Название: Historia sencilla de la filosofía
Автор: Rafael Gambra Ciudad
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia y Biografías
isbn: 9788432144325
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Dijimos al principio que según algunos «el pueblo griego descubrió la razón». Pues bien, esta significación de los griegos se encarna propiamente en la figura de Sócrates. Sócrates afirmó la razón como medio adecuado para penetrar la realidad. Y hubo de sostener esta afirmación frente a dos clases de contradictores. Primeramente, contra los sofistas; la razón bien dirigida sirve para alumbrar la realidad, no es una linterna mágica que forja visiones a capricho sin relación con lo que es. Después, contra los irracionalistas, contra los filisteos de la cultura: mucha gente en Atenas, como en todas partes, pasaba por especialista o profesional en una materia sin que una verdadera comprensión de la misma cimentase aquel conjunto de conocimientos. Sabían cosas porque se las habían enseñado, pero a poco que se escarbase en su saber se descubría enseguida que estaba montado en el aire. En el fondo, todos estos, como los pueblos orientales y los bárbaros, sabían de un modo irracional, basado en la revelación o en el mito.
Sócrates paseaba por las calles de Atenas y tropezaba, por ejemplo, con un militar o con un retórico. Les hace una pregunta sobre cualquier extremo relacionado con su profesión. Ellos dan una respuesta más o menos acertada; entonces Sócrates les pide una aclaración sobre los fundamentos en que ello se basa, preguntándoles, simplemente, ¿por qué? Las más de las veces, los interrogados no resisten dos de estas preguntas y comienzan a divagar o a dar respuestas huecas. No hay en ellos verdadera ciencia porque no la han adquirido mediante el ejercicio de la razón, sino por autoridad o por la memoria.
A esta experiencia llega Sócrates valiéndose del primer aspecto de su método, que se ha llamado ironía. Para la segunda experiencia se valdrá de la mayéutica, nombre que proviene del oficio de su madre, que era partera; esto es, «arte de dar a luz». Sócrates interroga a un esclavo —el hombre más ignorante—, y mediante preguntas graduadas que le obligan a discurrir por sí mismo, va a alumbrando la verdad y llegando a resultados muy superiores a los que obtuvo con los hombres más cultos.
La nesciencia (ignorancia) es, pues, el punto de partida en nuestra búsqueda de la verdad. «Solo sé que no sé nada, pero aún supero a la generalidad de los hombres que no saben esto tampoco». Después, la búsqueda misma ha de realizarse con la propia vis intelectual de cada uno, con la razón, que es el instrumento de penetrar en la realidad. El resultado de esta búsqueda racional es el hallazgo de la verdad —verdad diáfana, evidente, cimentada—. Esta verdad no es creación de la mente ni de su habilidad dialéctica, sino descubrimiento (alecéia). Este hallazgo es una aventura de la mente que, lejos de admitir falsos y extraños ídolos, debe seguir su propio impulso (genio o demonio —daimon— interior). De aquí el lema que Sócrates adoptó para su pensamiento, tomado del frontispicio del templo de Apolo en Delfos: «Conócete a ti mismo».
Mayores sombras aún que las que envuelven su obra y personalidad cubren las causas de su muerte. Sabemos que fue condenado por el tribunal de Atenas a beber un vaso de cicuta, que los motivos oficiales fueron impiedad y corrupción de la juventud. Mártir, según unos, de la claridad interna y de la lucha racional contra el mito, introductor, según otros, de formas refinadas de sexualidad, es lo cierto que, con su ironía metódica, no debió de tener muy propicias a las clases cultas y a los valores consagrados socialmente. El acto final de su vida en el que rehúsa la escapatoria de la cárcel —y de la muerte— que le ofrecían sus discípulos, y su famoso «discurso de las Leyes» en el que explica esta su decisión, nos aclaran algo sobre el sentido de su muerte: él muere en defensa de las Leyes, es decir, del orden político y religioso de Atenas bajo cuyo cobijo ha vivido y vivieron sus padres. Si, huyendo, diera público testimonio de desobediencia al Tribunal de Atenas, se haría merecedor de la sentencia dictada. Lejos de aparecer como un rebelde o un enemigo de las leyes, da su vida por defender a estas contra sus verdaderos enemigos: de una parte, contra aquellos que con su pereza mental las convierten en rutina y decadencia; de otra, contra los impíos que extinguen sus fundamentos morales y religiosos (en este caso, los sofistas).
Pudieron servir de epitafio a Sócrates sus propias y conocidas palabras: «Dios me puso sobre la ciudad como al tábano sobre el caballo, para que no se duerma ni amodorre».
La influencia histórica que Sócrates dejó tras de sí fue extensa y variada, como varias pudieron ser las interpretaciones de su magisterio y de su testimonio personal.
Entre las llamadas «escuelas socráticas menores», cabe aludir a los cirenaicos y a los cínicos. Aristipo de Cirene acentuó en la enseñanza de Sócrates su imperativo de independencia personal y de búsqueda del bien. Pero el bien fue concebido por esta escuela como el placer o el refinamiento en el placer, objetivo para una vida guiada por la razón. Es esta la primera escuela hedonista (hedoné, placer), que influiría un siglo más tarde en las teorías de Epicuro de Samos.
Antístenes interpretó, en cambio, que ese bien u objetivo último de una vida serena y racional era la virtud, es decir, el dominio de las propias pasiones y apetencias. El sabio debe vivir ateniéndose a lo indispensable, despreciando todo lo superfluo como fuente de esclavitud moral. Los cínicos prescindían así de todas las convenciones sociales y hacían gala de sinceridad y aun de desfachatez en sus juicios y respuestas. De aquí el concepto de «cínico» que ha llegado hasta nuestros días. En lo demás, se sometían a una vida mísera y ascética como imperativo de la virtud. El nombre de la escuela deriva de Cinosargos, de donde era su fundador, pero coincide también con el nombre del perro (kuwn, can), cuyas cualidades elogiaban como modelo de vida; su sobriedad, salud, alegría, impudicia y fidelidad. Los cínicos serán precedente de la escuela estoica, en el siglo siguiente.
Se consideran «escuelas socráticas mayores» las de Platón y Aristóteles.
PLATÓN
La empresa socrática de penetrar con las armas de la razón en la realidad que nos rodea y ascender a la serena contemplación de la verdad, ganó para la filosofía a uno de los más grandes espíritus de la humanidad: Aristoclés, llamado familiarmente por sus compañeros Platón (427-347). Fue el suyo un espíritu de extraordinaria sensibilidad estética, que supo recubrir su pensamiento con la belleza del mito y de la fantasía; consciente, por otra parte, de su condición de filósofo —amante de la sabiduría—, huyó siempre del dogmatismo y del sistema cerrado, para atenerse a la actitud humilde del rapsoda y del poeta, que se expresan por analogías y comparaciones. La misión filosófica de Platón habría de consistir en reparar la desgarradura que en la concepción del Universo habían abierto tanto Heráclito como Parménides. No, no era posible al hombre renunciar sin más a una de sus dos experiencias inmediatas; la de los sentidos o la de la razón. Ello importaría renunciar, al mismo tiempo, a la acción, porque tanto el escepticismo de Heráclito como el panteísmo de Parménides implican una actitud quietista. Platón fundó una escuela filosófica, la Academia, que pervivirá durante más de mil años a través del Imperio bizantino en la Edad Media. Su historia se dividirá en tres períodos: Academia antigua, Academia media y Academia nueva. A partir de la media no permaneció fiel a las teorías de su fundador, СКАЧАТЬ