Diecisiete instantes de una primavera. Yulián Semiónov
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Название: Diecisiete instantes de una primavera

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918315

isbn:

СКАЧАТЬ d) en los hospitales 650 000 e) milicias populares 205 000 f) unidades de guarnición 18 500 g) otros servicios y unidades 143 000 h) personal no clasificado 310 000 Total 2 132 500

       Fuente: documentos taquigráficos del Estado Mayor.

       SCHWARZ

       De Greta a Álex.

       Documentos obtenidos permiten calcular que, en enero de 1945, la industria de Alemania producía:

Municiones 3 veces más que en 1941
Armamentos 2 veces más que en 1941
Tanques 7 veces más que en 1941
Aviones 3 veces más que en 1941
Buques 1 vez más que en 1941

       Fuente: secretario del asesor de Speer, ministro de Planificación y Armamento del Reich.

       GRETA

       De Siegfried a Álex. Desde Copenhague.

      Ayer, dos altos oficiales del SD subieron a bordo de un yate de bandera española. El yate, Azul del cielo, zarpó rumbo a Estocolmo. Los oficiales del SD, provistos con documentos de ingenieros hidrólogos, embarcaron en él. Fueron despedidos por Schellenberg, jefe del espionaje politico.

       Fuente: funcionarios portuarios de la cuarentena.

       SIEGFRIED

       De Gisela a Álex. Desde Múnich.

       A la sección local de seguridad llegan automóviles de altos oficiales de las SS. Aquí toman otros autos, casi siempre de marcas francesas o norteamericanas, y van a Suiza. Cinco de estos coches partieron ayer para Suiza.

       Fuente: mecánico del servicio técnico de la zona fronteriza.

       GISELA

       De Thomas a Álex. Desde Leipzig.

       El Handelsbank transfiere cada día considerables sumas de dinero a bancos españoles (no se ha podido averiguar a cuáles). De 100 000 a 400 000 marcos depositan los miembros del partido o sus esposas. Según los datos obtenidos, este dinero no puede pertenecerles.

       Fuente: cajero del banco.

       THOMAS

      Todos estos datos, enviados a Álex, jefe del espionaje soviético, fueron verificados minuciosamente hasta donde resultó posible. El triple control confirmó la veracidad de las comunicaciones recibidas. Después, fueron enviadas a todos los miembros del Comité Estatal de Defensa.

      El jefe del espionaje suponía, con razón, que en los próximos días tendría una tarea sumamente compleja, porque la situación se presentaba interesante, bastante complicada y con muchos interrogantes.

      —Para cualquier imprevisto, póngase en contacto con la sección de radio —dijo a su secretario—. Que preparen una transmisión especial para Justas. Nada concreto: que espere una misión. Hay indicios que me hacen suponer que lo llamarán para llevarla a cabo. Estoy seguro de que la cumplirá y de que será la última.

      Después de que los rusos irrumpieran en Cracovia en enero de 1945, y la ciudad, tan cuidadosamente minada, quedara intacta, Kaltenbrunner mandó llamar a Krüger, jefe de la Sección Oriental de la Gestapo.

      —¿Tiene usted alguna justificación lo suficientemente objetiva para que el Führer pueda creerlo? —le preguntó Kaltenbrunner.

      Aunque simplón y cándido en apariencia, Krüger esperaba aquella pregunta y tenía preparada su respuesta. Pero debía mostrar toda una gama de reacciones: quince años en las SS y en el partido le habían enseñado a actuar. Sabía que era tan inconveniente contestar enseguida como negar por completo su culpabilidad. Había aprendido la exactitud y el control de su conducta en todos los lugares y circunstancias. Hasta en su propia casa se descubría transformado en un hombre completamente distinto. Al despertarse por la noche, permanecía a veces durante largo rato con los ojos abiertos, escuchando el silencio: le parecía que incluso allí, en un cuarto oscuro, alguien de ojos fríos y serenos continuaba observando. Al principio hablaba con su mujer por la noche, en un susurro; pero, a medida que iban desarrollándose técnicas especiales de escucha —y Krüger mejor que nadie conocía sus éxitos—, dejó de decir en voz alta lo que a veces se permitía pensar. Hasta en el bosque, paseando con su mujer, callaba o le hablaba de nimiedades, porque le parecía que en el Centro ya habían inventado un aparato capaz de grabar a grandes distancias.

      Así, paulatinamente, se había operado la transformación. El Krüger de antaño había desaparecido; en su lugar, y con la envoltura de un hombre conocido por todos, sin ningún cambio externo, existía otro, creado por el anterior, desconocido para todos, que no solo tenía miedo a decir las verdades, sino que temía incluso pensarlas.

      —No —dijo Krüger con sentimiento, frunciendo el ceño y ahogando a duras penas un suspiro—, no tengo una justicación suficiente… Soy un soldado, la guerra es la guerra y no espero indulgencia alguna.

      Jugaba con precisión. Sabía que mientras más severo fuera consigo mismo, más desarmaría a Kaltenbrunner. Nada hace rabiar tanto a un galgo como la huida de una liebre. Claro que Krüger ignoraba el comportamiento de un galgo ante una liebre que se detuviese en su carrera y levantara las patitas; pero conocía bien las relaciones dentro de las SS: cuanto mayor fuese el rigor con que se castigase a sí mismo, tanto más suave sería Kaltenbrunner o cualquier otro en su lugar.

      —No se comporte como una mujer —replicó Kaltenbrunner, encendiendo un cigarro; Krüger comprendió que su línea de conducta había sido correcta: se había salvado. СКАЧАТЬ