El Destino De Los Dragones . Морган Райс
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Читать онлайн книгу El Destino De Los Dragones - Морган Райс страница 7

СКАЧАТЬ había sido tan tonto para intentar levantar la espada, la Espada de la Dinastía, que ningún MacGil había podido izar durante siete generaciones. ¿Por qué pensó que podía ser mejor que sus antepasados? ¿Por qué había supuesto que él sería diferente?

      Él debió haberlo sabido. Debió ser cauteloso, nunca debería haberse sobreestimado. Debería haber estado contento con simplemente tener el trono de su padre. ¿Por qué tuvo que presionar?

      Ahora todos sus súbditos sabían que no era El Elegido; ahora su gubernatura podría verse estropeada por esto; ahora tendrían más motivos para sospechar que él era el causante de la muerte de su padre. Vio que todo el mundo lo miraba diferente, como si fuera un fantasma andando, como si ya se estuvieran preparando para el siguiente rey.

      Peor que eso, por primera vez en su vida, Gareth se sentía inseguro de sí mismo. Toda su vida, había visto claramente su destino. Estaba seguro de que él estaba destinado a tomar el lugar de su padre para gobernar y para empuñar la espada. Su confianza había sido sacudida hasta la médula. Ahora no estaba seguro de nada.

      Lo peor de todo, no podía evitar ver esa imagen del rostro de su padre, justo antes de que él la levantara. ¿Esa había sido su venganza?

      "Bravo", dijo una voz lenta y sarcástica.

      Gareth se dio la vuelta, sorprendido de que alguien estuviera con él en esa habitación.

      Reconoció la voz al instante; era una voz con la que estaba muy familiarizado desde hacía años, y a quien había llegado a despreciar. Era la voz de su esposa.

      Helena.

      Allí estaba ella, en un rincón de la habitación, observándolo mientras ella fumaba su pipa de opio. Inhalaba profundamente, sostenía, y lentamente exhalaba. Sus ojos estaban inyectados de sangre, y él pudo ver que había estado fumando demasiado tiempo.

      "¿Qué haces aquí?" preguntó él.

      "Esta es mi habitación nupcial después de todo", respondió ella. "Puedo hacer lo que quiera aquí. Yo soy tu esposa y tu reina. No lo olvides. Yo gobierno este reino tanto como tú. Y después de tu debacle de hoy, yo usaría el término gobernar, libremente, sin duda”.

      La cara de Gareth se sonrojó. Helena había tenido siempre una forma de darle un golpe bajo, y en el momento más inoportuno. Él la detestaba más que a cualquier mujer en su vida. Difícilmente podría concebir que él hubiera accedido a casarse con ella.

      "¿Eso crees?", espetó Gareth, girando y dirigiéndose hacia ella, echando humo. "Olvidas que soy el rey, desgraciada, y que podría encarcelarte, como a cualquiera en mi reino, seas mi esposa o no".

      Se rió de él, con un resoplido burlón.

      "¿Y luego qué?", espetó ella.

      "¿Tus nuevos súbditos saben acerca de tu sexualidad? No, lo dudo mucho. No en el mundo intrigante de Gareth. No en la mente del hombre que se preocupa más que nadie de cómo la gente lo percibe".

      Gareth se detuvo delante de ella, al darse cuenta de que tenía una forma de ver a través de él, que le molestaba hasta decir basta. Él entendió su amenaza y se dio cuenta de que discutir con ella no serviría de nada. Así que se quedó ahí, en silencio, esperando, con sus puños apretados.

      "¿Qué es lo que quieres?" dijo lentamente, tratando de controlarse a sí mismo para no hacer algo precipitado.

      "No habrías venido, a menos que quisieras algo".

      Ella rió, con una risa burlona.

      "Voy a tomar lo que se me antoje. No he venido a pedirte nada. Más bien vine a decirte una cosa: todo tu reino ha sido testigo de tu inhabilidad para levantar la espada. ¿Dónde quedamos con eso?".

      "¿Quedamos?" preguntó él, intrigado de hacia dónde se dirigía ella con eso.

      "La gente sabe ahora lo que yo siempre he sabido: que eres un fracasado. Que no eres El Elegido. Felicitaciones. Al menos ahora es oficial".

      Él frunció el ceño nuevamente.

      "Mi padre no pudo blandir la espada. Eso no le impidió gobernar efectivamente como rey".

      "Pero afectó su reinado", espetó ella. "Cada momento de él".

      "Si" eres tan infeliz con mis inhabilidades”, dijo Gareth furioso, "¿por qué no te vas de este lugar? ¡Déjame! Deja nuestra parodia de matrimonio. Ahora yo soy el rey. Ya no te necesito".

      "Me alegro de que plantearas ese punto", dijo ella, "porque esa es precisamente la razón por la que vine.  Quiero terminar nuestro matrimonio oficialmente. Quiero el divorcio. Hay un hombre al que amo. Un hombre de verdad. De hecho, es uno de sus caballeros. Es un guerrero. Estamos enamorados, es un amor verdadero. Diferente a cualquier amor que haya tenido. Divórciate de mí, para que pueda dejar de mantener esto en secreto. Quiero que nuestro amor sea público. Quiero casarme con él”.

      Gareth la miró fijamente, sorprendido, sintiéndose hueco, como si una daga hubiera sido sumida en su pecho. ¿Por qué Helena tenía que salir a la superficie? ¿Por qué ahora, de todos los tiempos? Era demasiado para él. Sentía como si el mundo entero le diera de patadas mientras estaba en el suelo.

      A pesar de sí mismo, Gareth se sorprendió al darse cuenta de que sentía algo por Helena, porque cuando él oyó las palabras exactas de ella, pidiéndole el divorcio, algo lo movió por dentro. Le molestó. A pesar de sí mismo, le hizo darse cuenta de que no quería divorciarse de ella. Si él lo dijera, era una cosa; pero viniendo de ella, era distinto. No quería que ella se saliera con la suya, y no tan fácilmente.

      Sobre todo, se preguntaba cómo un divorcio influiría en su reinado. Un rey divorciado levantaría demasiadas preguntas. Y a pesar de sí mismo, se hallaba celoso de ese caballero. Y resentido de que ella le embarrara en la cara su falta de hombría. Quería vengarse. De los dos.

      "No puedes tenerlo", dijo él. "Estás atada a mí. Serás mi esposa para siempre. Nunca te dejaré libre. Y si alguna vez me encuentro con ese caballero con el que me estás engañando, voy a hacer que lo torturen y ejecuten”.

      Helena lo vio con cara amenazante.

      "¡Yo no soy tu esposa! Tú no eres mi esposo. Tú no eres un hombre. La nuestra es una unión impía. Así ha sido desde el primer día. Era una sociedad arreglada por el poder. Todo esto me da asco – siempre ha sido así. Y ha arruinado mi única oportunidad de realmente estar casada".

      Respiraba, aumentando su furia.

      "Me darás el divorcio, o voy a revelar a todo el reino el tipo de hombre que eres. Tú decides".

      Con eso Helena le dio la espalda, atravesó la habitación y salió por puerta abierta, sin molestarse en cerrarla detrás de ella.

      Gareth estaba solo en la cámara de piedra, escuchando el eco de sus pasos y sintiendo un escalofrío en cuerpo que no podía quitarse. ¿Había algo estable a lo que se podía sostener?

      Mientras Gareth estaba ahí parado, temblando, viendo la puerta abierta, se sorprendió al ver a alguien entrar por ella. Apenas había tenido tiempo para registrar su conversación con Helena, para procesar todas sus amenazas, cuando llegó un rostro familiar. Firth. El rebote habitual de su caminar había desaparecido cuando entró en el cuarto con vacilación, con una mirada de culpa en su rostro.

      "¿Gareth?" СКАЧАТЬ