Una Vez Enterrado . Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу Una Vez Enterrado - Блейк Пирс страница 16

СКАЧАТЬ vida modesta con ello. Se había establecido como un adorno local y tenía un permiso tácito para vivir exactamente donde quería.

      Rags Tucker estaba aquí para entretener y ser entretenido.

      Riley se dio cuenta de que esta era una situación delicada.

      Necesitaba quitarle el reloj de arena. Quería hacerlo rápido y sin alboroto.

      Pero ¿estaría dispuesto a renunciar al reloj?

      Aunque conocía las leyes de registro y confiscaciones perfectamente bien, no estaba del todo segura acerca de cómo aplicaban a un vagabundo que vivía en una tienda india en propiedad pública.

      Preferiría lidiar con esto sin tener que obtener una orden judicial. Pero tenía que proceder con cuidado.

      Ella le dijo a Tucker: “Creemos que pudo haber sido dejado aquí por la persona que cometió los dos asesinatos”.

      Los ojos de Tucker se abrieron de par en par.

      Luego Riley dijo: “Tenemos que llevarnos este reloj de arena. Podría ser una prueba importante”.

      Tucker negó con la cabeza lentamente.

      Él dijo: “Está olvidando la ley de la playa”.

      “¿Cuál es esa?”, dijo Riley.

      “‘El que se lo encuentra se lo queda’. Además, si esto realmente es un regalo de los dioses, no creo que deba separarme de él. No quiero violentar la voluntad del cosmos”.

      Riley estudió su expresión. Se dio cuenta de que no estaba loco ni delirante, aunque a veces podría actuar como tal. Eso formaba parte del espectáculo.

      No, este vagabundo en particular sabía exactamente lo que estaba haciendo y diciendo.

      “Este es su negocio”, pensó Riley.

      Riley abrió su cartera, sacó un billete de veinte dólares y se lo ofreció.

      Ella dijo: “Tal vez esto ayudará a aclarar las cosas con el cosmos”.

      Tucker esbozó una pequeña sonrisa.

      “No sé”, dijo. “El universo está muy caro”.

      Riley sentía que estaba entendiendo al hombre, así como también cómo seguirle el juego.

      Ella dijo: “Siempre en expansión, ¿eh?”.

      “Sí, desde el Big Bang”, dijo Tucker. Se frotó los dedos y agregó: “Y me enteré que está atravesando una nueva fase inflacionaria”.

      Riley no pudo evitar admirar la astucia y la creatividad del hombre. Supuso que lo mejor sería cerrar un trato con él antes de que la conversación se profundizara más, hasta el punto de que no llegara a entender nada.

      Sacó otro billete de veinte dólares de su cartera.

      Tucker arrebató ambos billetes de veinte de su mano.

      “Es suyo”, dijo. “Cuídelo mucho. Tengo la sensación de que esa cosa es muy poderosa”.

      Riley se encontró pensando que tenía razón, probablemente más razón de la que creía.

      Con una sonrisa, Rags Tucker agregó: “Creo que puede con eso”.

      Bill se puso los guantes de nuevo y se acercó al reloj de arena para tomarlo.

      Riley le dijo: “Ten cuidado, muévelo lo menos que puedas. No queremos interferir con la rapidez con la que se está moviendo”.

      A lo que Bill tomó el reloj de arena, Riley le dijo a Tucker: “Gracias por su ayuda. Quizá volvamos a hacerle más preguntas. Espero esté disponible”.

      Tucker se encogió de hombros y dijo: “Aquí estaré”.

      A lo que se dieron la vuelta para irse, el jefe Belt le preguntó a Riley: “¿En cuánto tiempo crees que toda la arena se vacíe en la parte inferior?”.

      Riley recordó que el médico forense había dicho que ambos asesinatos habían tenido lugar aproximadamente a las seis de la mañana. Riley miró su reloj. Ahora eran casi las once. Hizo unos cálculos en su mente.

      Riley le dijo a Belt: “La arena se agotará aproximadamente en diecinueve horas”.

      “¿Que pasará en ese entonces?”, preguntó Bill.

      “Alguien morirá”, dijo Riley.

      CAPÍTULO NUEVE

      Riley no podía sacarse las palabras de Rags Tucker de su mente.

      “Y hay una sensación de inevitabilidad al respecto”.

      Ella y sus colegas estaban haciendo su camino de regreso por la playa hacia la escena del crimen. Bill llevaba el reloj de arena, y Jenn y el jefe Belt lo flanqueaban para ayudarlo a mantenerlo estable. Estaban tratando de no afectar el flujo de arena. Y, por supuesto, de esa arena fue que la Rags había hablado.

      Inevitabilidad.

      Aunque se estremeció ante la idea, se dio cuenta de que era exactamente el efecto que el asesino tenía en mente.

      Los quería hacer sentir que su próximo asesinato era inevitable.

      Era su forma de ponerlos nerviosos.

      Riley sabía que no debían agitarse demasiado, pero le preocupaba que eso no sería fácil.

      Mientras caminaba por la arena, sacó su celular y llamó a Brent Meredith.

      Cuando contestó, ella dijo: “Señor, tenemos una situación grave en nuestras manos”.

      “¿Qué pasa?”, preguntó Meredith.

      “Nuestro asesino atacará cada veinticuatro horas”.

      “Dios mío”, dijo Meredith. “¿Cómo lo sabes?”.

      Riley estaba a punto de explicarle todo, pero cambió de opinión. Sería mejor si él realmente pudiera ver ambos relojes de arena.

      “Ya vamos de regreso a la camioneta”, dijo Riley. “Te llamaré por video cuando estemos allí”.

      Riley finalizó la llamada justo cuando llegaron a la escena del crimen. Los policías de Belt seguían en las yerbas pantanosas en busca de pistas. Quedaron boquiabiertos a lo que vieron a Bill cargando el enorme reloj de arena.

      “¿Qué demonios es eso?”, preguntó uno de los policías.

      “Evidencia”, dijo Belt.

      Se le ocurrió a Riley que lo último que quería en este momento era que los reporteros lograran echarle un vistazo al reloj de arena. Si eso ocurría, se correría aún más la voz, empeorando esta situación ya caótica. СКАЧАТЬ