Episodios Nacionales: La Segunda Casaca. Benito Pérez Galdós
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СКАЧАТЬ empeño por que se ponga en libertad a la mamá de ese… Cuando la Inquisición de Logroño le ha dado tormento, ya sabrá por qué lo ha hecho.

      – Pues claro está.

      – Salvador Monsalud… ¿dónde he oído yo ese nombre? – dijo D. Buenaventura, procurando recordar e irritado de su fatal memoria.

      – Hace días que hablé de él en este mismo sitio – repuso Lozano. – Es un revoltoso a quien no se ha podido prender nunca.

      – Ya… si no se puede castigar a nadie – dijo el marqués con enfado. – Si todos los criminales se escapan, protegidos por estos señores que afectando servir al trono y a las buenas ideas, son los más firmes auxiliares de la revolución. No sé cómo Su Majestad protege a tan pérfidos hipócritas… Ya lo he dicho, la serpiente de la anarquía se agasaja en los mismos cojines del regio solio… ¡Y pretende ahora la nueva vacante del Consejo! Pipaón, o hemos de poder poco, o será para ti.

      Me incliné dando las gracias con lenguaje mudo.

      – Es triste lo que está pasando – dijo el ministro. – Prendemos a los revolucionarios, y los más altos personajes del absolutismo, los más íntimos amigos del Rey, vienen a implorar que se ponga en libertad.

      – Soy familiar de la Santa Inquisición – exclamó con vehemencia el marqués. – Mi deber es seguir la pista a los criminales. Es preciso trabajar con pies y manos para que no se nos venga encima la revolución, ¿estamos? Adelante: es urgente desenmascarar a los bribones, poner de manifiesto las malas artes y la perfidia de los que les protegen.

      – Pues señor familiar de la Inquisición – dijo Lozano sonriendo, – descúbrame usted el paradero de ese Salvador Monsalud; proporcióneme los medios de cogerle, y yo le respondo de que no se burlará por más tiempo de los ministros de Su Majestad…

      – ¿Está en Madrid? – preguntó el Marqués.

      – Creo que no.

      – Está en Madrid – dije yo, rompiendo al fin el silencio.

      El Ministro y D. Buenaventura me miraron asombrados.

      – No se pasmen ustedes – añadí; – yo no soy masón. Por una casualidad he sabido que está en la corte ese señor mensajero de los revoltosos. Hablando con toda franqueza, debo decir que en nuestra primera mocedad fuimos amigos Salvador Monsalud y yo; pero desde el año 13 no nos hemos vuelto a ver.

      – ¿Y cómo sabe usted que está en Madrid?

      – Una señora paisana mía, que por desgracia le conoce muy bien, asegura haberle visto hace días.

      – Soy familiar de la Inquisición – repitió gravemente D. Buenaventura: – y como tal tendría un gozo vivísimo en poder echar mano a un propagador del jacobinismo y de la herejía… ¡Ah, Pipaón, si tú quisieras ayudarme!… ¿Dices que le conociste en tu juventud?

      – Somos paisanos.

      – ¿Y qué tal hombre es?

      Me llevé el dedo a la frente para indicar ingenio.

      – Sí, debe de ser listo… pero un tunante, ¿eh?

      – Sirvió al Rey José.

      – ¡Afrancesado!

      – ¿Y tú respondes de que está en Madrid?

      – Respondo.

      – Ha demostrado en las últimas conspiraciones un atrevimiento y una constancia que confunden – dijo Lozano.

      – Vamos, es preciso cogerle aunque no sea sino por dar en los hocicos al masón vergonzante Sr. Villela que le protege… – dijo el marqués. – Pipaón, ¿me ayudas o no?

      – Ayudo.

      – Soy familiar de la Inquisición; pondré de mi parte cuanto pueda. ¿No hemos visto a los más insignes hombres de la nobleza, a los Medinacelis y Albas y Osunas saltando de tejado en tejado, en calidad de alguaciles mayores del Santo Oficio, para perseguir a los criminales?

      – Voy a dar a ustedes un resumen de las fechorías de ese salvador Monsalud – dijo Lozano de Torres, tirando de la campanilla. – Los corregidores y las audiencias han suministrado algunos datos, los cuales, unidos a los informes que tomé en el ministerio de Seguridad pública, forman un curioso expediente.

      Se presentó un oficial de secretaría, el cual, por indicación de Lozano, trajo poco después un grueso legajo.

      – Se cree que tomó parte en la conspiración de Richard para asesinar a Su Majestad – dijo Lozano fijándose en el primer pliego.

      – Se cree… eso es; y debe de ser cierto – indicó D. Buenaventura. – No puede menos de ser cierto.

      – Viósele en Granada el año 16 – continuó Lozano leyendo, – y al poco tiempo estuvo en Murcia y Alicante, donde le protegían López Pinto, el brigadier Torrijos y algunos oficiales del regimiento de Lorena.

      – Esta fue la conspiración del regimiento de Lorena, que abortó por fortuna… Ojo, señores. Por empeños de Villela fueron puestos en libertad los conspiradores.

      – El año 17 estuvo en los baños minerales de Caldetas, donde pasaba por criado del malogrado Lacy, y el 5 de Abril salió de Tarragona con las dos compañías de Quer. Desapareció en Arenys de Mar.

      – Desapareció… – dijo con enfado D. Buenaventura. – Si no existiera esta sorda y astuta confabulación de todos los pillos, no se habría evaporado tan fácilmente.

      – Volvió a aparecer en Gibraltar, visitando la casa del judío Benoltas, que dio dinero para la sublevación de Alicante – continuó Lozano, hojeando los papeles. – Después se le vio en Murcia muy unido a Romero Alpuente y a Torrijos; pero cuando este fue descubierto y preso, el otro… desapareció.

      – ¡Desapareció!… Lo de siempre.

      – Pero al poco tiempo se le vio en Madrid, donde los masones de Murcia tenían tan buenas aldabas. Sostuvo relaciones epistolares con D. Eusebio Polo y con Manzanares, oficiales de Estado Mayor, y otros muchos militares distinguidos que están afiliados en la masonería. Cuando estos fueron reducidos a prisión, se pudo echar mano al Monsalud; pero al poco tiempo de encierro…

      – Desapareció. Ya sabemos lo que son esas desapariciones – afirmó colérico el familiar de la Inquisición. – Los Hermanos del Grande Oriente han tenido buen ojo en la elección de sus venerables. Son estos algunos señores de la grandeza, generales y consejeros como Villela.

      – Reapareció en Valencia – prosiguió Lozano – a principios de este año. Trabajó con don Diego Calatrava en los preparativos de la conspiración de Vidal. Frustrada esta, fue herido gravemente y preso con otros muchos. Llevado a la cárcel en camilla, se le encerró en un calabozo, donde era imposible la evasión. Cuando fueron a sacarle para conducirle al patíbulo, encontraron en su lugar…

      – ¿Qué?

      – Un muñeco vestido con sus ropas.

      – Esto es burla… Pero sea lo que quiera, Pipaón ha dicho que el desaparecido está en Madrid.

      – Así СКАЧАТЬ