Nubes de estio. Jose Maria de Pereda
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Название: Nubes de estio

Автор: Jose Maria de Pereda

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ como él, y que, además, se carteaba íntimamente con un «estadista» de los más sonados.

      – ¡Ah, pícaros, beneméritos de una cárcel!– añadió a la carcajada.

      – En cambio— replicó el implacable López,– a otros, con menos títulos, los creerá usted merecedores de la patria… y así va el mundo chapucero…

      – ¡Oh, qué buenas cosas tiene este don Fabio!– dijo brezales volviendo a reírse, pero sin caer en la cuenta de que merecedor no significaba lo mismo que benemérito; y luego, cambiando de tono y de actitud, prosiguió:– Vamos a ver, caballeritos: yo ando reclutando gente, y a eso he venido aquí.

      – Y ¿para qué es la recluta?– le preguntaron.

      – Para la junta de ahora mismo— respondió.– ¡Pues me gusta la ocurrencia! ¿No han visto ustedes la convocatoria en El Océano de esta mañana?

      Nadie de los presentes se había enterado de ella.

      – ¡Ésta es más gorda!– añadió Brezales verdaderamente asombrado.– Son ustedes, si mis noticias no fallan, los que escriben ese papel, y ahora resulta que no saben lo que en él se dice. ¡Así anda ello!

      – Pero ¿de qué junta se trata, mi señor don Roque?– preguntó Casallena con su voz suave y acompasada.

      – De una extraordinaria— respondió solemnizándose un poquito el interpelado,– que va a celebrar dentro de media hora la Alianza Mercantil e Industrial

      – Para el fomento– interrumpió Casallena,– y desarrollo de los intereses locales… Ya recuerdo el título.

      – Y de la cría caballar– añadió Fabio López a media voz; y luego volviéndose a Brezales y soltándola toda, le preguntó:– Y ¿qué tenemos nosotros que ver con eso?

      – Por si lo tienen me he acercado aquí— respondió el buen hombre.– ¿Ninguno de ustedes es socio?

      – ¿Qué canastos hemos de ser?– exclamó el otro.– Esa sociedad es de hombres de mucho pelo, y ésta que usted ve aquí es gente de escasa pluma.

      – Pues es de lamentar— dijo Brezales,– porque convendría que los que redaztan papeles concurrieran allá para pintar las cosas tal y como son en sí, y no salirnos luego con un sinfundio por fiarse demasiado del relate de otro.

      – Pero ¿tan importante va a ser lo que allí se ventile?– le preguntaron.

      – ¡Importantísimo!– respondió Brezales acabando de solemnizarse y de erguirse.– ¡Muy importante! Se van a presentar a la discusión de la Junta tres proyectos maníficos. Los conozco bien, porque se me han consultado repetidas veces. He tenido ese honor.

      – ¿Y de quién son, si puede saberse?– preguntó el coetáneo de Fabio López.

      – ¿Pues de quién han de ser, canastos?– exclamó éste, revolviéndose mucho sobre la banqueta:– de Joaquinito Rodajas. Apostaría las narices.

      – Pues se quedaría usted sin ellas— replicó el candoroso Brezales,– porque los proyectos no son de ese caballero, a quien no tengo el gusto de conocer, sino de otro que, por cierto, no es estimado aquí en todo lo que vale… porque somos así; pero que vale mucho, ¡muchísimo! ¡Oh, qué gran muchacho! Jamás le pagará la población la mitad de lo que le debe.

      – ¿Y no se puede saber quién es esa segunda Providencia que nos ha caído de lo alto?– preguntó el de los lentes de oro y la cara hosca.

      – Joaquinito Rodajas, hombre: ya se lo tengo dicho,– respondió su coetáneo, poniéndose hasta de mal humor.

      – Y yo vuelvo a repetir— dijo midiendo las sílabas el sencillote Brezales,– que padece usted una equivocación, señor don Fabio. No son de ese los proyectos; y en penitencia de la terquedad de usted y del poco aprecio que hacen todos ustedes de estas cosas tan interesantes para el fomento y desarrollo de los intereses locales, ni les digo ahora a qué se confieren los proyectos, ni el nombre de su autor. Cuanto más, que mañana se sabrá todo por los papeles públicos. Y con esto me voy, porque ya irá a empezar aquello, y hay que dar ejemplo de puntualidad… Si por caso ven ustedes algún socio de La Alianza, háganme el favor de arrearle para allá de mi parte… Con la tonía y la pachorra de estas gentes, no se puede atar con arte cosa que valga dos cominos. Adiós, señores.

      Y se fue, y le cortaron un nuevo sayo los de la mesa; y como ya comenzaban los sirvientes a encender los mecheros de1café, señal de que también estarían encendiéndose las luminarias del ferial, espectáculo que no perdía nunca el amigo y coetáneo del hombre de la cara hosca, y a éste le iba pareciendo demasiado fresco el ambiente que se colaba por la puerta abierta, marcháronse también los dos antiguos camaradas, apretándose el uno los ijares de vez en cuando, y taciturno y avinagrado el otro, indefectible término y paradero inmediato de las mayores alegrías de aquel singular temperamento.

      – III—  A claustro pleno

      Como en la escalera no había otra luz que la del mechero de la meseta del segundo piso, donde estaba el domicilio de La Alianza Mercantil e Industrial, para, etc., etc., el acaudalado Brezales tuvo que subir a tientas y con tropezones los primeros tramos, bisuntos, desnivelados y estrechos, y acometer después, con las manos por delante, los retorcidos corredores de la casa, porque de la luz del mechero, aunque estaba abierta de par en par la puerta de ingreso, no alcanzaba al interior más claridad que la estrictamente necesaria para que viera el entrante lo denso de las tinieblas en que se zambullía. Envuelto ya en ellas don Roque, comenzó por arrimar su abrigo de verano a la pared, creyendo que le colgaba de la percha, que debía de estar por allí, sobre poco más o menos; y guiándose después por el rumor de las conversaciones de los consocios que se le habían anticipado, pudo llegar al salón que buscaba, sin detrimento grave de su respetable persona.

      El tal salón era relativamente espacioso y estaba empapelado de obscuro, por lo que no alcanzaban a ponerle a media luz las de seis medias velucas que se quemaban en dos candeleros de zinc bronceados, que había sobre la mesa presidencial, de modesto cabretón en blanco, con tapete verde, y en dos palomillas de hojalata, contiguas a las jambas de la puerta. La mesa de cabretón, tres sillas adjuntas a ella y como cuatro docenas más arrimadas a las paredes, componían el pobre, pero honrado ajuar de aquella estancia y de la casa entera, alquilada por lo más granado y pudiente del comercio y de la industria, etc… de aquel rico pueblo, para tratar, con el necesario reposo y la debida comodidad, los asuntos enderezados al «fomento y desarrollo de los intereses locales.» Cuando se constituyó la sociedad, el presidente (cuya elección fue una verdadera batalla, porque las falanges de Brezales, que le disputaba el campo, lucharon como leones), que era hombre de buen gusto, y otra docéna de «despilfarrados» como él, trataron de vestir y de alumbrar el local con cierta decencia, que, cuando menos, le hiciera algo llamativo, ya que no resultara, ni con mucho, en consonancia con el esplendor de sus altos destinos. Pero se presentó en la primera junta general un voto de censura fulminante contra los atrevidos, alegando los proponentes, entre otras cosas, que allí no se iba a hacer vida muelle y regalona a expensas de nadie, sino a trabajar y a desvelarse por el bien de todos; por el «fomento y desarrollo de los intereses locales;» que todos estos trabajos y desvelos estaban reñidos con los perfiles del lujo, sin contar con que el comercio, el verdadero comercio, el comercio de los sudores y de los honrados afanes, era de suyo modesto, sencillo y, si bien se miraba, hasta un poco desaliñado y grasiento; que, después de todo, ¿qué más daba una banqueta de pino desnudo, que un sillón de terciopelo; una СКАЧАТЬ