Название: El Don de la Batalla
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632919229
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Gwen se giró y continuó caminando, sacudiéndose todo aquello con un escalofrío y continuó subiendo por la rampa, dando círculos a la torre, subiendo más y más de forma gradual, a donde fuera que los llevara. Kristof se puso a su lado.
“No he venido a discutir las cualidades de vuestro culto”, dijo Gwen. “No puedo convencerte de que regreses a tu padre. Prometí que te lo pediría y así lo he hecho. Si tú no valoras a tu familia, yo no puedo enseñarte a valorarla”.
Kristof la miró seriamente.
“¿Y tú crees que mi padre valora a la familia?” preguntó él.
“Mucho”, respondió ella. “Al menos por lo que yo veo”.
Kristof negó con la cabeza.
“Permíteme que te muestre algo”.
Kristof la tomó del hombro y la llevó por otro pasillo a la izquierda, después hacia arriba por un largo tramo de escaleras y se detuvo ante una gruesa puerta de roble. La miró significativamente, a continuación, la abrió, dejando al descubierto unas barras de hierro.
Gwen estaba allí, curiosa, nerviosa por ver lo que él quería mostrarle y dio un paso adelante para mirar a través de las barras. Se horrorizó al ver a una chica joven y hermosa sentada sola en una celda, mirando fijamente por la ventana, con su largo pelo cayéndole por la cara. Aunque sus ojos estaban abiertos como platos, no parecía darse cuenta de su presencia.
“Así es cómo mi padre se preocupa por la familia”, dijo Kristof.
Gwen lo miró con curiosidad.
“¿Su familia?” preguntó Gwen aturdida.
Kristof asintió.
“Kathryn. Su otra hija. La que esconde del mundo. Ha sido desterrada aquí, a esta celda. ¿Por qué? Porque está tocada. Porque no es perfecta, como él. Porque se avergüenza de ella”.
Gwen se quedó en silencio, sentía un agujero en el estómago al mirar con tristeza a la chica y querer ayudarla. Empezaba a preguntarse acerca del Rey y si había algo de verdad en las palabras de Kristof.
“Eldof valora la familia”, continuó Kristof. “Nunca abandonaría a uno de los suyos. Él valora nuestro verdadero yo. Aquí no se aparta a nadie por vergüenza. Esta es la maldición del orgullo. Y aquellos que están tocados están más cerca de su verdadero yo”.
Kristof suspiró.
“Cuando conozcas a Eldof”, dijo, “lo comprenderás. No existe nadie como él y nunca existirá”.
Gwen veía el fanatismo en sus ojos, veía lo perdido que estaba en este lugar, en este culto y sabía que estaba demasiado perdido para regresar jamás al Rey. Echó un vistazo y vio a la hija del Rey allí sentada y se sintió abrumada de tristeza por ella, por todo este lugar, por su familia destrozada. Su imagen de cuadro perfecto de la Cresta, de la perfecta familia real se estaba desmoronando. Este lugar, como cualquier otro, tenía su propio punto flaco oscuro. Aquí se estaba librando una silenciosa batalla y era una batalla de creencias.
Era una batalla que Gwen sabía que no podía ganar. Ni tenía tiempo para hacerlo. Gwen pensó en su propia familia abandonada y sintió la urgencia de rescatar a su marido y a su hijo. La cabeza le daba vueltas en aquel lugar, con el incienso sofocante en el aire y la ausencia de ventanas que la desorientaba, y deseaba conseguir lo que necesitaba y marcharse. Intentaba recordar por qué había venido aquí y entonces le vino: para salvar la Cresta, como le había prometido al Rey.
“Tu padre cree que esta torre guarda un secreto”, dijo Gwen, yendo al grano, “un secreto que podría salvar la Cresta, que podría salvar a vuestro pueblo”.
Kristof sonrió y cruzó los dedos.
“Mi padre y sus creencias”, respondió.
Gwen frunció el ceño.
“¿Estás diciendo que no es cierto?” preguntó. “¿Qué no existe ningún libro antiguo?”
Él hizo una pausa, apartó la mirada, después suspiró profundamente y se quedó callado durante un buen rato. Finalmente, continuó.
“Lo que se te tendría que revelar”, dijo, “está por encima de mí. Solo Eldof puede contestar a tus preguntas”.
Gwen sintió que una urgencia crecía en su interior.
“¿Puedes llevarme hasta él?”
Kristof sonrió, dio la vuelta y empezó a caminar pasillo abajo.
“Tan seguro”, dijo, caminando rápidamente, ya distante, “como una polilla a una llama”.
CAPÍTULO CINCO
Stara estaba en la frágil plataforma, intentando no mirar hacia abajo mientras la subían más y más hacia el cielo, observando cómo la vista se ensanchaba a cada tirón de la cuerda. La plataforma se elevaba más y más a lo largo del borde de la Cresta y Stara estaba allí, mientras el corazón le palpitaba, iba de incógnito, con la capucha bajada sobre su cara y el sudor chorreándole por la espalda mientras sentía cómo subía la temperatura del desierto. Aquí arriba era asfixiante y el día apenas había hecho más que empezar. Por todo a su alrededor estaban los siempre presentes ruidos de las cuerdas y las poleas, las ruedas chirriando, mientras los soldados tiraban y tiraban sin darse ninguno cuenta de quién era.
Pronto se detuvo y todo estaba tranquilo mientras ella estaba en el pico de la Cresta, con el único sonido del rugido del viento. La vista era impactante, la hacía sentir como si estuviera en la misma cima del mundo.
Aquello le traía recuerdos. Stara recordaba el momento cuando llegó a la Cresta, recién llegada del Gran Desierto, con Gwendolyn y Kendrick y todos los demás rezagados, la mayoría de ellos más muertos que vivos. Sabía que tenía suerte por haber sobrevivido y, al principio, ver la Cresta había sido un gran regalo, había sido la visión de la salvación.
Y, sin embargo, aquí estaba, preparada para marchar, para bajar la Cresta una vez más por su lado más apartado, para dirigirse de vuelta al Gran Desierto, de vuelta a lo que podría ser una muerte segura. A su lado, su caballo cabriolaba, sus herraduras chasqueaban la plataforma hueca. Ella alargó el brazo y le acarició la crin para tranquilizarlo. Este caballo sería su salvación, su billete para salir de este lugar; haría de su pasaje de vuelta a través del Gran Desierto un escenario muy diferente de lo que había sido.
“No recuerdo órdenes de nuestro comandante acerca de esta visita”, dijo la voz imponente de un soldado.
Stara se quedó muy quieta, pues sabía que estaban hablando de ella.
“En ese caso hablaré de ello con tu comandante y con mi primo, el Rey”, respondió Fithe, que estaba a su lado, con seguridad y sonando más convincente que nunca.
Stara sabía que estaba mintiendo y que se estaba arriesgando por ella y le estaba por siempre agradecida por ello. Fithe la había sorprendido siendo fiel a su palabra, haciendo todo lo que estaba en su poder, como había prometido, para ayudarla СКАЧАТЬ