Vida De Azafata. Marina Iuvara
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Название: Vida De Azafata

Автор: Marina Iuvara

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Современная зарубежная литература

Серия:

isbn: 9788835400349

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СКАЧАТЬ auténtica, un ingrediente que a menudo se echa en falta en las relaciones amorosas.

      Tenemos en común una gran pasión: cabalgar hacia metas lejanas.

      Siempre me ha encantado viajar, me proporciona una sensación de felicidad.

      Cuando me alejo de todo y de todos y me encuentro en diferentes dimensiones y zonas horarias, es como si pudiera evaluar el resto «desde fuera»: desde la distancia, con un alejamiento físico y mental efectivo.

      Tiziano Terzani escribió: «Nuestro destino nunca es un lugar, sino un nuevo modo de ver las cosas», y para mí es así, y para todos nosotros también.

      Cuando viajo consigo mirar mejor en mi interior, ver claramente quién soy, cómo mejorar.

      Es como si el mundo se alejara con todos sus problemas, cambiara de horizonte, y yo recobrara mis fuerzas, mis energías.

      Al alejarme de la vida rutinaria real, un chute de adrenalina me fortalece tanto que me da una vitalidad y positividad enormes, y me ayuda a encontrar las respuestas correctas.

      Viajar es una evasión a mundos que no son los míos, es una alegría que siempre me proporciona una sensación de libertad embriagadora y que me ayuda a descubrir parte de mi autonomía.

      Hace tiempo que cumplí ese gran deseo que tengo desde pequeña: me convertí en azafata.

      Han pasado años, pero recuerdo como si fuera ayer el momento en que decidí dar un nuevo rumbo a mi vida. Ese día está grabado en mi memoria. Estaba con Stefania.

      Quiero ser azafata

      —¡Basta, estoy harta! Mario se ha vuelto insoportable, ha llegado a perseguirme hasta cuando me tomo un café con mis amigas, no quiere que vaya al gimnasio y hasta me prohíbe saludar a mi ex. Quiero pensar más en mí misma y ser independiente. ¿Por qué no creamos algo nuestro y abrimos un negocio juntas? ¿Qué contemplas para el futuro, Anna? ¿Qué trabajo te gustaría tener? —eso me dijo Stefania en nuestra cita habitual matutina para tomarnos un café en el «Bar della Finanza», enfrente de casa, disgustada ante su perspectiva de futura ama de casa, mucho más codiciada por el celosísimo novio que por ella.

      Nunca me había hecho esa pregunta en serio, ni tampoco había hecho futuros proyectos laborales bien definidos.

      Tras finalizar la educación secundaria y matricularme en la Facultad de Derecho de la universidad, dado que las asignaturas científicas no eran mis favoritas, busqué un empleo de secretaria para poder costearme los estudios y darme algún pequeño capricho.

      De modo que, todas las mañanas, me levantaba a la misma hora y, tras un rapidísimo desayuno, me lanzaba al caótico tráfico de la ciudad enfrentándome a tres cuartos de hora de interminable fila en los semáforos y a las ruidosas hileras de coches que, en los cruces, trataban de adelantarme por todos lados para ahorrarse un puñado de minutos necesarios y así llegar a tiempo a la oficina.

      Cada día, en la avenida Barriera del Bosco, donde me hallaba atascada en el caluroso punto clave habitual, el semáforo, durante al menos unos quince minutos, me encontraba a menudo con el mismo hombre: un indigente, sentado siempre sobre un pequeño montículo de tierra levantado con sus manos.

      Acurrucado bajo la sombra de un árbol, observaba aquel interminable vaivén, siempre igual, día tras día.

      La mirada de este individuo era serena y contemplaba una realidad lejana a la suya: todos aquellos hombres, mujeres y niños que pasaban, aprisionados, dentro de sus coches.

      Él era bastante discreto, como si no quisiera que se notara que estaba allí, mirando con atención, sorprendido por encontrar cada día los mismos rostros nerviosos y agotados, los mismos coches atascados unos detrás de otros, haciendo rompecabezas siempre distintos, y todos esos cláxones en señal de protesta. Creo que se preguntaba lo difícil que resultaría a esas personas encontrar la tranquilidad que él parecía haber alcanzado.

      Sus pupilas se movían atentamente y dirigían una mirada que rozaba la benevolencia y la indulgencia a aquellos numerosos conductores que, a su vez, con compasión y desprecio, lo escrutaban a él y a sus harapos, depositados sobre la hierba, a menudo mojada.

      Cada mañana, me preguntaba quién estaba realmente chiflado: yo, una conductora de los nervios, o él.

      Pensé todo la noche en la pregunta que me hizo Stefania sobre mi futuro.

      La respuesta llegó a última hora de la tarde, a la hora habitual en que regresaba del trabajo dentro de mi «cochecito», tras evitar un choque frontal con un imbécil que se había cruzado por delante tras una interminable jornada de trabajo lidiando con un jefe pendenciero amante de los abusos, y con compañeros falsos y prevaricadores a los que habría evitado con gusto.

      Tras salir del edificio, abandoné aquel aparcamiento qué había buscado durante tanto tiempo por la mañana, y que conseguí tras haber discutido de forma bastante violenta con un maleducado convencido de que había visto el hueco antes que yo, que me ordenaba groseramente que me marchara obstruyéndome el paso.

      Aquella tarde me encontré un arañazo en la carrocería y el limpiaparabrisas posterior girado de mala manera.

      Cada día, al llegar a casa exhausta, ponía las cosas en orden y preparaba rápidamente la cena a causa del hambre famélica que lograba hacer callar temporalmente cogiendo del frigo las sobras frías del día anterior y unos trozos de queso amarillento, porque, en un descuido, el envoltorio de plástico se quedó abierto.

      —¡QUIERO VOLAR! —grité de repente—. ¡Sí! ¡Ya lo sé! ¡Quiero volar!

      Lo que me seducía de lejos era evitar las mismas rutinas cotidianas, el tráfico de la ciudad, el ver siempre idénticas caras y los mismos lugares. Me encantaría entablar relaciones con gente distinta cada vez, cambiar mis espacios, ampliar mi mentalidad, tener la posibilidad de recorrer el mundo y deleitarme con recetas de la gastronomía internacional.

      Lo pensé mientras me comía un cracker y la última oliva que me quedaba.

      Mi sueño era volar, quería ser azafata.

      Llamé a Stefania de inmediato.

      Stefania se entusiasmó con la idea y me anunció que ella también querría hacerlo; su única preocupación era encarar a su novio.

      Tiempo después, con los ojos brillantes y con una página de revista rota en la mano, leímos atentamente y llenas de fervor las siguientes indicaciones:

      Cómo convertirse en azafata

      Una azafata es sinónimo de confianza y dedicación, estilo y cordialidad, extraordinarias capacidades de organización, tenacidad, resistencia al cansancio y, sobre todo, pasión por trabajar para los demás, enfrentarse a culturas y países diversos; estas son habilidades necesarias para hacer frente al trabajo de forma óptima.

      En el proceso de selección se buscan sentido práctico, capacidad de anticipación y resolución de problemas, capacidades racionales, responsabilidad, autocontrol, estabilidad emocional y mental, y buena voluntad ante las novedades.

      Requisitos:

      Edad comprendida entre los 18 y los 32.

      Estatura mínima: 164 centímetros para las mujeres y 172 centímetros СКАЧАТЬ