Plick y Plock. Эжен Сю
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Читать онлайн книгу Plick y Plock - Эжен Сю страница 6

Название: Plick y Plock

Автор: Эжен Сю

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      – Pues bien, ella también quedará con los miembros rígidos, la cara azulada, la boca espumeante y los dientes apretados. ¡Oh! haréis unos hermosos prometidos, ¡y quiera Teus que yo os vea, en una noche de noviembre, sobre una roca negra que será vuestro lecho nupcial, con las olas del Océano por cortinajes, con el graznido de los cuervos por canto de bodas y el ojo ardiente de Teus por antorcha!

      Kernok cayó desvanecido y dos carcajadas siniestras resonaron en la cabaña.

      En esto llamaron a la puerta.

      – ¡Kernok, Kernok mío! – dijo una voz dulce y fresca.

      Estas palabras produjeron sobre Kernok un efecto mágico; abrió los ojos y miró a su alrededor con extrañeza y espanto.

      – ¿Dónde estoy, pues? – dijo levantándose – ; ¿ha sido una pesadilla, una espantosa pesadilla? Pero no… mi puñal… esta capa… Es demasiado cierto… ¡al infierno! ¡maldita vieja! yo sabré…

      La vieja y el idiota habían desaparecido.

      – Kernok, Kernok, abre ya – repitió la dulce voz.

      – ¡Ella– exclamó – , ella aquí!

      Y se precipitó hacia la puerta.

      – ¡Ven – dijo – , ven!

      Y saliendo de la cabaña, con la cabeza desnuda, la arrastró rápidamente, y a través de las rocas que bordean la costa, alcanzaron bien pronto el camino de Saint-Pol.

      IV

      EL BRICK «EL GAVILÁN»

      ¡Adelante, famoso bricbarca!

      Desde el codaste hasta la gavia

      No hay otro en el arsenal

      Que con él se pueda igualar;

      Viento en popa y adelante.

Canción del marinero.

      La niebla que rodeaba los alrededores del pequeño puerto de Pempoul se disipaba poco a poco, y el disco del sol aparecía de un rojo obscuro en medio del cielo gris y sombrío.

      Bien pronto Saint-Pol, dominado por sus grandes edificios negros y sus campanarios de piedra, se presentó vago e incierto a través del vapor que ascendía de las aguas, después se dibujó de una manera más precisa, cuando los pálidos rayos del sol de noviembre arrojaron el aire espeso y húmedo de la mañana.

      A la derecha se elevaba la isla de Kalot con sus rompientes, el molino y el campanario azul de Plougasnou, mientras que a lo lejos se extendía la playa de Treguier, de fina y dorada arena, limitada por inmensos peñascales que se pierden en el horizonte.

      La linda bahía de Pempoul no contenía ordinariamente más que medio centenar de barcas y algunos buques de un tonelaje más elevado.

      No es extraño, pues, que el hermoso brick El Gavilán se destacase con toda la altura de sus gavias entre aquella innoble multitud de lugres, faluchos y botes que estaban fondeados a su alrededor.

      ¡Ciertamente! ¡no había un brick más hermoso que El Gavilán!

      ¿Es posible cansarse de verlo recto y ligero sobre el agua, con sus formas esbeltas y estrechas, su alta armadura un poco inclinada hacia atrás, que le da un aire tan coquetón y tan marinero? ¿cómo no admirar su velamen fino y ligero, con sus amplias piezas, sus gavias y sus juanetes tan elegantemente sesgados, y esas barrederas que se despliegan sobre sus flancos graciosas como las alas del cisne, y esos foques elegantes que parecen voltear al extremo de su bauprés, y su línea de veinte carronadas de bronce, que se dibuja blanca y negra como los lados de un juego de damas?

      Y después, ¡jamás el vapor oloroso de la mirra ardiendo en pebeteros de oro, jamás la violeta con sus hojas aterciopeladas, jamás la rosa ni el jazmín destilados en preciosos frascos de cristal se podrán comparar al delicioso perfume que exhalaba la cala de El Gavilán! ¡qué oloroso alquitrán, qué brea tan suave!

      ¡A fe de Dios! ¡Ciertamente no había un brick más hermoso que El Gavilán!

      Y si le admiráis dormido sobre sus áncoras, ¿qué diríais, pues, si le vieseis dar caza a un desventurado buque mercante? ¡No! jamás caballo de carrera con la boca espumante bajo el freno, ha saltado con tanta impaciencia como El Gavilán, cuando el piloto no le dejaba precipitarse sobre el buque perseguido. Jamás el halcón, rozando el agua con el extremo de su ala, ha volado con tanta rapidez como el hermoso brick, cuando, impulsado por la brisa, sus gavias y sus juanetes izados, se deslizaba por el Océano, de tal modo inclinado, que los extremos de sus vergas bajas desfloraban la cima de las olas.

      ¡Ciertamente, no hay un brick más hermoso que El Gavilán!

      Y ése es el que estáis viendo, amarrado por sus dos cables.

      A bordo había poca gente: el contramaestre, seis marineros y un grumete; nadie más.

      Los marineros estaban agrupados en los obenques o sentados sobre los afustes de los cañones.

      El contramaestre, hombre de unos cincuenta años, envuelto en un largo gabán oriental, se paseaba por el puente con un aire agitado, y la protuberancia que se notaba en su mejilla izquierda anunciaba, por su excesiva movilidad, que mordía su chicote con furor.

      Tanto es así, que el grumete, inmóvil cerca de su jefe, con el gorro en la mano como quien aguarda una orden, observaba aquel peligroso pronóstico con espanto creciente; porque el chicote del contramaestre era para la tripulación una especie de termómetro que anunciaba las variaciones de su carácter; y aquel día, según las observaciones del grumete, el tiempo anunciaba tempestad.

      – ¡Mil millones de truenos! – decía el contramaestre hundiéndose el capuchón hasta los ojos – , ¿qué infernal viento le ha empujado? ¿Dónde está? ¡Son las diez y aun no ha venido a bordo! Y la bestia de su mujer que parte a media noche para ir a buscarle, el diablo sabe dónde… ¡Una brisa tan hermosa! ¡Perder una brisa tan hermosa! – repetía en tono desgarrador mirando un ligero catavientos colocado en los obenques, y que por la dirección que le daba el viento anunciaba una fuerte brisa del NO – . Es preciso estar tan loco como el hombre que pone el dedo entre el cable y el escobén.

      El marmitón, impaciente de la duración de este monólogo, había intentado ya por dos veces interrumpir al contramaestre, pero la mirada furiosa y la movilidad excesiva del chicote de su superior se lo habían impedido. Por fin, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, con su gorro bajo el brazo, el cuello tendido, la pierna izquierda hacia adelante, se aventuró a tirar de la hopalanda de su jefe.

      – Señor Zeli – le dijo – , el desayuno le espera.

      – ¡Ah! ¿eres tú, Grano de Sal? ¿qué haces ahí, miserable, estúpido, animal, rata de bodega? ¿Quieres que te haga curtir la piel, o que te ponga el espinazo rojo como un rosbif crudo? ¿Contestarás, grumete de desgracia?

      A este torrente de injurias y de amenazas, el grumete no oponía más que una calma estoica, acostumbrado, como estaba, a los arranques de su superior.

      Y, dicho sea de paso, habéis de saber que, si yo creyese en la metempsicosis, preferiría habitar por toda mi vida en el alma de un caballo de coche de alquiler, de un temporero, de un burro de Montmorency, animar, en fin, a lo que hay de más miserable, que encontrarme bajo la piel de un grumete.

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