Un golpe repentino en la puerta lo devolvió a la realidad. Reid titubeó, pensando quien podría ser. Era casi medianoche; las chicas ya tenían varias horas en la cama. El fuerte golpe vino de nuevo. Preocupado de que pudiese despertar a las niñas, él se apresuró a responder. Después de todo, el vivía en un vecindario seguro y no tenía razón para temer abrir su puerta, siendo medianoche o no.
El fuerte viento invernal no fue lo que lo congeló en sus pasos. El miró sorprendido a tres hombres del otro lado. Ellos eran claramente del Medio Oriente, cada uno con piel oscura, una barba negra y ojos hundidos, vestidos con chaquetas gruesas color negro y botas. Ambos que flanqueaban cada lado de la salida, eran grandes y larguiruchos; el tercero, detrás de ellos, era corpulento y de hombros anchos, con un ceño claramente pronunciado.
“Reid Lawson”, dijo el hombre alto a su izquierda. “¿Es usted?” Su acento sonó Iraní, pero no era pesado, lo cual sugiere que había pasado una cantidad considerable de tiempo en los Estados Unidos.
La garganta de Reid se sintió seca cuando vio, sobre sus hombros, una camioneta gris estacionada en la calle, sus luces estaban apagadas. “Um. Lo siento”, les dijo. “Deben tener la casa equivocada”.
El hombre alto a su derecha, sin quitar los ojos de Reid, levantó su celular para que sus dos compañeros lo vieran. El hombre a su derecha, el que hacía las preguntas, asintió una vez.
Sin previo aviso, el corpulento se lanzó hacia adelante, engañosamente rápido para su tamaño. Una mano carnosa llegó a la garganta de Reid. Reid se retorció accidentalmente fuera de su alcance, tambaleándose hacia atrás y casi tropezando con sus propios pies. Él se recuperó, tocando el suelo embaldosado con la punta de sus dedos.
Mientras se deslizaba hacia atrás para recuperar el equilibrio, los tres hombres entraron en la casa. Él entro en pánico, pensando sólo en las niñas durmiendo en su cama subiendo las escaleras.
Se volteó y corrió a través del vestíbulo, hacia la cocina y se deslizo alrededor de la isla. Él miró por encima de su hombro — los hombres lo perseguían. Teléfono, pensó desesperadamente. Estaba encima de su escritorio en el estudio, y sus asaltantes bloqueaban el camino.
Él tenía que alejarlos de la casa, y lejos de las niñas. A su derecha estaba la puerta del patio trasero. La abrió y corrió hacia la cubierta. Uno de los hombres maldijo en una lengua extranjera — Árabe, supuso — mientras lo perseguían. Reid saltó sobre el pasamanos de la cubierta y cayó en el pequeño patio trasero. Un golpe de dolor recorrió su tobillo con el impacto, pero lo ignoró. Rodeó la esquina de la casa y se estrelló contra la fachada de ladrillo, tratando desesperadamente de calmar su respiración entrecortada.
El ladrillo estaba helado al toque y la leve brisa invernal cortó a través de él como un cuchillo. Sus dedos de los pies estaban entumecidos — había salido de la casa sólo en calcetines. Los escalofríos le hormigueaban sus extremidades de arriba abajo.
Podía escuchar a los hombres susurrándose entre sí, con voz ronca y urgentemente. Él contó las distintas voces — uno, dos y luego tres. Ellos estaban fuera de la casa. Bien; significa que estaban sólo tras él y no por las niñas.
Necesitaba conseguir un teléfono. No podía regresar a la casa sin poner en peligro a sus chicas. No podía golpear la puerta de un vecino. Espera — había un cajetín amarillo de llamadas de emergencia montado en un poste telefónico bajando la cuadra. Si pudiera llegar hasta allí…
Respiró profundamente y corrió por el oscuro patio, desafiándose a entrar en el halo de luz emitido por los faroles de arriba. Su tobillo latía en protesta y la conmoción por el frío le provocó picaduras en los pies, pero se obligó a sí mismo a moverse lo más rápido que pudiera.
Reid miró sobre su hombro. Uno de los hombres altos lo había descubierto. Él gritó a sus compañeros pero no lo persiguieron. Extraño, pensó Reid, pero no se detuvo a cuestionarlo.
Llegó al cajetín amarillo de llamadas de emergencia, lo abrió y apretó el pulgar contra el botón rojo, el cual enviaría una alerta al despacho local del 911. Él miró por encima de su hombro otra vez. No pudo ver a ninguno de ellos.
“¿Hola?” siseó por el intercomunicador. “¿Alguien puede escucharme?” ¿Dónde estaba la luz? Se supone que haya una luz cuando el botón de llamada sea presionado. ¿Esta cosa siquiera está funcionando? “Mi nombre es Reid Lawson, tres hombres me persiguen, vivo en…”
Una fuerte mano agarró un puñado del corto cabello castaño de Reid y tiró hacia atrás. Sus palabras quedaron atrapadas en su garganta y escaparon como un poco más que un ronco jadeo.
Lo siguiente que supo, fue que tenía una tela áspera sobre su cara que lo cegaba — una bolsa en su cabeza — y al mismo tiempo, sus brazos forzados detrás de su espalda y cerrados con esposas. Él trató de resistirse, pero las fuertes manos lo sujetaban firmemente, doblando sus muñecas casi al punto de romperlas.
“¡Esperen!” logró gritar. “Por favor…” Un impacto golpeó su abdomen tan fuerte que el aire salió de sus pulmones. No podía respirar, menos hablar. Mientras se mareaba, colores nadaban en sus visiones mientras casi se desmaya.
Entonces, estaba siendo arrastrado, sus calcetines raspaban el pavimento de la acera. Lo empujaron hacia la camioneta y cerraron la puerta detrás de él. Los tres hombres intercambiaron palabras guturales extranjeras entre ellos que sonaban acusatorias.
“¿Por qué…?” Reid finalmente se sofocó.
Sintió el punzón agudo de una aguja en la parte superior de su brazo, y luego el mundo se desvaneció.
CAPÍTULO DOS
Cegado. Frío. Retumbado, ensordecido, zarandeándose, adolorido.
Lo primero que notó Reid mientras se despertaba, era que el mundo era negro — no podía ver. El olor agrio del combustible llenó sus fosas nasales. Trató de mover sus palpitantes extremidades, pero sus manos estaban atadas detrás de él. Se estaba congelando, pero no había brisa; sólo aire frío, como si estuviese sentado en un refrigerador.
Lentamente, como si atravesara una niebla, los recuerdos de lo que había ocurrido regresaron a él. Los tres hombres del Medio Oriente. Una bolsa sobre su cabeza. Una aguja en su brazo.
Él entró en pánico, tirando de sus ataduras y agitando las piernas. El dolor abrasó sus muñecas, donde el metal de las esposas se clavó en su piel. Su tobillo pulsaba, enviando ondas de choque sobre su pierna izquierda. Había una intensa presión en sus oídos y no podía oír nada más que el rugido del motor.
Por solo una fracción de segundo, él sintió una sensación de vacío en su estómago — como resultado de una negativa aceleración vertical. Estaba en un avión. Y, por el sonido de este, no era un avión común de pasajeros. El ruido, el sonido intensamente fuerte del motor, el olor a combustible… se dio cuenta de que debería estar en un avión de carga.
¿Cuánto tiempo tenía inconsciente? ¿Con qué le dispararon? ¿Estaban las chicas a salvo? Las niñas. Lagrimas punzaban sus ojos mientras esperaba que estuvieran a salvo, que la policía hubiese escuchado su mensaje lo suficiente y que las autoridades habrían sido enviadas a la casa…
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