., la serie de televisión de Jack Webb. Robert Conrad, estrella de la serie, tomó como modelo al joven fiscal para su papel. Casado. Dos hijos.
Probablemente sería más o menos lo que pondría. Sin embargo, esto no dice nada de cómo veo mi profesión, que es incluso más importante.
«El deber principal del fiscal no es condenar, sino procurar que se haga justicia (…)»
Son palabras del viejo código ético del Colegio de Abogados de Estados Unidos. Pensaba a menudo en ellas durante los cinco años que llevaba de ayudante del fiscal del distrito. Se habían convertido en un sentido muy real en mi credo personal. Si, en un caso determinado, una condena es justicia, que así sea. Pero si no, no quiero tener nada que ver.
Durante demasiados años la imagen estereotipada del fiscal ha sido o bien la de la típica persona de derechas partidaria de las leyes estrictas, decidida a obtener condenas a toda costa, o la de un Hamilton Burger torpe e incompetente, que siempre procesa a personas inocentes, las cuales, por suerte, se salvan en el último suspiro gracias a las astutas maniobras de un Perry Mason.
Nunca he pensado que el abogado defensor tenga el monopolio de la preocupación por la inocencia, la imparcialidad y la justicia. Tras entrar en la Oficina del Fiscal del Distrito, llevé cerca de mil casos. En muchísimos pedí y obtuve condenas, porque creí que las pruebas las justificaban. En muchísimos otros, en los que me pareció que las pruebas eran insuficientes, me puse en pie en el tribunal y pedí la desestimación de los cargos, o solicité una rebaja, bien de los cargos, bien de la sentencia.
Estos últimos casos muy pocas veces son noticia. Los ciudadanos raramente se enteran de ellos. De este modo, el estereotipo perdura. No obstante, es mucho más importante darse cuenta de que se ha impuesto la imparcialidad y la justicia.
Igual que nunca sentí el menor reparo en ajustarme a ese estereotipo, del mismo modo me rebelé contra otro. Tradicionalmente, el papel del fiscal ha sido doble: llevar los aspectos legales del caso y presentar en el tribunal las pruebas reunidas por los cuerpos policiales. Yo nunca acepté esas limitaciones. En los casos anteriores a este siempre participé en la investigación: hablé con los testigos yo mismo, encontré y desarrollé nuevas pistas, y a menudo di con pruebas que normalmente se pasaban por alto. En algunas ocasiones, eso llevó a la puesta en libertad de un sospechoso. En otras, a una condena que en otras circunstancias quizás no se habría obtenido.
Para un abogado, no hacer todo lo posible es, estoy totalmente convencido, traicionar al cliente. Aunque en los procesos penales uno tiende a centrarse en el abogado defensor y su cliente —el acusado—, el fiscal también es abogado, y también tiene un cliente: el Pueblo. Y el Pueblo también tiene derecho a defenderse, a un proceso limpio e imparcial, y a la justicia.
El caso Tate-LaBianca era en lo último que pensaba la tarde del 18 de noviembre de 1969. Acababa de terminar un proceso largo y estaba volviendo al despacho de la Sala de Justicia cuando Aaron Stovitz, jefe de la Sección de Juicios de la Oficina del Fiscal del Distrito, uno de los mejores abogados litigantes de una oficina de cuatrocientos cincuenta ayudantes del fiscal del distrito, me cogió de un brazo y, sin ninguna explicación, me llevó a toda prisa por el pasillo al despacho de J. Miller Leavy, director de Operaciones Centrales.
Leavy estaba hablando con dos tenientes del LAPD con los que yo había trabajado en casos anteriores, Bob Helder y Paul LePage. Escuché СКАЧАТЬ