Название: La familia de León Roch
Автор: Benito Pérez Galdós
Издательство: Public Domain
Жанр: Зарубежная классика
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– ¡Qué felicidad! – dijo María, incorporándose para besar las manos de su marido. – ¿Es cierto que me lo prometes y que cumplirás lo que me prometes?
– Te lo juro por lo más sagrado. Pero no cantes victoria antes de tiempo. Ya comprenderás que no se hacen concesiones de esta clase sino a cambio de otras. Ya te he dicho mi parte; ahora falta la tuya. Yo te sacrifico lo que llamas estúpidamente mi ateísmo, cuando es cosa muy distinta, sacrifícame tú ahora lo que llamas tu piedad, muy problemática por cierto. Para que nos entendamos, has de renunciar a las devociones diarias e interminables, a confesar todas las semanas con un mismo padre, a ocuparte de los accidentes teatrales del culto. Irás a misa los domingos y fiestas, y confesarás una vez al año, sin previa elección de sacerdote.
– ¡Oh!, es mucho, es mucho – dijo María, moviendo sobre la almohada su linda cabeza, cual si se compadeciera a sí misma por la deplorable mezquindad a que sus piedades quedaban reducidas.
– ¡Mucho, te parece mucho, tonta! Bueno: aumentaré mi parte. Te concedo más; te concedo que si reduces tus visitas a la iglesia, iré a ella contigo.
– ¡Irás conmigo! – exclamó María, saltando bruscamente en el lecho como un pez recién sacado del agua. ¿Es verdad lo que dices?… Tú me engañas.
– Iré, sí; iré… los domingos.
– ¿Nada más que los domingos?
– Nada más.
– ¿Y confesarás una vez siquiera cada año, como yo?
– Eso… – murmuró León.
– ¿Vas a decir que no?
– Eso no… ¡Oh!, tú pides demasiado de una vez. Mi sacrificio es inmenso, mientras el tuyo es insignificante. Te desprendes de lo superfluo, quedándote con lo justo y razonable; te arrancas las feas tocas de mojigata para mostrarte con toda la belleza de mujer cristiana. Esto no es sacrificio: el mío sí que es grande, doloroso, pues poniendo a tus pies mis estudios y mis amigos te pongo delante lo mejor de mi vida para que lo pisotees.
– Pero no es bastante, no – dijo María con abandono. – ¿Qué te importa dejar de leer, si piensas, piensas y pensarás siempre lo mismo? Me acompañarás a la iglesia por fórmula; entrará tu cuerpo, y tu alma se quedará en la puerta; y cuando veas alzada la Hostia sagrada en las manos del sacerdote, soltarás dentro de ti una carcajada diabólica, si no es que estás pensando en los insectillos que ves en el microscopio, y que son, según tú, la causa del sentir y el pensar en nuestra divina alma.
– No me hacen efecto tus burlas… Conozco el origen de esos juicios ridículos. Y te prometo una asistencia respetuosa y una atención sincera… ¡Ah!, me olvidaba de otra particularidad. También has de sacrificarme… bien lo merezco… la residencia en Madrid. Nos iremos a vivir a otra parte. Elige tú.
– Mucho pides… ¡qué abuso! – exclamó la dama con entonación de un niño mimoso. – ¿Y qué me das tú? Una farsa de catolicismo, una máscara de fe puesta sobre tu cara de incrédulo. No, León, no puedo aceptar.
– No hay salvación para mí – exclamó León golpeando su cabeza con ambas manos. Después de un instante de agitación muda, miró fríamente a su mujer y con solemne acento le dijo:
– María, nuestra separación es inevitable. Yo no puedo vivir así. Dentro de unos días todo se arreglará definitivamente. Tú te quedarás en esta casa o irás a vivir con tus padres, según quieras; yo me marcharé al extranjero para no volver jamás, jamás.
Se levantó. La dama piadosa a la moda le tomó las manos, y estrechándolas contra su seno, rompió a llorar.
– ¡Separarnos! – murmuró, sollozando. – Tú estás tonto… ¡Ingrato!
María Egipcíaca sentía por su marido un afecto semejante al que él sentía por ella. Podría existir un abismo, un divorcio absoluto entre sus almas; pero ¡separarse!… ¡dejar de ser marido y mujer!
– Mi resolución es irrevocable – dijo con entereza León.
– Acepto, acepto todo lo que quieras.
Y más tarde, después de algunas horas de sueño, volvió a oírse el grito de espanto y la explicación de la pesadilla.
– ¡Qué horrible visión! Ahora me he visto a mí misma muerta, y mirándote desde el fondo del hoyo negro y profundo… Estabas abrazado a otra, besando a otra… ¿Pero es ya de día? Ahora sí que suenan campanas.
En efecto, oíanse chillonas y discordes las esquilas colgadas en las torres de esa multitud de barracas enyesadas que en Madrid llevan el nombre de iglesias, dando testimonio así de la religiosidad de este pueblo.
– Llaman a las primeras misas – pensó María. – Me muero de sueño… ¡a dormir!… Dan las ocho y siguen tocando, siguen llamándome… No, no puedo ir; he dado mi palabra… ¡Jesús, las nueve! Perdón, perdón, campanitas de mi alma; no puedo ir hasta el domingo.
Capítulo XVI. De Crematística
Vinieron los días de la dispersión de las gentes. Hostigado por el calor, Madrid era un hormiguero de impaciencias buscando dinero. El oro subía como cuando hay guerra, y menudeaban en la Bolsa las pequeñas operaciones, lo mismo que si hubiera aumento de negocios. No pocas familias apretaban el dogal atado a su cuello por las dilapidaciones del pasado invierno; y otras, no teniendo ni siquiera dogal, se consolaban encareciendo las ventajas y encantos del verano de Madrid, que supera, con sus paseos y embelesadoras noches, al verano triste y eremítico de los pueblos circunvecinos. Veranear en Pinto o Getafe es como invernar en el Escudo o en Pajares.
Los Tellerías eran de esos que por nada se quedan. También ellos se iban, contra todo fuero y razón de la aritmética, y dando al traste con toda ley económica. Pero obligada a estirar hasta lo imposible la primavera, la marquesa decía que el tiempo era aún tolerable, que en el Norte llovía mucho y hacía frío. No teniendo motivos para prorrogar su viaje, sino antes bien razones poderosas para acelerarlo, León fijó día en la primera semana de Julio. Pero la víspera del día marcado un suceso trastornó los planes de todos. Ya sabían los hijos del marqués que su hermano Luis Gonzaga estaba enfermo. Gustavo y León sabían algo más; sabían que estaba atacado de un mal muy terrible, perseguidor y verdugo de la juventud contemporánea; mal que se aviene con las naturalezas débiles y extenuadas por las pasiones y el estudio. Como, según los informes de los padres de Puyoo, la enfermedad de Luis hallábase en grado incipiente, no habían dicho nada a la marquesa, esperando que esta sabría la verdad por sí misma, al hacer la visita acostumbrada al establecimiento durante la temporada de verano. Pero inopinadamente cayó sobre la casa, como rayo de la ira celeste, un aviso del rector anunciando que Luis Gonzaga había entrado de súbito en un período alarmante, y que… «deseando el joven ver a su familia, saldría al siguiente día para Madrid en el tren expreso».
Absortos y afligidos se quedaron todos, y más aún cuando al otro día vieron entrar al infeliz joven, que tan claro tenía en su persona el sello de la traidora dolencia y que semejaba un espectro en sotana. Su cara ofrecía, a pesar de estar ya como agostada por el frío beso de la muerte, gran semejanza con el rostro hermoso y vivífico de María. Ya se sabe que eran gemelos, y que se parecían todo lo que puede parecerse un hombre a una mujer, sólo que la joven, llena de aparente lozanía, aventajó siempre en vigor y representación física a su hermano, harto afeminado desde la infancia.
Barbilampiño СКАЧАТЬ