Arena Dos . Морган Райс
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СКАЧАТЬ y ni siquiera me toma en cuenta.

      Lo acerco a sus labios y la obligo a beber.  Casi se ahoga con ella, derramando un poco, pero la bebe.

      “Por favor, Rose, bebe. Esto te ayudará”.

      La acerco nuevamente a su boca, y entre sus gemidos toma unos sorbos más.  Me siento mal por dar alcohol a una niña, pero espero que eso la ayude a mitigar su dolor; no sé qué más hacer.

      “Encontré pastillas”, dice una voz.

      Volteo a ver a Ben, ahí parado, pareciendo alerta, por primera vez.  El ataque, lo que le sucedió a Rose, debe haberlo hecho reaccionar, tal vez porque se siente culpable por quedarse dormido en la guardia.  Está ahí, de pie, sosteniendo un pequeño contenedor de píldoras.

      Lo tomo y lo examino.

      “Lo encontré dentro del compartimento”, dice. “No sé qué sea”.

      Leo la etiqueta: Ambien. Píldoras para dormir.  Los tratantes de esclavos deben haber guardado esto para ayudarlos a dormir. La ironía de esto: ahí están ellos, manteniendo a los demás despiertos toda la noche, y guardando píldoras para dormir para ellos mismos. Pero para Rose, esto es perfecto, justamente lo que necesitábamos.

      No sé cuántas darle, pero necesito calmarla.  Le doy nuevamente la champaña, asegurándome de que la trague, y después le doy dos pastillas.  Guardo el resto en mi bolsillo, para que no se pierdan, y después mantengo una estrecha vigilancia sobre Rose.

      En cuestión de minutos, la bebida y las pastillas empiezan a surtir efecto.  Poco a poco, sus gemidos se convierten en lloriqueos, y después se amortiguan.  Tras veinte minutos, sus ojos se empiezan a cerrar, y se queda dormida en mis brazos.

      Le doy otros diez minutos, para asegurarme de que está dormida, y después miro a Bree.

      “¿La puedes sostener?”, le pregunto.

      Bree corre a mi lado y poco a poco me levanto y pongo a Rose en sus brazos.

      Me levanto, mis piernas están acalambradas, y camino al frente de la lancha, junto a Logan.  Continuamos corriendo río arriba, hay un claro en las nubes, y cuando miro hacia el agua, no me gusta lo que veo.

      Pequeños trozos de hielo empiezan a formarse en el río Hudson en esta mañana congelada. Oigo un sonido metálico en la lancha. Es lo último que necesitamos.

      Pero eso me da una idea.  Me inclino sobre el barco, el agua rocía mi cara, y pongo mis manos en el agua congelada. Es doloroso al tacto, pero obligo a mi mano a seguir así, tratando de sujetar un pequeño pedazo de hielo a medida que avanzamos.  Pero vamos demasiado rápido, y es difícil sujetar uno. Sigo fallando por escasos centímetros.

      Finalmente, después de un minuto de agonía, atrapo uno.  Levanto la mano, temblando de frío,  corro y se lo doy a Bree.

      Ella lo toma, atónita.

      “Sostén esto”, le digo.

      Regreso y tomo otra venda, la que está llena de sangre, y la envuelvo en el hielo.  Se la paso a Bree.

      “Ponla sobre su herida”.

      Espero que le ayude a adormecer su dolor, y tal vez a detener la inflamación.

      Regreso mi atención hacia el río y miro alrededor, por todos lados, mientras la mañana se vuelve cada vez más brillante. Vamos acelerados, cada vez más al norte y me siento aliviada al no ver señales de los tratantes de esclavos por ningún lado. No escucho motores ni detecto movimiento alguno en ambos lados del río. De hecho, el silencio es mal agüero. ¿Nos están esperando?

      Voy en el asiento del pasajero, al lado de Logan, y miro hacia el indicador de combustible. Menos de un cuarto.  Esto no es un buen presagio.

      “Tal vez ya se fueron”, me atrevo a decir. “Tal vez regresaron, dejaron la búsqueda”.

      “No cuentes con eso”, dice él.

      Como si fuera una señal, de repente, escucho el rugido de un motor. Mi corazón se detiene.  Es un sonido que reconocería en cualquier parte del mundo: su motor.

      Me dirijo hacia la parte posterior de la lancha y veo al horizonte: efectivamente, ahí, como a kilómetro y medio de distancia, están los tratantes de esclavos.  Corren hacia nosotros. Los veo venir, sintiéndome desamparada. Ya casi no tenemos municiones, y ellos están bien equipados y bien tripulados, con toneladas de armas y municiones.  No tenemos ninguna oportunidad, si peleamos contra ellos, y no tenemos la oportunidad de correr más rápido: ya se están acercando.  Ni podemos tratar de ocultarnos otra vez.

      No tenemos otra opción mas que enfrentarlos. Y sería una batalla perdida.  Es una sentencia de muerte que corre hacia nosotros en el horizonte.

      “¡Tal vez deberíamos rendirnos!” grita Ben, viendo hacia atrás, aterrado.

      “Nunca”, le digo.

      No me puedo imaginar convertida en prisionera nuevamente.

      “Si caigo, será como hombre muerto”, dice Logan.

      Trato de pensar, buscando una solución en mi mente.

      “¿No puedes ir más rápido?”, presiono a Logan, mientras los veo cerrando la brecha.

      “¡Voy tan rápido como puedo!”, dice gritando, por encima del rugido del motor.

      No sé qué más hacer.  Me siento impotente.  Rose está despierta, gimiendo otra vez y Penélope ladra. Siento que el mundo se me cierra. Si no pienso en algo rápidamente y se me ocurre alguna solución, estaremos muertos en cuestión de minutos.

      Exploro la lancha, en busca de armas, o lo que sea que pueda usar.

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