Agua. Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada
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Название: Agua

Автор: Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Adentro

isbn: 9788428561099

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СКАЧАТЬ evangelistas debieron pensar que era importante, pues lo describen, a pesar de que la figura de Juan tuviera preeminencia sobre la del Nazareno. De hecho, algunas comunidades, muerto Cristo, lo defendieron. Los evangelistas salen al paso de este escollo al hablar de la reticencia de Juan para llevar a cabo el acto, y el Bautista aclara que Jesucristo era la persona de la que él había hablado para decir: «Después de mí viene un hombre que es antes de mí porque era primero que yo» (Jn 1,30).

      En esos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En seguida, al subir del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. También se oyó una voz del cielo que decía: «Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo» (Mc 1,1-10).

      Esta es la versión de Marcos, a quien los expertos colocan como el primer evangelista. Sabemos que Jesucristo no era pecador y pienso que a lo mejor ese acto daba pie a la voz desde el cielo que le reconocía como Hijo, daba el espaldarazo a sus pretensiones de instaurar el reino y a su acceso a la vida pública. Muchas religiones tienen ritos semejantes que incluyen un agua simbólica para reiniciar una nueva vida y es lo que sucedió en el caso de Jesucristo.

      Al bautismo le sigue el episodio de las bodas de Caná (Jn 2,1-11). Cuenta el evangelio que Jesús y su madre asistieron a una boda en la que faltó el vino, pues el cálculo de los novios resultó menor de lo esperado y la familia quedaba expuesta a la vergüenza. María –las mujeres nos fijamos más en estas cosas aparentemente no importantes que los varones– le pidió a su hijo que interviniera para evitar la deshonra familiar:

      Se terminó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le contestó: «¿A ti y a mí qué, mujer? Mi hora todavía no ha llegado». Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2-1,11).

      No sigo con la historia, pues todos sabemos que el agua de las tinajas, que se usaba para la purificación, se convirtió en vino y Jesús adelantó su vida pública, su camino, predicando la llegada del Reino por las aldeas de Palestina. Hay otro simbolismo en estos inicios que me inspira: el agua insípida de nuestra vida que, gracias a la acción de Jesús, se puede convertir en el vino más preciado. Pero no es este un cambio súbito, sino que llega despacio, sin ruido y sin ostentación.

      En tu vida, Jesús ¿ha convertido el agua en vino alguna vez? ¿Tu pobre existencia ha dado agua de beber a alguna persona necesitada, convirtiéndose en vino? El agua puede simbolizar la palabra y la escucha que para el oyente es el mejor vino que le puedes ofrecer.

      Y vuelvo a san Juan que no duda en defender que la vida de la gracia es caudalosa y que riega todos los confines del mundo creado..., aunque no se advierta:

      Sé ser tan caudalosos sus corrientes,

      que infiernos, cielos riegan y las gentes,

      aunque es de noche.

      Con el bautismo no se acaban mis inicios, pues ¡cuántas veces he roto ese pacto sellado con agua a lo largo de mi vida y he tenido que volver a empezar! En ocasiones fue un tiempo más prolongado que otro, pero en todos he tenido que volver al principio ayudada por el recuerdo de épocas pasadas, épocas en las que mi corazón vibraba con el Evangelio. Los motivos de que perdiera los fundamentos de mi vida cristiana fueron varios: el nacimiento de muchos hijos seguidos, mis padres enfermos o mayores, la pérdida de un hijo, la enfermedad, el éxito... Me decía que no tenía tiempo, y la verdad es que en esos momentos fui incapaz de escuchar el ruido de aquellas alas que planeaban sobre mi vida o el rumor de la fonte en mi interior. Con el resultado de que perdí la esperanza y el deseo –que es peor– de encontrar la sombra, el frescor y la compañía de Dios, tanto en la travesía del desierto como el descanso en los oasis.

      En mi juventud había una pila de agua bendita en los templos donde, al entrar, mojábamos nuestros dedos. Hoy ha desaparecido. Posiblemente digan que no es higiénico, pero se pensaba que con ese acto se borraban los pecados veniales, y hoy los hombres no tenemos conciencia de pecado. También teníamos la costumbre de santiguarnos al inicio de alguna actividad: salir de casa, comer... para que Jesucristo nos acompañara en nuestra vida. Yo también me santiguaba siempre que entraba en el mar «por si acaso», ya que las aguas del Cantábrico pueden ser muy traicioneras.

      En aquellos tiempos se veía en la ciudad a muchas personas que se santiguaban al salir de sus casas, una costumbre que se ha perdido. Por eso me hace ilusión comprobar que los jugadores de fútbol, y de otros deportes, lo siguen haciendo cuando saltan al campo. No sé si con mucho significado –ellos sabrán los motivos que tienen–, pero a través de su gesto, Cristo está presente en el estadio de manera explícita.

      Lavarse las manos también está en el comienzo de muchas actividades. Comer, empezar un trabajo minucioso, el sacerdote en la misa... Son gestos que tratan de eliminar la suciedad que hemos contraído a lo largo de nuestra jornada. Me parece que nunca pensamos en las manos que se han manchado dando de comer a niños o ancianos, en limpiar heridas o deposiciones, en quitar sudores o lágrimas, son manos que se han ensuciado con una suciedad bendita. ¡Qué mejor ejemplo que el lavatorio de los pies de Jesucristo a sus discípulos!

      Piensa en todas estas acciones positivas que te han llevado a limpiarte las manos, pues te harán sentirte mejor. No eres la persona inútil en la que piensas.

      No nos podemos quedar en los orígenes pues la vida sigue su curso. Y eso es lo que pretendo hacer en los siguientes capítulos.

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